Por: Gastón Recondo
Hacer una entrevista con una personalidad requerida por todos los medios del mundo y venerada por el público es un privilegio. Ese privilegio me lo concedió ayer Lionel Messi, durante su única tarde de descanso en esta semana previa a la doble fecha de Eliminatorias sudamericanas buscando un lugar en Brasil 2014. El hecho de conocerlo desde hace tiempo, quizás, ayuda a tomarlo con más naturalidad de lo habitual. En definitiva, uno se sienta delante del hombre a quien todos quieren tener enfrente con cierta inconsciencia. En este sentido, y después de haber vivido el lujo de entrevistar a nombres pesadísimos en la historia del deporte mundial, es de los personajes más cómodos para compartir un rato. En los más de 20 años que llevo trabajando como periodista, he tenido la chance de hacerle reportajes a Maradona en reiteradas oportunidades, a Vilas, Platini, y podría seguir. La inevitable admiración que despierta en uno el protagonista a veces puede jugar una mala pasada. Se hace realmente difícil, muchas veces, concentrarse en un ciento por ciento en lo que se está conversando. Me ha ocurrido en varias oportunidades pensar mientras el otro responde “¡¡¡no puedo creer que le estoy haciendo una nota a este monstruo!!!”. La profesión manda, el oficio ayuda, y gracias a Dios nunca hice ningún papelón. El asunto es que un día llegó el momento de descubrir a alguien que jamás le va a hacer sentir a nadie quién es ni lo que significa en el mundo de hoy. Ese señor se llama Lionel Messi.
Cada vez que lo encuentro, daría la impresión de que el tiempo no ha pasado en él. Su semblante, su tono, su contexto, su respeto y su pudor siguen siendo los mismos que hace casi 8 años, que fue cuando conversé con él por primera vez. Los argentinos somos reiterativos a la hora de dar por cierto rumores infundados y hacer una imagen de algo que quizás nunca pasó. A Messi se le adjudicaron enfermedades que no tuvo, novias que no conoció, guardaespaldas que nunca contrató, discusiones con gente con la que ni hablaba, infancia en España cuando recién fue a los 14 que se fue, enojos por dichos que nunca escuchó. Nunca vivió en una burbuja, siempre estuvo al tanto de lo que pasaba y lo que se decía. Lo notable de este joven de 25 años es que nunca gastó ni el 1 por ciento de sus energías en prestarle a atención a nada que no fuera cierto. Su obsesión fue, es y será la pelota de fútbol. Sus modales, los propios de un hijo bien criado y educado. Sus sueños, apenas jugar y que nadie se oponga a que lo pueda hacer. Su motivación, el hambre de gloria desde que conoció el triunfo.
En el camino pasaron tantos títulos como años cumplidos. El registro personal de reconocimientos internacionales y premios bañados en oro no entran en la vitrina más grande del mundo. Nada de esto parece importarle. A 10 días de ser padre y a 20 meses del mundial de Brasil, la cabeza de Leo Messi está siempre concentrada en el presente, inspirada en el futuro. Auténtico, distinto, sencillo, humilde. Encima, ahora, también hombre.