Dígame la verdad -amigo lector-, si usted fuera presidente de la república, de una multinacional, de un club de fútbol o aunque más no sea del consorcio donde vive, ¿no le gustaría tener guardianes que defiendan con tanta pasión su accionar como lo hacen a diario espadachines del modelo de la talla de Aníbal Fernandez, Miguel Ángel Pichetto o Agustín Rossi?
Cada uno en su estilo, representan a la perfección el ideal del subordinado perfecto, del discípulo fiel y hasta creo que para más de una mujer serían casi como el marido soñado, dispuestos siempre a inmolarse por el amor que profesan a su ama. Perdón, a su dama.
Particularmente, en el caso del ahora devaluado ministro de Defensa, no se le puede negar el talento profesional con el que defendió los colores del Frente para la Victoria en la Cámara de Diputados; el hecho de que uno no coincida con su pensamiento ni que nadie le crea nada de lo que dice, sean sus declaraciones para brindar su particular explicación sobre “submarinos emergentes”, la colaboración del Ejército en la lucha contra el narcotráfico o la compra de aviones con más de 40 años para la actual fuerza aérea desalada, es otra cuestión. Pero el hombre le pone garra.
Como la mente de un jerarca político de la talla de nuestra jefe de Estado es insondable para el común de los mortales, muchos de esos mortales nos preguntamos por qué sacrificó a un alfil tan importante como Agustín Rossi, relegándolo a un área de gobierno de escasa importancia para el modelo, llevándolo a una función en donde solo goza de respeto de forma por parte de sus subordinados, quienes en más de una ocasión contienen la risa ante sus lógicamente inexpertas preguntas o alocadas decisiones en materia de defensa, fruto ambas del total desconocimiento del área que maneja. En más de una oportunidad el ministro se enoja con estas columnas y comparte su enojo con un entorno que las suele festejar.
Pero en las últimas horas ocurrió un hecho de por sí curioso. El ministro de Defensa abordó con mediana seriedad el tema narcotráfico, expresando algo que uniformados y civiles conocen en mayor o menor medida. Argentina ya no es un simple país de tránsito para la droga y la cosa se está saliendo de madre, siendo que las estructuras políticas que deben enfrentar al flagelo narco se ven desbordadas por la situación.
Y cuando todos empezamos -en oficinas, bares y cuarteles- a creer que el ministro comenzaba a madurar, un funcionario doblemente inferior en jerarquía fue el encargado de hacerle saber que esta vez quien no le cree es el propio gobierno que integra. Lo de doble subordinado viene a cuento al rango político de Sergio Berni (secretario y no ministro) y a la paradoja de que al ser a la vez personal militar en actividad, mientras no pierda este estado Rossi sigue siendo su superior mediato.
La lapidaria intervención del vocero presidencial y jefe de gabinete, quien dio decididamente la derecha al teniente coronel médico jefe de las fuerzas de seguridad federales, ha dejado al ministro de Defensa tan indefenso como las fronteras de la patria. Lamentablemente para don Agustín, este cachetazo público lo sorprende en el cargo equivocado. Una cosa es ser ninguneado por sus camaradas políticos y salir al día siguiente a la arena nuevamente desde una banca en el Congreso, donde las reglas de juego y la mística parlamentaria permiten casi cualquier cosa, y otra muy distinta es pretender un dejo de respeto (me refiero al que vale, al de fondo, no al simple saludo militar matutino) por parte de sus actuales subordinados militares, quienes llevan en su ADN una natural percepción sobre quién manda y quién se cree que manda.
Sin soles de general sobre sus hombros, un teniente coronel del escalafón profesional puso en caja al representante del comandante en jefe ante los uniformados de las tres fuerzas armadas. Y tenga por seguro, estimado amigo, que el hecho no pasó desapercibido desde la Antártida a La Quiaca.
Es muy probable que fiel a su estilo, la jefa organice la salida de Rossi para el momento menos pensado; seguirá el camino de Pampuro, de Garré, de Puricelli o de tantos otros que son eyectados del círculo sagrado mucho después de aquietada la tormenta en cuyo ojo se supieron ubicar; lo cierto es que para la percepción de sus conducidos “Agustín ya fue”.
El teniente coronel fue muy explícito al marcarle a sus dos veces superior que “el que anda todo el día con el tema droga soy yo”. ¿Se dio cuenta, amigo lector, de que en general los ministros del modelo no hablan? Sacando las matinales actuaciones del ministro vocero o las peculiares apariciones del ministro de Economía, no hay mucho para escuchar. ¿Le conoce usted la voz al ministro de Educación, a la ministra de Seguridad, al de Salud? Don Agustín no perdió la impronta del “parlare” propia de su anterior función. Y como hoy más que nunca “el pez por la boca muere” sus viejos vicios parlamentarios (antes tan útiles) lo están lapidando un poquito cada día.
Por ahora y hasta que la jefa lo decida, seguirá transitando los marmolados pasillos del edificio Libertador; cuidarán las puertas de su despacho soldados de las tres armas en perfecta rotación cada dos horas, prestos acudirán sus edecanes al escuchar el timbre de llamada y circunspectos generales, almirantes y brigadieres responderán a sus órdenes con un marcial “comprendido, señor ministro”; en el fondo y como es de práctica cuando se olfatea el fin, esperarán un poquito para cumplir lo ordenado. Total a quién le importa.