Por: Gastón Recondo
La aparición mediática de una joven oriunda de Suecia fue tan estruendosa que ya ha pasado por todos los trances que suele ofrecer la popularidad. En menos de dos meses, Alexandra Larsson ya fue tapa de varias revistas, de suplementos de espectáculos de los diarios más vendidos, pico de rating en un programa que no vivió su mejor año, intervenciones en el programa político de moda y, obviamente, víctima de un escándalo humillante.
A menudo ocurre que los oportunistas invaden los medios bajo el discurso de conocer detalles sobre la novedosa figurita de turno. Hasta hace dos meses nadie sabía ni cómo se llamaba. Hoy todo el mundo tiene algo para contar o mostrar de la rubia sensación de Showmatch. Tanto los que dicen verdades como los que inventan no son más que miserables. Los que mienten, porque no miden las consecuencias que pueda generar una falsa información en la vida de alguien absolutamente inocente. Los que desnudan secretos y verdades, porque aprovechan la ocasión. Hay que ser muy pobre de espíritu e intelecto para dar publicidad a cuestiones privadas, más aún si es buscando algún beneficio.
Tal como lo venimos remarcando en esta humilde sección, los argentinos nos hemos transformado en derrochadores de calificativos, tanto buenos como malos. La facilidad con la que juzgamos a los demás es alarmante. Un simple acierto puede ser catalogado como una hazaña, como así también un error involuntario puede llegar a ser el más punible de todos los pecados. La sueca es linda, no la más linda. Es simpática, no la que más nos va a hacer reír en la historia. Es desprejuiciada, nada que no sean tantas otras en nuestro país. Con su vida hizo y hace lo que quiere, con todo el derecho del mundo. La extorsión de la cual fue víctima antes de la publicación del famoso video demuestra la calaña de la que están hechos, a veces, los hombres. Lo primero que habrá sentido la joven es vergüenza. Vergüenza dan los canallas que llevaron el video a los medios.
Intento ser optimista siempre, está en mi naturaleza. Cada día intento convencerme de que las cosas van a estar mejor a pesar de cualquier circunstancia adversa. Sucede que me resisto a creer que el buen ser humano se resignará ante estas actitudes despreciables. Sin embargo, nos encontramos frecuentemente metiéndonos en ghettos imaginarios para cruzarnos lo menos posible con aquellos que hacen de sus vidas una ofensa.
Dijo José Saramago hace algún tiempo, “existen dos grandes superpotencias en el mundo. Una es Estados Unidos, y la otra es la opinión pública”. En este caso, lamento observar que la opinión pública está entregando semejante poder en manos de mentes siniestras que “no conocen ni a su padre cuando pierden el control”, diría Serrat. Y la verdad, “entre esos tipos y yo, siempre habrá algo personal”.