Por: Adriana Lara
Los padres no son lo que eran antes. No es un juicio de valor, es una simple observación. Tampoco el mundo es lo que era antes: hace veinte años, hace diez, hace cinco. Las reglas van cambiando, la historia se precipita, los ciudadanos nos vemos envueltos en una avalancha de innovaciones, modificaciones, pequeños detalles o monstruosas diferencias que inciden sobre nuestras vidas. Se produce una mezcla, una interacción. La gente se adapta a los cambios o no lo hace, directamente, y se va formando un mosaico de generaciones, cada una con sus propias reglas y costumbres, con mayores o menores problemas de convivencia.
Detengámonos en los padres, en las madres. Se aproxima el Día de la Madre y carteles y propagandas continúan diciendo lo mismo que hace décadas: las mamás necesitan artefactos variados para ejercer con mayor liviandad su oficio de ama de casa. Planchas, licuadoras, microondas, lavavajillas te pueden convertir en un mejor hijo. Las mamás “modernas”, jóvenes, delgadas, que aparecen en los comerciales, necesitan telefonía celular de última generación, tablets, netbooks, notebooks. Planchitas para el cabello, maquillajes, perfumes. No se necesita ser especialista para notar que la concepción de lo que debe ser una madre, entendida desde el mundo de los publicistas, al parecer permanece inmutable. Quizás haya matices: las mejores madres de la actualidad dejan que los hijos se ensucien y salpiquen con harina o barro cualquier superficie de sus inmaculadas casas… porque existen productos limpiadores muy eficaces que sólo ellas manipulan con sus bellas y cuidadas manos y no los quieren estigmatizar: los dejan “ser” en “libertad” (y después, limpian). Una real simplificación de mensajes, cuando se los compara con los que circulan en la vida real.
Los papás y las mamás del siglo XXI difieren según la edad que tengan, más allá de las edades de sus hijos y la clase social a la que pertenecen. Una enorme franja de padres lo han sido cuando eran adolescentes, y es un fenómeno muy interesante analizar cómo se comportan con sus hijos. En la actualidad existen papás que consideran que cuidar, amar y pasar tiempo con los chicos es imprescindible, al igual que darles “un buen ejemplo”. Esos papás, que dicen frases como “Al que madruga, Dios lo ayuda”o “Siempre que llovió paró” y se aseguran de que sus chicos tengan lo necesario en su mochila para ir a la escuela, conviven con otros papás, que consideran que sus hijos saben acerca de todo innatamente y sólo necesitan para su existencia un celular y un poco de bebida y comida. Esta convivencia de “maneras de criar” es un hecho que genera una diversidad en los comportamientos de los niños muy interesante de observar, más que notoria en sus desempeños escolares y respeto por las pautas de convivencia en general.
Hay una enorme cantidad de padres que consideran que ser padre no implica tarea ni compromiso alguno. Eso hace que existan chicos y adolescentes librados a su buena suerte, que se ven obligados a tomar decisiones respecto a cosas que otros chicos ni soñarían, como el color del auto que se comprará su papá, la alimentación que le corresponde, participar en fiestas para adultos, la cantidad de horas que debe estudiar e, incluso, si debe hacerlo o no. Papás y mamás que andan a los chancletazos (por suerte, los menos) educan a su manera junto a papás que no vienen nunca, mamás que despilfarran su sueldo en el bingo, mamás que jamás tienen diez minutos para conversar con alguien porque trabajan 14 horas para mantener la casa, papás que viven en la misma casa que mamá pero han formado otra familia y comparten el mismo techo por una cuestión económica. Siglo XXI, siglo de mezcla de lo antiguo y lo nuevo: la letrina en el baño, el inodoro con cadena y los inodoros inteligentes, térmicos y autolimpiantes… porque la humanidad continúa necesitando ir al baño. Los viejos parados en la puerta abierta, conversando con la gente que pasa, junto a la inseguridad y la paranoia de las puertas blindadas. Una vez perdonada mi comparación escatológica, pregunto por qué no habría de pasar con los papás, que también son una necesidad básica y característica de la humanidad.
Más allá de la eficacia de las propagandas que no cambian sus métodos para vender licuadoras, hecho que ignoro absolutamente, termino esta reflexión señalando un detalle que no ha cambiado y que se desprende de mi experiencia como docente: el comportamiento de los padres con sus hijos influye en el comportamiento de éstos. Los chicos de antes, en eso, son iguales a los chicos de ahora: necesitan guía, reglas, límites claros, atención, afecto. Mamás y papás que les pregunten cómo estuvo su día, quiénes son sus nuevos amigos, dónde queda la fiesta a donde van a ir esa noche. Mamás que digan que estudiar es genial y ayuden a aprender las tablas de multiplicar, papás que acompañen a jugar a la pelota, a la cancha o, simplemente, a dar una vuelta de manzana, para charlar a solas un ratito. No hay nada como escuchar a alguien en quien uno confía decir eso de que “Siempre que llovió, paró” cuando se tiene un problema, se tenga la edad que se tenga. En este siglo XXI, que muchas veces prioriza intereses por sobre el de cuidar integralmente a los chicos, jamás debería olvidarse lo fácil que es perder el norte de la brújula: nada hay más importante para el futuro de una Nación que la educación de sus niños y jóvenes. Nada.