Por: Gastón Recondo
Los argentinos carecemos de referentes. No quiero decir con esto que no haya hombres o mujeres nacidos en nuestro suelo capaces de marcar el camino correcto. Creo que el problema está en la mala elección de nuestra parte. En tiempos en los que todo se politiza, la intención es ir más allá de los que buscan votos, y la idea es enfocarnos en aquellos que pudieron habernos servido de faro, impidiendo nuestra ceguera o necedad que viésemos y aprovechásemos su existencia.
Uno de los grandes defectos que tenemos es que nos identificamos más rápidamente con los que son como nosotros que con los que son como deberíamos ser. Está claro que nuestra forma de ser y proceder no nos trajo al mejor lugar como sociedad. Sin ser extremadamente exigente ni injusto, el ejemplo más notorio aparece en la enorme diferencia que se hizo y hace entre Maradona y Messi. Salvo la zurda mágica y el suelo natal, nada los iguala. El mundo en el que se crió Diego no fue el mismo que formó a Lionel. Con padres idénticamente generosos y sanos, Pelusa se rebeló ante cada hecho de injusticia que apareciera en su camino, con la irreverencia que surge naturalmente cuando te llevan a la cima sin prepararte para manejarte a semejante altura. Por su parte, Leo simplemente se dedica a jugar a la pelota. No le interesa otra cosa, y se comporta como un ser medido y ubicado. Para algunos, desinteresado o poco comprometido. Para otros, lo suficientemente inteligente para discernir cuándo y con quiénes es conveniente meterse. Los argentinos somos, por idiosincrasia, como Maradona. Tan iguales a él somos, que en el momento de ajusticiarlo no tenemos piedad, y perdemos la memoria.
La semana pasada tuve la oportunidad de presenciar el duelo más importante que existe en el fútbol italiano. Juventus, equipo más prestigioso y condecorado de aquel país, recibía al Inter de Milán. El partido me sirvió de excusa para investigar lo que realmente me interesaba del viaje. Hace 20 años que conozco y aprecio a Néstor Omar Sívori. Además de ser abogado y representante de jugadores, Néstor es hijo del legendario Enrique Omar Sívori. “Chiquín” para los nicoleños, “Cabezón” para los riverplatenses, o simplemente Omar para los piamonteses, aquel extraordinario futbolista es todo un prócer en la historia de la Juventus. La Vecchia Signora es el único equipo que posee un estadio propio en Italia. Inaugurado hace un año y medio, con capacidad para 41 mil personas sentadas, el norte italiano puede ofrecer al mundo un escenario de avanzada. Sin embargo, más allá del admirable desarrollo de ingeniería en cuanto a los accesos, gradas, y sobre todo iluminación, lo que más me impactó fue el valor que le dan a un argentino. En la puerta principal hay un museo que repasa toda la historia del equipo, como así también los momentos más trascendentales de la Selección Azzurra. En medio de semejante marco, rodeado de nombres llenos de prestigio como Platini, Boniek, Del Piero, Scirea, Orsi o Laudrup, aparece en un lugar destacado la figura del nacido en San Nicolás allá por 1935. Conmueve ver el respeto y admiración que aún hoy demuestran hacia nuestro compatriota. Molesta que en 7 años (fue el tiempo que jugó con la camiseta de la Juve) hayan advertido valores en él que nosotros no notamos en toda una vida.
Cada persona que lo conoció coincide en las cualidades que ofrecía Sívori. La humildad bien entendida era tan marcada como la intransigencia ante lo que consideraba injusto. La rectitud y responsabilidad ante el trabajo no se negociaba. De carácter fuerte, por demás serio ante la gente que no conocía, inmensamente querible por quienes supieron conocerlo en profundidad.
Al lado del Palco presidencial hay un sector especialmente dedicado a su memoria y a su legado. Cada vez que la Juventus juega como local, 1500 personas llenan las butacas del Palco “Omar Sívori”. Un salón muy bien cuidado y decorado con gigantografías del crack de los años 50 y 60, con pantallas exhibiendo las jugadas maravillosas que solía crear, sirve para que los hinchas compartan un aperitivo o un refrigerio antes o después del partido o incluso en el entretiempo. La intención manifiesta de dicho salón es que las nuevas generaciones tengan bien claro cuál es el camino a seguir, el ejemplo correcto, el modo adecuado de ponerse una camiseta y defenderla.
Volví maravillado. Admito que este tipo de reconocimientos hacia hombres que nacieron en nuestro país me emocionan. A su vez, debo reconocer que me indigna, sobre todo, cuando veo que es un acto recurrente entre nosotros desaprovechar los ejemplos correctos. Desde que somos país, es interminable la lista de personas que debieron emigrar para ser valoradas debidamente, salvo que prefirieran quedarse a ser despreciados por los sabios de turno. La luz de la esperanza la enciende el hecho de que de una tierra tan contaminada siguen surgiendo hombres de valor. Vaya uno a saber cuántas oportunidades más dejaremos pasar.