Por: Fernando Rosso
En la provincia de Mendoza existe un dicho popular en los ámbitos politizados que sentencia que “si se rasca mucho a un radical, te sale un ganso”. Esto quiere decir que todo referente o dirigente radical esconde, en su esencia, los valores y las ideas políticas del conservador y jurásico Partido Demócrata (“los gansos”). El resto, la imagen de la superficie, es pura simulación para las campañas electorales.
El mismo aforismo podría aplicarse al kirchnerismo (y a gran parte de la casta política argentina); hay que tener cuidado con rascar mucho a un kirchnerista, porque lo más probable es que emerja un duhaldista o un menemista y hasta un “ruckaufista”.
En la tarde del miércoles se informó que Julián Domínguez bajaba su precandidatura presidencial dentro del Frente para la Victoria (lo confirmó luego el mismo Domínguez en el programa “6,7,8”) y se proponía como posible candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires en una lista para las PASO que encabezaría Florencio Randazzo, enfrentando a Daniel Scioli.
En ese marco, el Ministro de Interior y Transporte y el Presidente de la Cámara de diputados conformarían la fórmula del “kirchnerismo puro”, para desafiar a la presunta heterodoxia moderada del gobernador bonaerense.
Rasquemos un poco (no tanto) en la trayectoria de Julián Domínguez, la nueva esperanza blanca de cierto progresismo para competir con la “derecha” de Scioli. Algo así como un mal menor, dentro de otro mal menor.
En octubre de 1999, la Alianza ganaba las elecciones a nivel nacional y encumbraba al inefable Fernando De la Rua en la Presidencia. La provincia de Buenos Aires, sin embargo, quedaba en manos del peronismo: Carlos Ruckauf y Felipe Solá eran elegidos gobernador y vice. Poco antes de asumir y en el mismo acto en el que confirmaba que Aldo Rico sería su ministro de Seguridad y Raúl Othacehé ocuparía el Ministerio de la Gobernación, Ruckauf anunciaba que Julián Domínguez, su “hombre de confianza”, se haría cargo de la cartera de Obras Públicas (La Nación, 5/11/99). La relación entre ambos venía de mediados de los años 90, cuando trabajaron juntos en el Ministerio del Interior, bajo el gobierno de Carlos Menem.
En la campaña electoral para la gobernación, Ruckauf se había hecho famoso y pasó a la historia por sus propuestas para la llamada inseguridad que dejarían a Sergio Massa y sus cámaras callejeras casi como un inofensivo garantista. “A los delincuentes hay que meterles bala (…), no hay que tener piedad (…), al policía que mata a un delincuente hay que condecorarlo, no procesarlo (…), al que delinque hay que darle por la cabeza (…), la bala que mata a un ladrón es la bala de la sociedad”, había afirmado “el hombre que ríe”, como lo calificó en su libro sobre la biografía de Ruckauf, el periodista Hernán López Echagüe.
Un poco más atrás en la historia de Ruckauf, la periodista alemana Gaby Weber, quien investigó la desaparición de obreros y delegados en la planta de Mercedes Benz de Cañuelas (Buenos Aires) y la complicidad de la conducción del gremio SMATA, la dirección de la empresa y el entonces Ministro de Trabajo, Carlos Ruckauf, confirmó que éste había solicitado “la eliminación de los subversivos de la fábrica”, cuando ocupaba esa cartera en 1975 bajo el gobierno de Isabel Perón.
Paréntesis: hay que reconocer que Domínguez mantiene fidelidad a la tradición y a los aliados de sus mentores políticos. El pasado 10 de septiembre, como Presidente de la Cámara de Diputados, permitió el ingreso de una patota de SMATA al recinto para hostigar al diputado del Frente de Izquierda, Nicolás del Caño, que defendía a los despedidos de la autopartista Lear Corporation, frente a la complicidad del gremio con la empresa. Casi la totalidad de la Cámara, con excepción del bloque oficial, se solidarizó con Del Caño.
El martes 5 de septiembre del 2000, el diario Hoy de La Plata, publicó en su página 8 un artículo titulado “Domínguez salió en defensa de Ruckauf por las críticas vertidas desde la Nación”. El matutino bonaerense informaba que este funcionario, que siempre estaba en la primera fila en la defensa de Ruckauf, protestaba porque se pretendía minar la confianza entre el presidente (De la Rúa) y el gobernador, que eran… “hombres de confianza”.
A comienzos de enero del 2002, Ruckauf renunciaba a la gobernación de Buenos Aires, en medio de crisis, protestas, atrasos en los pagos a los trabajadores estatales y patacones. Asumía Felipe Solá y el diario Clarín informaba que “Julián Domínguez, estrecho colaborador de Ruckauf, permanecería en Obras Públicas” (Clarín 2/01/02).
Su ascenso siguió ese mismo año cuando asumió Eduardo Duhalde como presidente (Ruckauf fue canciller) y él obtuvo el cargo de vicejefe de Gabinete. En 2003, trabajó junto a José Pampuro en el Ministerio de Defensa.
Luego fue uno de los jefes de campaña de “Chiche” Duhalde, cuando en 2005 enfrentó a Cristina Kichner en Buenos Aires en las elecciones legislativas. Y en 2009, luego de la derrota y la capitulación del gobierno frente a nada más y nada menos que la mismísima oligarquía, asumió la dirección del flamante Ministerio de Agricultura, con la presencia en pleno de la Mesa de Enlace de las patronales agrarias. No oculta su simpatía con “el campo”, especialmente y sobre todo, con sus dueños.
En síntesis, menemista, duhaldista, ruckaufista, íntimo del patoterismo sindical y como frutilla del postre, “sojero”. La verdad es que tiene todas las credenciales del “kirchnerismo puro”.
Hay un refrán que dice que “los peronistas son como los gatos, parece que se pelean pero se están reproduciendo”. Frente a éste hay otro que contesta, “los radicales son como los perros, parece que se mueven pero se están rascando”.
El “kirchnerismo puro” tiene problemas cuando se mueve, pero el verdadero desastre lo produce cuando se rasca.