El próximo 30 de septiembre, Buenos Aires será protagonista de un hecho triplemente inédito. Por un lado, la más importante empresa de transporte fluvial de pasajeros del Río de la Plata (Buquebus) incorporará a su flota un nuevo barco dotado de propulsión a gas, un concepto de propulsión naval totalmente innovador que permite reducir prácticamente a cero la contaminación ambiental por gases de escape. A ello se le puede adicionar que la extraordinaria velocidad máxima que desarrolla la nave es de 58 nudos (107 kmts/hora). Piense, amigo lector, que si el barco se desplazara imaginariamente por la avenida General Paz, sería multado por exceso de velocidad.
En segundo lugar, si bien el nombre original de la embarcación sería el del fundador de la empresa naviera rioplatense (López Mena), la llegada del cardenal Bergoglio al sillón de Pedro en plena etapa final de alistamiento del buque produjo un radical cambio de planes. Será bautizado como “Francisco Papa”. Sin lugar a dudas, primer santo padre en ejercicio de su papado que tendrá un barco con su nombre.
El tercer hecho inédito en la historia de la navegación argentina es que la presidente de la Nación será su madrina de bautismo… Aquí es donde cualquier lector con un poco de memoria podrá revelarse a mi propio relato. “Si por lo menos 3 o 4 veces en estos años la presidente bautizó distinto tipo de embarcaciones, ¿qué no está contando este señor?”.
Tiene razón, amigo lector, y hasta en una ceremonia de bautismo le tocó a este columnista ser el presentador en sociedad de la nave a ser amadrinada por la Jefa de Estado. Pero lo inédito de este bautismo en especial es que el flamante y coqueto “Francisco Papa” llevará en su popa el pabellón uruguayo. Será tripulado por oficiales y marineros uruguayos y pasará obviamente a engrosar el tonelaje de registro de la marina mercante uruguaya, tributando al fisco oriental. Siendo éste el verdadero hecho inédito, el cual no es más malo en sí mismo pero debe necesariamente habilitar una serie de reflexiones.
En lo político, Cristina le debe el madrinazgo a una iniciativa personal del presidente Mujica, constituyendo un claro gesto de contrarrestar, al menos un poco, tantos otros hechos que vienen deteriorando las relaciones bilaterales. Otro hecho similar fue la invitación a la ceremonia de inauguración de la planta de ANCAP que Uruguay construyó con ayuda técnica de Argentina y que terminó con caras largas de nuestros vecinos, cuando la presidente confundió los términos del trato comercial pensando que la inversión de 400 millones de dólares era argentina cuando la cosa no era así.
En lo económico, la llegada de otra nave con pabellón extranjero a nuestras aguas no puede ser achacada a la perversidad de un grupo empresario que atenta contra el modelo, integra una conspiración mediática de la corpo o forma parte de la cruzada destituyente. Más allá del patriotismo, el amor a la bandera, la escarapela y al himno nacional, el negocio naviero -como tantos otros- es un negocio de capital intensivo. Esta joya de la tecnología naval que se incorpora tiene un costo de varios cientos de millones de dólares y su vida útil será a todas luces mucho más corta que cualquier estructura edilicia terrestre que a un costo equivalente albergue a una planta fabril (la ex Botnia, por ejemplo).
La Argentina perdió hace varios años su marina mercante de ultramar; de la mano de esa pérdida, también perdemos por año más de 4000 millones de dólares pagados en fletes por exportaciones e importaciones a empresas de transporte marítimo extranjeras. Es muy cierto también que recuperar una marina de ultramar con bandera argentina es hoy por hoy un tanto utópico por innumerables factores que escapan a responsabilidades gubernamentales locales, entre ellos la existencia de las denominadas “banderas de conveniencia” con estándares impositivos, laborales y técnicos que los ponen en ventaja comparativa abismal. Por otra parte, una política comercial que castiga a los exportadores y que por poco no crucifica a sus importadores, no puede ni soñar con contar con buques nacionales, ya que lo usual es que estos naveguen con sus bodegas lo más cargadas posibles tanto de ida como de vuelta.
Pero cuando observamos que el Río de la Plata es surcado por buques uruguayos que transportan mayoritariamente a pasajeros argentinos. Cuando vemos pasar el 95% de las cargas que se transportan por la hidrovía Paraná Paraguay en trenes de barcazas o embarcaciones fluviales de bandera paraguaya, brasilera o boliviana o cuando descubrimos que los pocos buques mercantes que mantienen el pabellón argentino en sus popas lo hacen simplemente porque a sus armadores no les queda otra alternativa, deberíamos cuando menos preguntarnos por qué.
¿Será porque los convenios laborales de los gremios marítimos argentinos sean mejores para los trabajadores respecto a los de sus pares del resto de la región, con la contrapartida de incrementar los costos de operación de buques bajo convenio y bandera argentina? Tal vez. ¿Será por las exigencias técnicas y profesionales exigidas por la autoridad marítima de nuestro país para cumplimentar por parte de tripulantes como así también las correspondientes a la habilitación de embarcaciones, hacen que naves que jamás serían habilitadas por parte de nuestra Prefectura Naval (la más profesional y eficiente de la región, por lejos) naveguen “protegidas” por habilitaciones mucho más precarias admitidas por otras banderas? Muy probable. ¿Y qué decir respecto a la gran cantidad de complicaciones impositivas que afronta un armador argentino respecto a un similar de otra bandera y que originan situaciones tan curiosas como las que hacen que un buque argentino pague IVA cuando carga combustible en cualquier puerto argentino y uno de bandera extranjera que compite con el anterior esté exento?
Necesario e imprescindible resulta en este caso, exculpar a la actual gestión gubernamental de tamaños desajustes. La política naviera nacional viene siendo errática -cuando no inexistente- desde hace mucho pero mucho tiempo. Supimos ser una potencia naviera (en nuestra escala regional, claro está) pero de aquello sólo quedan recuerdos.
Lo que tal vez sí pueda reclamarse a una gestión como la actual -que “maltrata” con “cariño” a una empresa de aviación de capital chileno pero con aviones matriculados en el país y con tripulantes argentinos, en supuesta defensa de nuestra aerolínea de bandera- es que preste un poco más de atención a lo que viene ocurriendo desde hace tiempo en nuestro mar y fundamentalmente en nuestros ríos. Y que se encare de una vez una política de Estado acorde a una Nación con nada menos que 2.800.000 kilómetros cuadrados de plataforma marítima.
Sin ser experto en materia tributaria, creo que si alguien se dedicara a un profundo estudio de las “asimetrías “ navieras regionales, equilibrando adecuadamente incentivos para una actividad que necesariamente enfrenta la competencia de empresas extranjeras en un mismo mercado común pero con reglas de juego distintas, podría darse vuelta una ecuación que al presente es francamente desastrosa para nuestro país.
Hace poco más de tres meses, los argentinos aplaudimos con alegría la entronización del papa Francisco. El primer papa argentino. En pocos días más aplaudiremos el bautismo del “Francisco Papa”, pero esta vez tendremos que guardar el patriotismo para otra oportunidad. Cuando lo veamos surcar el Río de la Plata o cuando lo abordemos como alegres pasajeros, detengámonos un minuto para recordar al prócer de moda y preferido de la presidente, Manuel Belgrano, que una y mil veces repetía: “Una Nación que deja hacer por otra una navegación que puede hacer por sí misma, compromete su futuro y el bienestar de su pueblo”. ¿Quedó claro?