Por: Félix Piacentini
En muchos ámbitos los argentinos cada vez nos conformamos con menos, y uno en el que se aplica esta observación es en el de las expectativas económicas. La salida de Moreno, quien por lo visto era el único obstáculo al crecimiento del país, parece haber abierto la esperanza de un nuevo rumbo económico y racionalización de políticas, esperanza que en realidad no tiene demasiado sustento en la medida que la forma de ver la economía por parte del gobierno no ha cambiado.
En realidad ha prevalecido la visión más dirigista e intervencionista, la que llama a profundizar el lado más discutible del modelo y supone la existencia de súper funcionarios planificadores que son capaces de conocer y escrutar a fondo el funcionamiento de cada eslabón de la cadena de valor de cualquier producto, sus costos y estimar la “rentabilidad razonable” que debería tener cada productor y empresario. Si ese cálculo incluye la inflación de dos dígitos que padecemos y el nivel de seguridad jurídica que tenemos, en realidad los empresarios no debieran preocuparse porque la rentabilidad razonable tendría que ser altísima.
Ironías aparte lo más probable, sin embargo, es que como ya sabemos y ha sido probado sobradamente, la “adecuación” a la “rentabilidad razonable” implique menor inversión, menor producción y escasez de algunos productos por ajustes en las cantidades. Suponer que el culpable de la inflación es el empresario que maquiavélicamente remarca sus precios para aprovecharse de la gente, comportamiento que salvo en una situación monopólica sería absolutamente irracional, y no consecuencia de un fenómeno monetario originado en la emisión espuria para financiar el creciente déficit público con la desconfianza en el peso que ello ha provocado, es más de lo mismo y no permite avizorar ningún cambio alentador.
Si este diagnóstico erróneo es el que se utilizará para aliviar los problemas de competitividad y cuellos de botella de las cadenas de valor de las economías regionales, acuciadas por retenciones elevadísimas, una carga tributaria nacional y provincial récord, costos salariales y de transporte crecientes con déficits de infraestructura productiva y de transporte sin resolver; entonces las perspectivas de un nuevo enfoque se reducen aún más.