No es lo mismo sin fútbol

Gastón Recondo
La Selección Argentina de fútbol acababa de perder increíblemente la final de la Copa América en Perú, frente a Brasil, por penales. Marcelo Bielsa, su entrenador, acusaba el golpe recibido. Después de dos años de mucho insistir para recuperar el elogio previo al mundial de Japón/Corea 2002, el juego de su equipo volvía a enamorar pero el resultado fue nuevamente frustrante. Dispuso el destino que en menos de 15 días esa misma selección encontrara su revancha en los Juegos Olímpicos de Atenas. Aquel 2004 no será intrascendente nunca más, sobre todo para los que soñamos con un deporte argentino más integrado, menos ocasional, definitivamente social.  Sergio Vigil era el director técnico de las Leonas. Venía de conseguir la medalla de plata en Sidney cuatro años atrás. Tenía cierta relación con Bielsa, cada uno con su "locura" había descubierto a un interlocutor semejante. Cuando Vigil se enteró de que los futbolistas se hospedarían en un hotel cinco estrellas, con el lujo que suele acompañarlos, levantó el teléfono y le dijo "Marcelo, ustedes deben alojarse en la Villa Olímpica, esto no es un mundial, esto es otra cosa, y no pueden desaprovechar la oportunidad". Lo llenó de fundamentos, una costumbre en Cachito. Y el rosarino entendió que realmente era lo mejor que podían hacer.  Aquel equipo capitaneado por Ayala, con Tevez como figura excluyente, con Lux invulnerable en el arco, y un grupo de jóvenes que jugaban de memoria, volvió a darle a nuestro deporte una medalla dorada después de 54 años, la primera para el fútbol en toda la historia.  Ese mismo domingo, algunas horas más tarde, Emanuel Ginóbili nos colmaba de emoción junto a la maravillosa generación dorada, sumando el segundo oro. El himno nacional argentino volvía a sonar en una cita olímpica gracias a los más profesionales de todos los atletas que habían viajado a representarnos.  El espíritu amateur, el corazón aguerrido, el talento inédito, características de quienes además tenían el futuro asegurado en lo económico. La gloria tienta mucho más que el dinero cuando la cabeza funciona debidamente. Después de aquel juego olímpico, las expectativas de lo que pudiera ocurrir en Beijing en 2008 fueron enormes.  El fútbol volvía a ser protagonista, con Messi y Riquelme juntos, Manu siendo abanderado y medallista, con una trascendencia superior a lo vivido en Grecia cuatro años antes. Las Leonas siempre en el podio, Juan Curuchet y Walter Pérez colgándose el oro para emoción de todos los que no comprendían la competencia en sí pero celebraban igual, Paulita Paretto que conmovía por su tamaño físico festejando el bronce como si fuera dorado, todos estímulos para que la previa de Londres 2012 fuera lo mismo que un Mundial de fútbol.  Sin embargo, el fútbol falló. Sin el deporte con mayor cantidad de fanáticos en el país, el interés de la gente ya no es el mismo. Habrá un seguimiento del desempeño de nuestros atletas, por supuesto. Lo que no vemos es euforia.  Pienso en Bielsa y Vigil hace 8 años, en Ayala llorando con la mano en el corazón mientras se entonaban las estrofas de nuestro himno nacional, en Messi peleándose con todo Barcelona para que lo dejaran viajar a China, en Maradona alentando en el vestuario argentino con su entonces amigo Sergio Batista como orgulloso entrenador, y pienso ¿por qué nos duran tan poco los aciertos? ¿qué nos lleva a la autodestrucción constante? ¿por qué no podemos mantenernos por el camino correcto una vez que lo enderezamos? Sería espectacular que estos JJOO fueran récord en materia de medallas para nuestro deporte.  Cuentan los especialistas que es improbable. De todas formas, con muchas o pocas preseas, el desafío que deberíamos encarar es aquel que iniciaron hace ocho años dos personas íntegras como Bielsa y Vigil. Alguien dijo alguna vez que "no basta con tener condiciones ideales, si no que también se necesita una adecuación a momentos y circunstancias concretas". Para ello, son claves los líderes correctos. Esos líderes que los argentinos tenemos la maldita costumbre de expulsar.