Frente a los que agitan banderas fogoneando el dólar ilegal y persiguen devaluaciones antipopulares, el Gobierno Nacional lleva adelante una política de administración del tipo de cambio que es un verdadero ejemplo mundial.
Una de las claves del éxito del proyecto político kirchnerista encarado hace ya una década es el manejo de la política cambiaria local.
Los logros del gobierno en esta materia no serían tan elogiables si no fuera por el pasado nefasto que tiene nuestro país en relación con su moneda fetiche, el dólar estadounidense.
El precio del billete verde posee connotaciones que exceden por mucho las cuestiones económicas, ya que a lo largo de la historia su cotización ha sido utilizada como un claro factor de desestabilización o complicidad política. Los grupos con poder suficiente para operar sobre el tipo de cambio son consientes de lo que pueden hacer con esa fuerza, y por eso ponen el grito en el cielo cuando llega un gobierno que les disputa ese poder a favor del pueblo.
Los extensos períodos de tipo de cambio fijo retrasado, como en los años ’90, con climas de permanente estallido social, o las súbitas devaluaciones como el Rodrigazo de 1975 que devaluó el peso un 160%, y el fin súbito de la convertibilidad, son escenarios de profundo desgaste y pérdida de legitimidad para cualquier gobierno democrático, que lo deja con serias con serias posibilidades de tener que dejar el poder.
Dichos contextos no se generan azarosamente, sino que son el resultado de modelos económicos y proyectos de país diametralmente opuestos al que vivimos hoy en día.
En ocasiones, el tipo de cambio se utilizó para liquidar la industria nacional y dar por barrida la idea de una Argentina industrialista. La época de Martínez de Hoz o la convertibilidad son ejemplos de ello. “¿Industria para qué? Nuestras tierras son las mejores del mundo”, sostenían (y siguen sosteniendo) los defensores de la argentina agroexportadora.
Otras veces el manejo del dólar se usó como “golpe de mercado” para derribar proyectos alternativos de país, distinto al que los hegemónicos tenían en sus cabezas. El marco normativo del pasado les permitía operar coordinadamente para presionar por medio de corridas bancarias sobre el precio de la moneda norteamericana. Para ellos, ¡viva el liberalismo! Y los que puedan, que compren dólares a su antojo. Las consecuencias sociales que traerían aparejadas las fuertes devaluaciones se encargarían de hacer el resto con el gobierno rebelde. Tras lograr sus objetivos de avasallamiento institucional, se hacían libres de culpa y cargo, ya que en la sociedad quedaba la idea de que el estallido se debía a las políticas equivocadas de los gobernantes.
En el plano estrictamente económico, los defensores permanentes de las devaluaciones buscaron siempre transferir ingresos de los sectores populares hacia los sectores ligados al comercio exterior o los más concentrados de la industria; ya que el salario real disminuiría, por el efecto explosivo en los precios en moneda local, beneficiándose con una reducción en sus costos.
Frente a todas esas alternativas antiindustrialistas y antipopulares, el gobierno nacional responde con creatividad, rapidez y profesionalismo.
Esto le permitió encontrar un equilibrio en la disyuntiva inherente al tipo de cambio: entre la necesidad de un valor competitivo que incentive las actividades industriales para no perder empleo, y de un valor que garantice un salario real digno para los trabajadores.
Gracias a ello logró alejar con éxito el histórico problema de la restricción externa, es decir, la crónica escasez de moneda extranjera para sostener el crecimiento y desarrollo de la economía que afectó por décadas al país, sin tener que aplicar drásticas devaluaciones.
En toda esta planificación se utilizaron múltiples instrumentos y una combinación de políticas que va más allá de las cuestiones estrictamente cambiarias. Veamos algunas de las más importantes:
- En primer lugar, el manejo del tipo de cambio nominal, que se adaptó suavemente pero con distinta intensidad según las necesidades del momento. Esto va de la mano con el manejo de la política fiscal, combinación que ayudó a sostener los puestos de trabajo. En este sentido, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, que entró en vigencia con la Ley 26.739 en abril de 2012, dejó en claro que bajo este proyecto político, el dinero debe ser concebido como un instrumento económico, público y al servicio del pueblo.
- Otro punto crucial fueron las retenciones a las exportaciones, a fin de desacoplar el precio de las materias primas a nivel local de los internacionales en constante ascenso. La gente debe saber que gran parte de la escalada de precios de los últimos años es responsabilidad de los grupos políticos que, allá por el 2008, votaron en contra de la resolución 125.
- También es fue importante la política de administración de las reservas internacionales, comprando los dólares que sean necesarios para contraponerse a las fuerzas del mercado, y su posterior utilización en el proceso de desendeudamiento, que luego de una década logró reducir el porcentaje de deuda en moneda extranjera de un 96 a un 9% del PBI. El pago de 9.810 millones de dólares en 2005, es todo un símbolo de soberanía, ya que fue el comienzo de la emancipación y el fin del subyugo del capital financiero internacional.
- La aplicación de medidas para combatir el comercio desleal (antidumping) y las licencias no automáticas, para salvaguardar a la industria y el empleo, en un contexto de crisis mundial con excedentes de mercaderías que países como China buscaban colocar donde fuera. Esta medida contribuyó en el pico de la crisis mundial del 2009-2010 a mantener el saldo positivo de la balanza comercial.
- La administración del sistema de cambio, controlando la venta de moneda extranjera a fin de evitar operaciones en negro y el atesoramiento improductivo de esos sectores (fuga de capitales). En este sentido, las medidas implementadas por la AFIP en el año 2012 permitieron reducir el déficit en la cuenta de capitales en un 80%, que dada la crisis internacional y la consecuente caída en la demanda de nuestras exportaciones, de no haberse actuado al respecto, se habría generado una presión muy fuerte para devaluar el tipo de cambio.
- Además, como referencia de la competitividad del peso argentino, se tuvieron en cuenta la evolución de las cotizaciones de las monedas de los principales socios comerciales del país, como Brasil, y no solamente a la divisa yanqui.
Otra fortaleza notable, deriva de que todo el sistema aplicado es sumamente adaptativo, es decir que cuenta con la suficiente flexibilidad para intensificar alguna de las medidas cuando el contexto local o internacional lo requiere. Es decir, no hay un enamoramiento de las herramientas por sí mismas, sino el objetivo de garantizar los intereses de los sectores populares: el empleo y el poder adquisitivo del salario.
Frete a este despliegue de medidas, la oposición y los grandes medios de comunicación concentrados se preocupan por el precio del dólar ilegal: un puñado de operaciones cambiarias que no llegan al 5% de las operaciones de la balanza comercial y no influyen en el bolsillo de los argentinos. Y cuando proponen algo al respecto, hablan de volver al pasado, de libertad de mercado (para los mismos grupos de siempre), y de la necesidad de devaluar la moneda un 40% de una sola vez.