Hijo, ¿qué hago?

Gastón Recondo
"Mis hijos no quieren que los amenacen o que me insulte gente de cuarta", dijo Marcelo Tinelli. Su querido San Lorenzo le pide a gritos una mano, incapaz de protegerlo en sus buenas intenciones. Tinelli parece tener la capacidad necesaria para mantener a flote al club de sus amores. No obstante, hace rato que en la Argentina la aptitud y el deseo de trabajar dejaron de ser admiradas y reconocidas. Las caras nuevas son bienvenidas siempre y cuando no atenten contra las conveniencias subliminales y ocultas de personas que generalmente esconden sus rostros. Sabe muy bien el nacido en Bolívar que con su amor por el "Ciclón", sus contactos poderosos y su profundo conocimiento del negocio de los medios y el fútbol no alcanza. Vivimos en un país donde las decisiones no las toma el que sabe sino el que siente. Y los hijos suelen sentir miedo. Es natural. Desde que uno es padre descubre temores también e inseguridades en su propia persona que jamás hubiera imaginado que existían. La firmeza en las determinaciones de los adultos es inversamente proporcional a la influencia de sus hijos en ellos. Y aunque suene absurdo, cuanto más amor se tiene por alguien, más grande es el pánico a que algo pueda dañarlo. Los humanos solemos ser culposos. Sin detenernos en el origen de este comportamiento, que seguramente viene de lo religioso, lo concreto es que muchas veces tratamos de encontrar aprobación en nuestros hijos para definir qué hacer. Alguna vez, mi terapeuta me explicó que puede ser contraproducente el hecho de habilitar a un niño con su opinión en temas que deben resolver los adultos. Según sus estudios, los chicos salen más traumados después de situaciones confusas que de recibir imposiciones. Consensuar constantemente puede derivar en la distorsión de quién es quién en la familia, de quién debe velar por quién, de quién debe proteger y quién dejarse cuidar. No es autoritario el padre que obliga a su hijo a pasar por una determinada experiencia. Es padre, simplemente. Esto no significa que uno no deba considerar los efectos colaterales que puedan caer sobre sus hijos a partir de su accionar. Todo lo contrario. Estamos hablando de hombres sensibles y responsables del cuidado y crianza de sus hijos. Confieso que me costó entenderlo a Sergio, mi psicólogo. De hecho, son muy pocas las veces que sigo sus consejos. Sin embargo, admito que debe tener razón. Lamentablemente, no hay un instituto donde te enseñen a ser padre. No se estudia ni se hereda. Se aprende con el correr de la vida, con las lecciones que ofrecen los tropiezos. En cierto punto, los hinchas de San Lorenzo se pueden enojar con Tinelli, es parte del juego. Lo que no deberían ignorar es que se puede amar mucho a una camiseta, aunque nunca más que a un hijo. Y el reproche estará aguardándolo a la vuelta de la esquina, él lo sabe. También es consciente de que si se enojan todos menos sus hijos será mucho más soportable el sufrimiento. Que me disculpen los psicólogos, los fanáticos y los insensibles. Mientras aprendo a ser padre, prefiero ver a mis hijos viviendo en paz. Total, cuando sean grandes me van a entender. Todos.