El sabotaje a un gasoducto en el Sinaí por comando infiltrado de Hamas y Al Qaeda es un mal presagio para la frontera sur de Israel. El Estado Mayor israelí se prepara para defenderse en una frontera de 270 kilómetros, pacificada desde hace 32 años. La caída de Hosni Mubarak y la nueva situación política en Egipto constriñen al gobierno israelí a una redefinición total de su estrategia respecto al vecino del sur con el cual ha compartido 32 años de paz fría, por cierto, pero también de complicidad oculta. Al nuevo jefe de Estado Mayor israelí, general Benny Gantz, (...) le corresponderá la tarea de construir la nueva filosofía de defensa del país. La generación actual de militares israelíes no tiene ya la experiencia del combate en el desierto porque ha sido formada para oponerse a las milicias de Hamas y Hezbollah. La última guerra del desierto data de 1973. La eventualidad de la apertura de un frente contra Egipto requerirá por lo tanto una remodelación del Ejército del sur. Movimientos en el Sinaí Los servicios de información israelíes han revelado que Hamas quería aprovechar la inestabilidad de Egipto para usar el Sinaí como base operativa contra Israel. Establecieron que uno de sus comandos hizo saltar, el 5 de febrero pasado, el gasoducto que alimenta Israel y Jordania. Ciento de militantes han logrado atravesar la frontera para infiltrarse en el norte del Sinaí, seguidos luego por combatientes de al Qaeda llegados de Irak. Crearon además un centro de comando común para coordinar sus operaciones con elementos ligados a los Hermanos Musulmanes de Egipto. La operación fue desarrollada con métodos militares avanzados puesto que dos equipos fueron despachados, uno hacia la estación de Cheikh Zoweid y el otro, un kilómetro más lejos para garantizar el éxito del sabotaje. Al día siguiente, el ejército egipcio detuvo a un tercer grupo de tres palestinos de Hamas y dos beduinos encargados de hacer volar la sección sur del oleoducto. Los servicios de información israelíes revelaron que las células de Al Qaeda que dirigían las operaciones en la región debido a que el ejército del Islam, bajo la conducción de su jefe, Mumtaz Doghmosh, ayudó a Hamas a exfiltrar militantes para equiparlos con armas y explosivos y colarlos en la frontera con Israel. Este país desconfía de esas bandas incontrolables que quieren llevar el combate al interior de su territorio, más aún al confirmarse que 22 jefes militantes islámicos fueron liberados de la cárcel en Egipto por un comando de varios vehículos blindados de Hamas, fuertemente armados, que escaparon a la intercepción de los soldados egipcios encargados de mantener el orden en las ciudades. El comando aprovechó por otra parte para liberar a un comandante de Hezbollah, Sami Shehab. Esta situación convenció a los israelíes de que les convenía permitir a unos 800 soldados egipcios motorizados entra en el Sinaí, pese a que el acuerdo de paz firmado en 1979 garantizaba la desmilitarización de la región. El golpe como solución En el plano político, los israelíes comunicaron poco sobre la situación en Egipto. Estiman que es demasiado pronto para pronunciarse y aconsejan prudencia a todos los comentadores. Habían llegado a la conclusión que sólo un golpe de Estado militar podía evitar la anarquía que se estaba desarrollando en El Cairo. El vicepresidente Omar Suleimán, que mantiene excelentes relaciones con los dirigentes israelíes, había informado a sus homólogos que no había otra salida para la crisis. Los Estados Unidos han decidido ayudar a través de una operación de disuasión ordenando a las fuerzas estadounidenses mostrar su presencia a lo largo del canal de Suez, cerca de Ismailia. El portaaviones USS Kearsarge acompañado de seis naves de guerra estaba en la zona. Esta armada era cubierta por el submarino furtivo USS Scranton. El gobierno israelí intentó minimizar las inquietudes en el país en particular multiplicando los intercambios con las autoridades provisorias egipcias. El ministro de Defensa Ehud Barak conversó por teléfono, el 12 de febrero, con su homólogo egipcio, el mariscal Mohamed Tantawi, para aprobar la consolidación de la defensa del Sinaí a través de la introducción autorizada de un segundo contingente de 900 soldados de la 18ª división, después de los 800 ya instalados. El Alto Comité militar egipcio está por el momento en fase con el gobierno israelí para reducir el peligro de grupos de Hamas y Al Qaeda en el Sinaí. Tuvo cuidado de tranquilizar oficialmente a Israel comprometiéndose a "honrar todas las obligaciones regionales e internacionales y los tratados". Benjamin Netanyahu pudo lanzar un suspiro de alivio: "El tratado de paz de larga duración entre Israel y Egipto ha sido enormemente benéfico para las dos partes y representa la piedra angular por la paz y la estabilidad en el conjunto de Medio Oriente". El mariscal Tantawi previno que los militares iban a dejar las ciudades para proteger el Sinaí mientras que las fuerzas de seguridad del ministerio de Interior y la policía se encargarían nuevamente de mantener el orden. Se trataba sobre todo de evitar manifestaciones de fraternización de los soldados con la población, ya que el ejército pretende mantenerse neutro. El fantasma del 52 Aunque algo más tranquilos en lo inmediato, los israelíes temen una reedición del escenario de 1952 cuando se produjo el golpe de Estado militar de los Oficiales Libres contra el rey Faruk de Egipto. El Consejo Revolucionario presidido por el general Naguib vio su poder progresivamente confiscado por el joven coronal Nasser, un total desconocido. Los jefes militares egipcios actuales son viejos y superados como el mariscal Tantawi, de 76 años, o poco carismáticos y poco populares, como el jefe de Estado Mayor general Sami Al-Anan, de 63. Estos dos personajes están en conflicto permanente sobre la estrategia a seguir. El mariscal Tantawi no atribuye ninguna importancia estratégica a la península del Sinaí y no se inquietaría si la viese caer en manos del triunvirato Hamas-Al Qaeda-Hermanos Musulmanes. Los israelíes corren el riesgo de tener por lo tanto que organizar sus propias operaciones para garantizar la seguridad en el sur del país y reducir la amenaza. Arriesgan sobre todo el encontrarse en la misma posición que los Estados Unidos en Afganistán, condenados a atacar los bastiones talibanes y los de al Qaeda en Waziristan, es decir en Pakistán, un país supuestamente aliado. Temen también las elecciones, que tendrán lugar en algunos meses y podrían dar la mayoría a los islamistas porque los problemas sociales no se habrán ciertamente solucionado en tan corto plazo. Un joven coronal desconocido puede entonces surfear la ola de descontento para imitar al joven Nasser de 1952. Es cierto que los oficiales egipcios son formados en las escuelas militares estadounidenses y cuentan con los 1.300 millones de dólares de ayuda de los Estados Unidos para equipar un ejército cuyo material es puramente estadounidense. La experiencia de Irán, que debió cambiar de proveedor demuestra la dificultad de los militares para reconsiderar su estrategia de equipamiento. Pero podrían ser influenciados por ciertos países árabes indignados por el brutal abandono de que fue víctima Hosni Mubarak y que, por represalia, han decidido volverse hacia Irán. Arabia Saudita formula tales amenazas amagando la apertura de relaciones diplomáticas y militares del reino con Irán. Podría financiar cualquier veleidad de jóvenes militares egipcios, favorables a las tesis islamistas, de dar la espalda a Occidente. Es decir hasta qué punto la situación en la región es hoy difícil de aprehender con certeza. (Traducción de Infobae América)