Por: Gustavo Gorriz
Cuenta la leyenda que, cuando el cantante panameño Rubén Blades le presentó a su productor Gerry Masuchi la canción Pedro Navaja, este la vetó instantáneamente por prolongada (duraba más siete minutos) y por considerarla poco bailable. Corría 1978 y, gracias a la insistencia de su autor, fue grabada y se convirtió finalmente en la salsa más escuchada de la historia. Esta canción urbana, de la cual García Márquez dijo haber querido ser el autor, narra una escena violenta y estereotipada en un barrio pobre latino. Con inesperado humor negro, participan tres actores principales: Pedro, el maleante que no había encontrado presa en su día; la prostituta, también sin clientes para “hacer pesos con que comer”, y el borracho presencial que aprovechará el drama que se está por desatar. El recorrido lleva a Pedro a intentar robar a la mujer, a quien en el forcejeo apuñala, mientras esta saca una Smith & Wesson con la que le dispara y lo hiere de muerte; la casual presencia del tercer actor lo lleva a aprovecharse de la situación huyendo con el puñal, el revólver y el escaso dinero de los caídos. “La vida te da sorpresas, sorpresas de te da la vida, ay, Dios”, canta en la huida el afortunado con su botín.
Esta maravillosa canción, tan valiosa en sí misma, está tomada de una obra de Bertold Brecht y se transformó en un clásico eterno al contar las desventuras que la pobreza, la droga y la ausencia de oportunidades provocan en los más desvalidos. Un camino que lleva o a un desenlace fatal o, en el mejor de los casos, a una triste vida de desaliento y miseria. Ambientada en el bajo Manhattan, en Nueva York, en una zona habitada por inmigrantes puertorriqueños en barrios de alta tasa de criminalidad, podría en realidad trasladarse a muchas de las ciudades de Centroamérica de la época sin casi ningún cambio escenográfico.
Durante decenas de años, la Argentina cantó Pedro Navaja, recibió y festejó a Rubén Blades y repitió esa hipnótica letra ajena a nuestra cotidianeidad, pero pegadiza y perfecta en su construcción dramática. De repente, para el gran público –pero podríamos decir que lentamente para los expertos– Pedro Navaja, la prostituta y el borracho se instalaron en nuestra realidad. Parece, además, que se instalaron con la intención de quedarse.
Rosario, por citar una de nuestras ciudades donde se desarrolla el nuevo drama, ha pasado un enero plagado de homicidios, homicidios cuyas características ni siquiera existían hace veinte años: muertes mafiosas, con la voluntad explícita de que lo mafioso se manifieste, haciendo de cada una de esas muertes una ceremonia macabra. Una tasa de 22 asesinatos cada cien mil habitantes coloca a esta ciudad entre las más violentas de América Latina, acompañando como dijimos, la masa de esas muertes con el sello de docenas de proyectiles y ejecuciones sumarias finales, más de las veces innecesarias. “Avisos”… que le dicen.
Por nombrar un caso, Carlos Arriola vivía en libertad vigilada por una causa de drogas desde el 2007. El sábado 18 de enero esperaba que su hijo Sebastián finalizara unas compras en un supermercado. Eran las 14 hs. y dos hombres en moto y a pleno sol le tiraron nueve veces con una pistola 9 milímetros y lo remataron con un tiro en la cabeza. Especula la policía, con un posible “vuelto en un tema de drogas”.
Sólo un caso entre una docena de casos, consecutivos y vinculantes, donde un Pedro Navaja dijo presente, mientras los indigentes se llevan lo que sobra y cientos de prostitutas pelean por el mejor cliente en el Gran Rosario. Llegó Pedro con su violencia, con su indiferencia a la hora de matar o morir. Entre tanto, toda una dirigencia política dormía la siesta, los dejaba crecer, crecer dentro de una sociedad que aún no conocía el drama de morir por veinte pesos.
Se cierra esta nota y falta el 11/14… ¿Error de tipeo? No. Dicen los que saben que un camión de gran porte es muy difícil de detener a alta velocidad; dicen también que muchos accidentes se producen por la imprudencia de terceros inexpertos, que desconocen esta realidad. Bien, el narcotráfico es hoy en la Argentina ese camión de gran porte y al que le dejamos tomar alta velocidad durante años. Detenerlo no será fácil. Toda la energía y toda la voluntad política serán más que necesarias. ¿La tenemos?