Cuando hablamos de violencia e inseguridad, generalmente caemos en el facilismo de relacionarlo directamente con la pobreza y la marginalidad. Se supone que las carencias económicas y educativas en cierta parte de la sociedad convierte a seres humanos en ignorantes y precarios actores de la vida cotidiana. Jamás abonaré esa afirmación. Por el contrario, habría que cuestionar severamente a quien lo hiciere. Es verdad que el dinero acerca oportunidades, por lo menos, de incorporar herramientas. Están los que pueden elegir a qué colegio mandar a sus hijos a estudiar, el destino de sus vacaciones, el medio de transporte particular y hasta las amistades. Del otro lado podríamos ubicar a los que van viviendo como pueden, juntando cada centavo para, primero, llenar el plato de comida, después intentar que sus hijos puedan completar sus estudios primarios o secundarios, prescindiendo de tomarse un descanso lejos de su casa y con los amigos que el barrio acerque. Es decir, están los que viven como pueden y los que viven como quieren. Lamentablemente, está instalado que la falta de respeto al prójimo, el desprecio por el semejante y la amenaza a la integridad de otro ciudadano provienen de los sectores más carenciados. Es una de las mentiras más grandes que nos han contado en las últimas décadas. Las imágenes de unos pocos plateístas de Boca arrojando un cartel de publicidad a los integrantes del banco de suplentes de Independiente indignan. Esos lugares son los más costosos, y aquellos que pueden pagar por un asiento en ese lugar del estadio deben tener la "mejor" educación seguramente. Escudándose en una supuesta provocación de parte de Cristian Díaz y compañía, intentan justificar su comportamiento salvaje. Cuánta ignorancia... Dicen que quieren a un club y lo único que van a conseguir es ser sancionados como institución. Pero como cada uno de ellos pudo volver a su hogar como si nada (recordemos que en la cancha podés hacer lo que quieras que la policía a lo sumo te pide por favor que te corras de ese lugar) deben estar convencidos de que su comportamiento fue el adecuado. Mi profesión y mi vida en general me han permitido conocer todos los rincones de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, los barrios más caros y los más pobres. En San Isidro me cansé de ver vehículos carísimos ignorar los carteles que piden ceder el paso antes de entrar a una rotonda tirando prepotentemente la trompa para imponer su soberbia. En el barrio Los Perales vi vecinos pintando ellos mismos los edificios para hacer de sus hogares un lugar más presentable y vistoso. Por supuesto que después salen 150 forajidos de ese lugar para matar al que se interponga en su voluntad de adueñarse de una barra como también encontramos gente buena y noble a la vuelta del Jockey Club. No es propiedad exclusiva de nadie la buena ni la mala educación. Hay buena gente y mala gente. Alguna vez dijo Benjamín Franklin que "educar en la igualdad y el respeto es educar contra la violencia". Habría que enseñar, tal vez, que las diferentes clases sociales no deberían calificar jamás a las personas sino su comportamiento. Deberíamos comprender, de una buena vez, que el odio y el desprecio sólo conducen al daño y la agresión. Miserables aquellos que creen que porque tienen más son más y merecen más. Sólo seremos una sociedad mejor el día que aceptemos que la vida de uno tiene el mismo valor y los mismos derechos que la del semejante. En todo sentido.