Por: George Chaya
La administración estadounidense auspicia nuevas conversaciones de paz entre palestinos e israelíes. El presidente Obama intenta acercar a las partes al diálogo a través de los oficios de su secretario de estado, John Kerry, quien ha expresado la estrategia de la administración para reactivar el proceso de paz celebrando encuentros previos para definir los elementos más importantes de un futuro acuerdo por medio de un dossier preliminar que se presentará en una futura conferencia que tendrá lugar dentro de nueve meses en Washington.
Lo que aún permanece en el terreno de lo incierto, es si los acuerdos a los que se pueda arribar serán implementados de forma definitiva, pues los antecedentes históricos muestran que las partes esgrimen argumentos posteriores a cualquier acuerdo que han comprometido las aproximaciones logradas. La diplomacia israelí, ratifico al secretario Kerry que la seguridad de Israel está por encima de cualquier exigencia, incluyendo la creación de un estado palestino. Jerusalén tiene muy clara la diferencia entre dirigentes palestinos “pragmáticos” y el movimiento islamista Hamas. La dirección pragmática palestina debe entender que la puesta en marcha de futuros acuerdos sólo tendrá lugar en cumplimiento de las fases de una hoja de ruta nueva, clara y definida, aunque el escollo mayor es que el proyecto central del plan de paz internacional se encuentra en punto muerto.
El gobierno de Benjamin Netanyahu no quiere un nuevo estado terrorista en la región, ello no está dentro de los intereses de Israel, pero tampoco de la dirección política de la Autoridad Nacional Palestina. Hasta allí no hay elementos negativos que puedan ser apreciados por los países árabes moderados. Todo hace pensar que el proceso previo se está impulsando a partir de la premisa de que las partes pueden ser llevadas a aceptar ciertos aspectos del llamado Plan de Taba del año 2000.
Recordemos que Taba fue desarrollado tras la fracasada reunión de Camp David, estableciendo entre otras cosas: a) Retirada israelí hasta las fronteras de 1967, conservando Israel sólo los asentamientos alrededor de Jerusalén, pero reduciendo el pasillo entre Haifa y Tel Aviv. b) El estado palestino a crearse será compensado con una parte de territorio israelí equivalente. c) El gobierno israelí estaría dispuesto a ceder los barrios árabes de Jerusalén como capital de un futuro estado palestino.
Si las partes aceptan las características del Plan de Taba, ello reflejaría un cambio muy significativo en sus posiciones. Al tiempo que se resolvería un problema histórico con la dirigencia palestina que opto por ignorar en todas y cada una de las negociaciones anteriores, tanto igual que se ignoro en su tiempo que el 94% del territorio de la ex Palestina ya ha sido dividido en dos estados (el Estado judío de Israel 17% y el Estado árabe de Jordania 77%) y que los Estados partes han firmado un tratado de paz en 1994. La soberanía territorial del 6% restante de la antigua Palestina (es decir la Ribera Occidental y Gaza) aún continua sin asignarse entre judíos y árabes. Pero la autoridad palestina no mencionó nunca por que sucede tal anomalía, más bien, escogió obviar deliberadamente estos detalles en el pasado. Así, la idea que la soberanía de la Ribera Occidental y Gaza se dividen entre Jordania e Israel (y posiblemente Egipto) se ha traducido en “un viaje a ninguna parte” durante los últimos 65 años, precisamente por estas actitudes de negación.
El presidente Obama se ha sumado a ex presidentes de EE.UU. como Jimmy Carter, Bill Clinton y George W. Bush en la intermediación de una solución que, en los términos en que continúa siendo abordada, pudiera tener las mismas posibilidades de éxito o fracaso que otras situaciones conocidas del pasado.
Lo concreto es que las oportunidades perdidas por los árabes para crear un Estado árabe independiente y soberano en Cisjordania y Gaza se han desperdiciado por lo menos en seis ocasiones en los últimos 65 años, a saber: I) Cuando les fue ofrecida por Naciones Unidas en 1947. II) Durante los 19 años entre 1948-1967 en que Jordania ocupó Cisjordania, Gaza y Egipto. III) Entre 1967-1988, cuando los árabes se negaron a negociar con Israel sobre el futuro de Cisjordania y Gaza. IV) Tras la firma de los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización de Liberación de Palestina (OLP) en 1993. V) En el año 2000 en Camp David durante las negociaciones encabezadas por el ex presidente Bill Clinton negociando con el dirigente de la OLP Yasser Arafat y el entonces primer ministro de Israel, Ehud Barak. VI) Durante las negociaciones llevadas a cabo bajo el mandato del presidente Bush en lo que se denomino “la Hoja de Ruta” entre 2003-2007 y en el marco del proceso de Anápolis entre 2007-2008.
La imposibilidad de crear un nuevo estado árabe entre Jordania e Israel ha sido el resultado de las inflexibles demandas árabes y su incapacidad para aceptar la existencia de un Estado judío en la región del Oriente Medio. Su negativa a recibir nada menos que 100% de Cisjordania y Gaza. Y su renuencia a abandonar la demanda de que se les permita regresar y vivir en lo que ahora es Israel a millones de árabes y sus descendientes.
