Por: Gastón Recondo
Ya está. Se terminó este tiempo de Matías Almeyda como técnico de River. Imprevistamente, entre gallos y medianoche, como suelen hacer los que no dan la cara, le avisaron por teléfono que la decisión de su discontinuidad era un hecho. No decir las cosas mirando al otro a los ojos no es un rasgo exclusivo de los cobardes.
A no confundirse. También está la soberbia como elemento de impulso para ciertas evasiones.
La comisión directiva de River y, en especial, su presidente, gozan de todo el derecho del mundo de elegir quién debe ocupar cada cargo. Para eso los socios los votaron masivamente hace tres años. No comulgo con aquellos que sostienen que hay que seguir a cada paso el camino que pide la mayoría. Para eso, que supriman los comicios y que dicte los rumbos de los clubes una encuestadora de turno. No es la idea.
Almeyda cometió errores como todo principiante. Su fuerte carácter y la necesidad de ser apreciado por sus dirigidos lo llevó a algunas contradicciones que él mismo verá, dentro de un tiempo, difíciles de digerir por parte de los afectados. Seguramente, Cavenaghi y el “Chori” Domínguez hubieran querido saber que debían irse escuchándolo en persona. Lo mismo Almeyda.
Algo pasa en el fútbol argentino que no logramos ver como un mal, y nos lastima a diario.
Los insensibles dirán que el Pelado terminó pagando con la misma moneda con la que él les cobró a Cavenaghi y Domínguez. Ignorarán el pedido de disculpas público y privado que les hizo el ex entrenador. Preferirán quedarse en la llanura de un problema que es mucho más profundo.
Las cosas cada vez se entienden menos porque cada vez se explica menos. La comunicación se ha deteriorado hasta tal punto en nuestro fútbol que llegamos a la instancia de meter a todos en la misma bolsa, buenos y malos, conscientes e inconscientes, hábiles y traicioneros. No es todo lo mismo. El respeto debiera ser materia obligatoria en nuestra sociedad. El problema es que hace rato que ni nos hacemos cargo de que nosotros también formamos parte de esta sociedad.
Ojalá Almeyda haya aprendido. Es, ante todo, un buen tipo, y merece que le vaya bien. Supongo que para la próxima aventura sabrá discernir mejor de qué lado pararse.