Por: Horacio Minotti
Es sintomático que alguien haga política tratando de infundir temor. Los peores años de la Argentina transcurrieron en un clima de miedo. A decir, a hacer, incluso a haber visto, o a estar en una agenda. El miedo no nos vino solo, nos quisieron dar miedo, trataron de atemorizarnos para que pensásemos o actuáramos de tal o cual modo, para sojuzgarnos. Volver a la política de atemorizar al ciudadano, al votante, para condicionar su conducta es, una vez más, propio de las dictaduras. Podría decirse que jamás un Gobierno elegido por el voto popular tuvo tantas características de una tiranía, en eso el kirchnerismo es realmente especial, único.
Desesperado por el resultado electoral de la presidencial, el oficialismo incrementó su campaña del miedo, que, por cierto, no empezó ahora. Si uno recuerda a aquel pobre empleado de una inmobiliaria que se le ocurrió decirle a un periodista que habían bajado las ventas y la AFIP se le vino encima, mientras la Presidente lo destruía por cadena nacional, uno entiende que la estrategia del miedo no es de hoy. Pensando en la mecánica del temor se me vino a la cabeza Alberto Nisman, no sé bien por qué.
Sin embargo, el juego del terror tiene también sus dificultades. Para infundir miedo el emisor del mensaje debe ser creíble. Decir que determinada persona acarreará sobre nosotros las siete plagas de Egipto necesita que quien lo diga goce de credibilidad, porque se trata de un disparate de tal magnitud que solamente la fe en el emisor puede nublar de tal modo la razón como para hacer creíble el mensaje.
Por ende, decir que una presidencia de Mauricio Macri traerá al país los peores males de su historia, cuando el emisor es el peor gobernador de la historia de la provincia de Buenos Aires, o agentes asalariados del Gobierno, no causa ningún efecto en la campaña, al menos no lo causa entre los potenciales votantes de Macri. O, al contrario, es efecto rebote: genera aún más distancia, más rechazo hacia el que lo postula.
Se trata una vez más de campaña interna. El kirchnerismo-sciolismo se ha encerrado tanto en sí, se ha reducido tanto, que no consigue leer la realidad, instrumenta estrategias que solamente mueven el amperímetro interno, el de su cada vez más ciega, pero también más reducida militancia. Han virado de un movimiento político a una secta, donde unos a otros se retroalimentan con insumos fantasiosos que sólo ellos consumen, y se espantan unos a otros con fantasmas que solamente ellos ven.
Hacia el exterior de las murallas de la apocalíptica secta k del fin del mundo, el mensaje termina siendo obviamente contraproducente, porque una vez más subestima al ciudadano, el que el domingo 25 de octubre ha demostrado que ya no está para ser subestimado. Ya no teme fantasmas inexistentes y el desprecio por su intelectualidad le resulta bastante molesto. Los ideólogos de este juego parecen creer que ser humilde o carecer de recursos económicos es sinónimo de estupidez, pero el resultado electoral, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, ha dejado claro que esto no es así, que la sociedad está harta de ser subestimada.
Por otra parte, cuando alguien solicita que se lo elija basándose en “El otro es malísimo”, lo único que desnuda es su carencia de virtudes para ser votado, deja claro que el único motivo por el se lo debería elegir es porque su rival posee cuernos y sostiene un tridente, no tiene nada propio y bueno para exhibir. ¡Soy el menos horroroso, vótenme!
Lo peor de todo es que el objetivo de semejante estrategia no es un absoluto desconocido del cual desconfiar. Es Mauricio Macri, una persona que ha gobernado la ciudad de Buenos Aires, casualmente capital de la república, y por ende a la vista de todo el país, desde hace nada menos que 8 años. Nada de lo que se le achaca como futuras acciones trágicas de su Gobierno nacional ha ocurrido en la ciudad. ¿Ha estado Macri agazapado estos 8 años simulando gobernar bien y especialmente para los menos favorecidos, con el fin de engañar a todos, llegar así a la Presidencia y a partir de allí desayunarse un par de infantes todas las mañanas? Suena un tanto ridículo.
Y para terminar de redondear el escenario, el candidato que pretende llegar basándose en miedo se consigue un especialista extranjero en campaña sucia con procesos por corrupción en más de un país. Podría ser chistoso si no hubiésemos pasado todo lo que pasamos los argentinos, pero termina siendo el final perfecto, el que cierra el círculo de lo que significó el kirchnerismo para la Argentina. A toda orquesta. Esta es la síntesis de los 12 años k. Y la gente lo sabe, lo entiende. La mente es misteriosa, pero por algún motivo creí escuchar la canción que tantas veces oí mientras tomaba la merienda al volver del colegio, cuando empezaba el Correcaminos. En referencia al coyote decía: “Si sigue con sus tontas trampas, se va a matar. Beep-beep”.