La pregunta actual debería ser, ¿Qué fórmula efectiva utilizara esta vez el Presidente Obama para eliminar estos obstáculos y lograr la solución de dos Estados? La respuesta aun no surge con claridad en el discurso del señor Kerry. Hasta aquí, lo que él transmitió es lo que los palestinos “querían escuchar”, pero se llamo a silencio sobre lo que los palestinos “tienen que hacer”. La percepción de lo dicho por Kerry es que la solución de dos estados - de momento- puede presentar las mismas dificultades del pasado en tanto las concesiones le sean exigidas -todas- al Estado de Israel y ninguna a los palestinos.
Lo cierto es que a los judíos no sólo los asiste su herencia ancestral sobre esas tierras. Los israelíes tienen además la razón -fundada en el derecho internacional- para construir su Hogar Nacional en la Ribera Occidental en virtud de lo dispuesto por la Liga de las Naciones para el Mandato de Palestina, lo que se ha mantenido y continuado en lo expresado en el artículo 80 de la Carta de las Naciones Unidas. Es erróneo por tanto sugerir que los judíos no tienen el derecho a vivir en la Ribera Occidental y constituir su Hogar Nacional en las zonas designadas por el Mandato internacional.
En otras palabras, la llamada del presidente Obama a israelíes y palestinos para poner fin a lo que se ha conferido al Estado judío por el derecho internacional, no solo es infortunado, sino que puede ser un error de cálculo que derive en un atolladero futuro, pues esto es un derecho inalienable que le fue conferido por el derecho internacional. Si ese derecho debe ejercerse en este momento o no, es una cuestión muy diferente y motivo de otro análisis. Pero ignorar que ese derecho existe, no solo no ayudara a poner fin al conflicto; sino que agravara y exacerbará la intransigencia árabe-islamista en cada centímetro cuadrado de la Ribera Occidental y en Gaza.
El secretario Kerry tampoco menciono las Resoluciones 242 y 337 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Estos documentos dejan claro que Israel no puede volver a la fragilidad de las líneas del armisticio que existían en el ‘67. La seguridad sigue siendo la principal preocupación para Israel que trata de protegerse y proteger a sus ciudadanos de los Estados y las organizaciones terroristas para-estatales que sostienen que nunca reconocerán que los judíos tienen el derecho a tener su estado ancestral y su patria reconocida internacionalmente.
A mi juicio, hasta que todos los países árabes acepten y reconozcan la realidad de la existencia del Estado judío y las organizaciones terroristas yihadistas sean neutralizadas, Israel no debería volver a la línea de armisticio de 1967; si lo hiciera, estaría cometiendo un peligroso error estratégico que puede tener impacto negativo para su seguridad nacional. Cuando la administración estadounidense reflexione sobre esta situación y logre cambiar la conducta de los estados islámicos promotores del terrorismo regional e internacional, allí se abrirá alguna posibilidad de éxito a una solución duradera de dos Estados con fronteras seguras y reconocidas para dos pueblos. Difícilmente antes. Entonces, tal vez podamos ver a una administración norteamericana que tenga éxito allí donde todas las que le antecedieron han fracasado en todos y cada uno de sus intentos.
La parte novedosa del inicio del nuevo acercamiento palestino-israelí, que de algún modo alienta esperanzas, es que para los estados sunitas moderados, la principal preocupación pasa a ser el peligro de un Irán nuclear y lo mismo se manifiesta en la confluencia de los intereses norteamericanos, árabes, israelíes y europeos que alienta la expectativa de que un acuerdo entre Israel y sus vecinos árabes pueda aliviar e incluso resolver sus temores comunes. Lo que sí está claro de cara al futuro, es que el reinicio de negociaciones fusionará los conflictos genéricos de Oriente Medio. La próxima conferencia de Washington no será el fin de un proceso; debiera más bien ser el punto de partida de una nueva etapa a continuar en futuras administraciones que no debe guiarse por la agenda o el calendario político norteamericano. Si se pide a los países árabes aliados de EE.UU. y a Israel que soporten más de lo que pueden aguantar, se correrá el riesgo de tensar la situación, lo que inexorablemente acabaría en un estallido de mayor magnitud y gravedad.
Cualquier acción preliminar que presione la capacidad política de las partes impedirá el progreso definitivo y no hará sino estimular a los radicales de la región. Si la dirección norteamericana abandona cualquier parámetro realista con Israel y los países árabes moderados, esta nueva ronda de diálogos previos será contraproducente y conducirá al aislamiento regional estadounidense. En consecuencia, tanto la elasticidad como la firmeza de las fuerzas moderadas dependerán de la postura norteamericana, ya no solo de palestinos e israelíes, y sin lugar a dudas impactará más allá de ambos pueblos y gobiernos en este crítico momento regional.