Cuando todavía quedaban en nuestros hogares resabios de los festejos por un nuevo año, cuando muchos de nosotros circulábamos distendidos por algún centro veraniego y cuando la reina del Plata transitaba la tradicional modorra estival, la noticia de la muerte del fiscal Alberto Nisman sacudió los estamentos sociales en lo más profundo.
Las patéticas imágenes del teniente coronel, médico Sergio Berni, inundando una escena de crimen en la que nada tenía que hacer, las mucho más patéticas expresiones de la ex Presidente de la nación, la controversia sobre lo ocurrido aquella madrugada, las dudas sobre si el médico de la prepaga pudo actuar o si no, y la vergüenza extrema por el accionar de una fiscal que nunca pudo concluir el primer paso de la investigación y determinar si Nisman se mató, si fue invitado a matarse o si lo hizo por propia determinación, marcaron el inicio de un 2015 que muy difícilmente será olvidado por aquellos a los que nos tocó vivirlo.
Es indudable que el suceso antes narrado, querido amigo lector, nos acompañó a lo largo de todo el año y aún hoy ocupa parte de nuestra agenda de interés, pero la vorágine de la política lo apartó muchas veces del foco de atención; aunque por su trascendencia, resulta inexorable que reaparezca una y mil veces hasta que lleguemos a la verdad.
Pero esencialmente el año que nos deja fue un ciclo electoral complejo y cargado de sorpresas. Primero, las PASO, con el intenso desfile de miserias por parte de los más conspicuos dirigentes del Frente para la Victoria, los inventores del sistema de primarias abiertas a los que no les gusta participar de su propia creación. La mascarada de múltiples candidaturas presidenciales que fueron borradas de un plumazo por la elección a dedo del candidato de ella (aunque, en el fondo, más que ungirlo lo terminó sepultando); Aníbal Fernández y su cruzada contra Julián Domínguez no dejó lugar a la menor fantasía: ambos pusieron toda la carne en el asador y se tiraron no sólo con índices de gestión, sino también con narcotraficantes vivos y muertos; incluyendo al hoy prófugo Martín Lanatta, y la asignación de responsabilidades hasta por la famosa entrevista televisiva.
El ocaso de la reina, su insufrible agonía y su súplica a quién sabe qué dioses del Olimpo para retardar el inexorable final de la entrega del poder, nos tuvo en un ridículo vilo ciudadano a efectos de no perder detalles de dónde, cuándo y cómo la banda y el bastón llegarían a manos del nuevo Presidente. Hasta la Justicia tuvo que laudar notificando a la señora que a las 00.00 del 10 de diciembre se tenía que ir.
Un festival de nombramientos, designaciones, ungimientos, ascensos, pases, transferencia de recursos y trapisondas administrativas varias marcaron los últimos meses de la nefasta década ganada para nada ni para nadie (bueno, sí, para ellos y los amigos de ellos). Miles de empleos públicos creados solamente para profitar con los dineros públicos o para entorpecer la gestión del sucesor, sea quien fuere el elegido, enmarcaron las últimas millas de la navegación k.
Un Poder Legislativo totalmente funcional a los pareceres, los caprichos y las conveniencias de ella estuvo obviamente a la lamentable altura de las circunstancias para modificar códigos legales, reasignar funciones a jueces y fiscales y preparar en todo lo que fuera posible el terreno para una huida exitosa y sin sobresaltos.
El Poder Judicial, dividido entre probos y pecadores, libró su propia batalla interna. Por un lado, muchos funcionarios intentaron colaborar hasta último momento con los deseos de la jefa, mientras que una buena parte del estamento judicial se puso firme frente al atropello y evitó realmente que el desastre institucional adquiriera dimensiones catastróficas e irrecuperables.
Y tal como siempre lo decimos desde esta columna, sectores periféricos del poder y con casi nulo impacto en la opinión pública, pero totalmente funcionales a la política y no la patria pusieron a sus hombres y sus medios al servicio de la continuidad del relato. Entre ellos, obviamente, las estructuras de inteligencia civil y militar. Ya que hablamos de uniformados, el rol de los máximos jefes de las Fuerzas Armadas de la nación en este año sería digno del accionar de un tribunal de honor militar, si no fuera porque el modelo arrasó con la justicia militar.
Y entre dimes y diretes llegamos a octubre y Aníbal comprendió que por más frases tan ingeniosas como groseras que ensayara María Eugenia Vidal sería ungida para recuperar una provincia arrasada por años de prostitución política. Daniel Scioli, entretanto, recibía una clara señal: la segunda vuelta sería difícil, muy claro estaba que mucha gente no lo quería y no tan claro estaba que los que decían quererlo lo quisieran de verdad.
Llegó el día de la verdad y perdieron. Aunque no querían irse, se fueron, cantando, gritando, protestando y amenazando, haciendo sus “innecesarias necesidades” en la puerta de la Catedral, renegando del 52% de un pueblo que al parecer no es digno de respeto y haciendo lo que mejor hacen: mentir, inventar y relatar.
Los otros asumieron y nos dieron al menos un poco de respeto en el trato y la normalidad en la formas. Claro que está todo por hacer, no estamos mejor, pero estamos un poco más calmados; sin arengas nacionalistas baratas y sin matones con gruesos bigotes. Sin censores de medios que les cobran peaje a sus empleados, sin cancilleres que negocien con terroristas, sin admiradores de dirigentes cubanos maduros ni Maduros venezolanos. En fin, con una tibia luz de esperanza. Tampoco digamos para extender cheques en blanco, pero al menos para escuchar la oferta.
Papá Noel nos trajo la condena para un grupo de funcionarios corruptos por primera vez en nuestra historia reciente. Nos trajo la libertad de elegir cómo ahorrar o gastar sin ser sospechados de traidores a la patria o tratados como delincuentes. Si tenemos la suerte de viajar, ya no es necesario informar en una planilla fiscal si lo hacemos por tren, subte o avión y si nos acompaña nuestra pareja o no tan pareja. ¿No es increíble a lo que habíamos llegado?
Mauricio Macri no es Dios, María Eugenia Vidal no es la Madre Teresa y Marcos Peña no es San José; eso está más que claro y, por otra parte, no necesitamos que lo sean. Pero son las caras visibles de una posibilidad de cambio. Cometerán errores; seguramente usted, yo y tantos otros como nosotros nos veremos más de una vez criticando su accionar, pero hay una ilusión. Hay una luz para probar otras cosas, otros modos y otras formas.
Arrancamos el año con una tragedia, lo terminamos con una esperanza. Brindo de todo corazón por usted, que me ha seguido todo el año, por nuestra patria, nuestras familias y porque Dios ilumine a los hombres y las mujeres que se hicieron cargo de una república en llamas.
Que 2016 sea nuestro año. ¡Felicidades!