Por: Gastón Recondo
Por alguna extraña razón, los seres humanos mostramos constantes inconvenientes para asumir compromisos. Algún sociólogo puede ser preciso en el diagnóstico, por supuesto. A simple vista, me animaría a decir que antes no era así. Cuando alguien se daba cuenta de que una relación o un vínculo no daba para más, se lo hacía saber a la otra parte y punto. Así como con el correr de los años fue desapareciendo, lamentablemente, el valor de la palabra, también debemos admitir que la cobardía fue ganando terreno a pasos agigantados. Supuestamente, nada mejor en una relación que ser el dueño de la pelota y poseer la iniciativa para proponer la voluntad de uno. Sin embargo, ya es costumbre que cuando el amor o el convencimiento comienzan a desvanecerse, es una minoría la que toma cartas en el asunto y comunica la decisión que ya ha tomado en su interior. Conozco a mucha gente que, seguro de que su noviazgo o matrimonio no da para más, espera a que sea la otra parte la que le ponga punto final. Tal vez, busquen una manera de evitar el remordimiento posterior por ver sufrir a alguien querido o los domine el temor a arrepentirse el día de mañana. Lo más fácil, lo menos comprometido, propio de un canalla, cobarde, mediocre y pobre de corazón, es poner cara de “feliz cumpleaños” y vivir en piloto automático hasta que el otro se vaya.
Como en tantas otras situaciones de estos tiempos, de tan frecuente pasó a ser normal este comportamiento, y de tan normal se convirtió en lógico. Una pena.
A Ricardo Caruso Lombardi, los dirigentes de San Lorenzo no lo quieren. A Falcioni, salvo Angelici y un par más, los de Boca tampoco.
Pero ninguno tiene las agallas suficientes para asumir el costo y el riesgo de despedirlos. Entonces, ponen en práctica el acorralamiento público y mediático. Triste, bajo, vil. Si no los quieren más, hay mil caminos válidos para resolver la situación. Obviamente, para tomar decisiones hace falta coraje y hombría. Dijo Platón, “tres facultades hay en el hombre: la razón que esclarece y domina; el coraje o ánimo que actúa, y los sentidos que obedecen”. Será, acaso, que no tienen nada claro, y que es por eso que no actúan y parecen insensibles.