Jugar o juzgar

Gastón Recondo
Creo que no debe haber persona que piense exactamente igual que hace 10 años. La vida transcurre con imponderables continuos que nos invitan a revisar una y otra vez nuestras afirmaciones, generalmente incorporadas más de memoria y repetición que de análisis. Sin ir más lejos, Alejandro Fantino suele cargarme por algo que yo solía repetir hace algunos años, cuando todavía hacíamos Mar de fondo. Recuerdo que él insistía con que yo necesitaba hacer terapia, entrevistarme con un psicólogo. Producto de una enorme ignorancia y acostumbrado a repetir frases sin pensarlas demasiado, mi respuesta era categórica: "No necesito psicólogos, tengo amigos". Las experiencias vividas y los golpes de la adultez me llevaron, varios años después, a buscar ayuda en un terapeuta. Primero fue Analía, años más tarde Sergio. Ambos profesionales me enseñaron muchísimo acerca de mí mismo. Revisar mis convicciones para sostenerlas por entendimiento y no por costumbre fue una de las primeras lecciones. Uno de mis principales errores era escuchar poco. Tal vez, por un mandato divino, quiso el destino que simultaneamente apareciera Jorge Guinzburg en mi vida. Trabajar con él fue absolutamente mágico, en varios sentidos. En esta oportunidad, me voy a detener en el ejercicio que me ayudó a incorporar en cuanto a prestar atención. En los debates cotidianos que solíamos tener con Osvaldo Bazán, Ernestina, Mario y Malaonda, mi posición era tan fundamentada como rígida. Es decir, al terminar cada discusión me quedaba muy satisfecho por haber dado mi parecer sobre un tema y, a su vez, vacío de lo que hubiera podido aportar cualquiera de mis compañeros, porque no les había prestado atención. Entiendo que esa mezcla de soberbia, inmadurez y terquedad se tranformaban en un cocktail explosivo en mi cabeza y en mi corazón. A partir de Mañanas Informales mi cabeza no funcionó igual. A partir de las charlas con mi psicólogo mi vida tampoco se desarrolló de la misma manera. Desconozco cuál llegó primero, tengo clarísimo cuánto me ayudaron. Los años fueron pasando y los temas de debate son parecidos a aquellos. Haber sido tan intolerante me permite observar con mayor nitidez cuando ese error lo comete otro. Cuando se discute, al menos en este tiempo y en nuestro medio, generalmente se intenta imponer una idea, convencer al otro. Algunas veces, dependiendo del autoestima del expositor, hasta puede parecer que nos están haciendo el invaluable favor de compartir su sabiduría con nosotros, los pobres burros. Prefiero ser un burro que cambie de parecer después de una charla, un fracasado que intente descubrir las razones que lo llevaron a equivocarse en la vida, un padre que se haga cargo de su rol, un ser humano que entienda que la libertad no pasa por poder darse gustos. Los derechos encuentran un límite en las responsabilidades. Para ello hace falta comprometerse. Juzgar es fácil, vivir es complejo. Como dijo Joan Manuel Serrat, prefiero crecer a sentar cabeza. Para crecer es necesario andar, caminar, buscar, probar, arriesgar, exponerse, como así también cuidarse, respetar, tener memoria. Al fin y al cabo, sólo Dios sabe. Los demás, jugamos.