Por: Ismael Cala
La ira descontrolada es la emoción más destructiva que invade a los seres humanos. Su nocividad afecta la salud física, la mental y hasta las relaciones sociales. Los niveles de adrenalina que provoca, alteran el ritmo cardiaco y la presión arterial.
La ira sustenta el peor de los pensamientos. Se manifiesta a través del rencor, la cólera, la irritabilidad; es terreno fértil para las bajas pasiones; no pocas veces culmina en violencia y nutre un estado psicológico nada positivo.
Podemos y debemos trabajar individualmente para controlar la ira y evitar sus nefastos resultados:
-La meditación, la relajación y el yoga ayudan a manejar la mente. Por lo tanto, crean las condiciones idóneas para guiar nuestros pensamientos. ¡La ira desmedida no florece cuando controlamos lo que pensamos!
-Un fracaso, por muy pasajero que sea, provoca enojo. Es una emoción humana normal, pero si no estamos en capacidad de controlarlo, se nos puede escapar de las manos. Para evitarlo, antes de actuar movidos por el enojo, tomemos un respiro consciente, démonos tiempo, contemos hasta diez. Quizás para algunos suene como un juego, pero no lo es. Esos diez segundos, un período de tiempo insignificante, es la barrera que se interpone entre la cordura y una acción o frase de consecuencias negativas incalculables.
-Cuando nos irritamos es recomendable tomar un baño con agua caliente. Es desestresante, desintoxica el cuerpo y combate el insomnio.
-Nunca ganamos al maldecir aquello que nos disgusta y provoca ira. Lo indicado es tratar de solucionarlo. Si es una persona, hablar con ella, tratar de llegar a un acuerdo. Si no lo logramos, lo más conveniente es alejarse y guardar distancia.
-El buen humor es un método eficaz para combatir la ira.
-Es importante expresar correctamente las causas del enfado. Nunca reprimir el motivo que provoca esa emoción. No hacerlo nos convierte en seres humanos ansiosos, volubles, nada confiables.
Si en algún momento nos dejamos arrastrar por la ira, la única respuesta loable es pedir perdón. Debemos ser conscientes de que todo lo que hacemos —o decimos— bajo su manto, son sombras que opacan la luminosidad de nuestros pensamientos.