Por: Gustavo Gorriz
Las primeras noticias sobre el Estado Islámico (EI) llegaron a masificarse hace pocos meses, pero hoy forman parte de nuestra cotidianeidad y también de la primera plana de los medios de comunicación de todo el mundo. Es un tema de máximo desvelo para los servicios de inteligencia de los países centrales y su importancia es tal que está en toda agenda internacional seria. Al EI también se refirió hace unos días nuestra Presidenta, en plena lucha contra los fondos buitres, durante su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, dejando perplejos a más de uno o a todos los presentes.
El Estado Islámico (EI) logra mantenerse en el tope de la atención internacional por sus ininterrumpidas intervenciones de un salvajismo sin par, cuya intención es sembrar el terror entre los propios y los extraños, con un mínimo costo y una gran repercusión. Es probable, por lo tanto, que cuando esta nota sea publicada, ya hayan ocurrido nuevos actos de violencia demencial.
Treinta países, bajo el liderazgo de EEUU, acordaron formar una coalición que enfrentará a estas acciones tan radicales, cuyo objetivo inicial consistía en crear un Califato Islámico en Irak y Siria, pero que pareciera haber mutado hacia una expansión fuera de esos límites, lo que preanuncia próximos ataques a Occidente. Los americanos han comprendido varios aspectos que parecen esenciales para afrontar esta contingencia. En principio revisaron toda su política y readaptaron una actitud beligerante hacia Medio Oriente a la que procuraron integrar a varias naciones líderes de Occidente. Convocaron luego a países árabes, imprescindibles para ser aceptados en la región y tener posibilidades de éxito. Muchos de estos países parten de lugares disímiles, tanto en su relación con los EEUU, como en los enfrentamientos entre ellos mismos, por razones ancestrales, o por su historia, raza y estrategia en la región. Pese a todo, la rápida reacción deja claro que se comprende que el EI es un inminente peligro que puede transformarse en viral y tener consecuencias imprevisibles, peores aún que las de Al Qaeda, puesto que representan un totalitarismo absoluto montado sobre una fe religiosa omnímoda, cuyo grado de intolerancia sorpresivamente capta a musulmanes desencantados y desposeídos a lo largo de todo el mundo.
Todos estos acuerdos algo lábiles ya han puesto en movimiento bombardeos que han tenido éxitos importantes y que han destruido refinerías altamente productivas en Siria que están bajo poder del EI. La situación hace crecer la posibilidad de una guerra generalizada, con una expansión a operaciones cruentas en el corazón de Occidente y al respecto, no son vanas las prudentes palabras de Papa Francisco sobre la posible antesala de una Tercera Guerra Mundial, cuyo eje involucraría todo el entretejido estratégico al que no escapa ninguna de las grandes potencias alrededor de la inestable situación de Medio Oriente.
Todo es de una complejidad fenomenal y, como si ello fuera poco, se alimenta a diario de centenares de europeos y occidentales musulmanes que se sienten atraídos por esta mezcla de religión e ideología intolerante, cuya extrema crueldad, aplaca en ellos las miles de frustraciones y humillaciones que vivieron en una vida sin esperanza.
El EI responde a las agresiones de la coalición de la manera más simple y efectiva, dosifica las decapitaciones acorde a sus necesidades de permanencia en los medios. Hace unos días, fue la hora de un francés secuestrado hace semanas en Argelia, ahora anuncia la pronta ejecución de uno de los dos rehenes alemanes que tiene en su poder. Mientras tanto, en Mosul, ejecuta públicamente a Samira Salih Al Nuaimi, abogada y activista de derechos humanos, quien fuera juzgada por apostasía, al criticar en su Facebook la destrucción de sitios religiosos realizada por integrantes del EI. Al caer estas noticias, las redes sacan a la luz la masacre simultánea de 300 kurdos a quienes obligaron a deambular desnudos y fueron asesinados en masa en el desierto en el norte de Siria.
No hay duda de que se necesitaría un libro para tratar las mil aristas de esta problemática que terminará afectando al mundo entero. Pero, prima facie, parece difícil que esta coalición tan poderosa corone con éxito su gestión ante el inteligente planteo que el EI (Estado Islámico) ha desarrollado para su accionar. Operaciones mínimas, pero con determinación extrema, disponen de gran cantidad de recursos, pero no los utilizan para hacerse conocer. Pueden multiplicar geométricamente sus crueles acciones y aún soportando miles de bombardeos, las redes sociales seguirán siendo su arma mortal. Pareciera que un acuerdo general de censura de sus actos en los medios masivos sería hoy un acto mucho más poderoso que cualquier ataque convencional. El Pentágono ya reconoce el empleo de miles de millones de dólares en esta operación, pero no será con una acumulación de armas convencionales, sino con mucha inteligencia que se podrá ganar esta compleja batalla. El salvajismo que alimenta el morbo como las peores publicaciones amarillas opera en beneficio del extremismo extremo, si es que pudiera caber la frase.
Fue en este marco descriptivo general, en el cual el propio Barack Obama admitió hace días que EEUU subestimó lo que estaba ocurriendo en Siria y hoy apunta a un posible caos generalizado. Fue también con este marco descriptivo general que nuestra Presidenta expresó dudas vinculadas a las terribles acciones del EI en su presentación en las Naciones Unidas. Entiendo que guiada exclusivamente por su intuición, ya que creo con todo respeto, que nuestros servicios de inteligencia no trabajan en ello ni le proveen este tipo de información sensible. Pareciera poco conveniente alimentar sospechas que no estén absolutamente fundamentadas y ubicar a nuestro país en las antípodas de lo que pregonamos a diario: respeto irrestricto por los derechos humanos y por la libertad y la defensa de valores que deban ser respetados por toda sociedad civilizada. Esto de ninguna manera significa desconocer que en la política internacional nadie es inocente, que los blancos y los negros no existen y que los grises, algunos bastante oscuros, guían la conveniencia y la determinación política de todos. Dicho esto para no pecar de ingenuo, también aceptemos que la Argentina está bien lejos de ser un actor global de peso y también aceptemos que nuestro país está inserto en nuestro continente y que forma parte de Occidente por historia, convicción y formación de su clase dirigente, sin distinción de partidos políticos.
No es cuestión de asentir ni aceptar cualquier cosa en nombre de esa pertenencia; solo es cuestión de ser muy prudentes en temas cuya sensibilidad resulta esencial para ese mundo al cual pertenecemos y del cual fundamentalmente –mal que nos pese– sin duda dependemos.