Por: Fernanda Gil Lozano
El insulto es, generalmente, una práctica social desaprobada y rechazada. Con frecuencia el insulto se refiere a la sexualidad, a los padres, algún defecto físico o discapacidad mental de la persona a quien se dirige, en resumen cualquier cosa que pueda ofender o molestar al que va dirigido.
En un país con tan altos índices de femicidios y violencia mediática, no puedo decir que me haya sorprendido que un diputado nacional se refiera tan vilmente a una compañera de recinto. A esto agreguemos que estaban todos los canales nacionales y radios transmitiendo. En los 4 años que trabajé como representante del pueblo en la Cámara baja he presenciado muchas veces que cuando una mujer tiene una opinión que no es acompañada por un legislador, enseguida aparecen dos conceptos que se dicen sin tiempo para pensar: “loca” y “puta”.
Es muy triste que varones que debieran dar el ejemplo -porque entre otras cosas, fueron votados por hombres y mujeres de nuestro país-, ante la ausencia de argumentación, recurran a estas palabras que en realidad hacen mucho más que insultar: descalifican, ofenden, estigmatizan y simultáneamente discriminan negativamente a una igual. El insulto suele ser el punto de partida a otro tipo de violencias y en nuestra sociedad reviste una gravedad mayor ya que, lamentablemente, el carácter naturalizado e invisibilizado del fenómeno de la violencia de género es percibido y asimilado como parte de la “normalidad” o, lo que sería peor, como una experiencia “normativa”, es decir, que participaría del conjunto de las reglas que crean normalidad.
Yo le explicaría a este joven diputado Andrés Larroque, miembro de “La Cámpora”, que le debe mucho al género: desde su nombre hasta su agrupación. Y le agregó un pensamiento de una mujer sabia e inteligente, Amparo Larrañaga, que lo puede hacer pensar en su investidura, en la pedagogía y las responsabilidades que se asumen a la hora de hacerse cargo de una banca nacional: “El hombre tiene miedo a la pérdida del poder, le asustan las mujeres que saben lo que quieren y están seguras de sí mismas”.
También me gustaría informarle sobre los datos recavados en la última investigación realizada por La Casa del Encuentro, que revelan que cada 35 horas se registra un caso de femicidio en el país, fueron 255 las mujeres asesinadas durante el 2012.
Insultar a una mujer, en este caso compañera de trabajo, en un debate público sobre un tema gravísimo como el caso AMIA, está muy lejos de concientizar y luchar sobre el flagelo de la violencia de género. Creo que debemos, incluyo por su visibilidad, especialmente, al Congreso Nacional, aunar esfuerzos y sin banderas políticas enfrentar la violencia de género, no como un mal menor, sino como problemática que atraviesa a todas las edades, ámbitos y clases sociales.