Uno de los determinantes de la renta es la presencia de recursos naturales. No sólo se produce con trabajo, capital físico y humano y tecnología. También se necesitan recursos naturales como suelo agrícola, bosques, gas, petróleo y minerales (entre otros), que se insertan en el proceso de generación del PIB. Pareciera entonces que aquellos países que tienen mayor cantidad de recursos naturales per-cápita deberían ser más ricos que los que carecen de reservas. Sin embargo, la relación entre las dotaciones de recursos y la renta ha demostrado ser más compleja de lo que se pensaba inicialmente. En el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, a diferencia de lo ocurrido desde el siglo XIX, la relación entre crecimiento económico y las dotaciones de recursos ha sido ambigua. Si bien muchos países se han enriquecido gracias a los recursos naturales, también existen casos que se han enriquecido a pesar de no contar con ellos. Es más, a favor de la inversa, muchos países han seguido siendo pobres a pesar de tener una generosa dotación de recursos naturales.
En este sentido, Gylfason examinó el papel de los recursos naturales en el crecimiento, para ello calculó la proporción de riqueza nacional que consistía en capital natural y observó que los países en los que el capital natural representaba una elevada proporción de la riqueza nacional crecieron (entre 1965 y 1998), mucho más lento que aquellos países donde la proporción era menor. Por otra parte, Sachs y Warner demostraron que aquellos países que basan sus exportaciones sobre la base de recursos naturales, en el período que va desde 1970 a 1990 han crecido a un ritmo más lento que aquellos que muestran otra base exportadora. En definitiva, estos estudios plantean un enigma, donde la presencia de recursos naturales puede impedir el crecimiento económico. Puesto en otros términos, el análisis histórico y los distintos estudios sugieren la existencia de una “maldición de los recursos naturales”.
Una de las explicaciones de la maldición de los recursos comienza con la observación de que los rápidos aumentos de la renta provocados por los recursos naturales tienden a ser transitorios. A su vez, estos aumentos transitorios del producto parecieran llevar a los países a incrementar su consumo como si este aumento fuera permanente. Así, en los países que sus recursos dejaron de crecer tienen bajas tasas de ahorro (en el intento de mantener su nivel de consumo en el tiempo) y por ende, muestran un menor nivel de inversión. Dado que el crecimiento requiere de inversión, el resultado final tras el aumento transitorio de los recursos es un nivel de renta más bajo que si estos nunca hubieran aumentado.
La segunda explicación de la maldición de los recursos naturales es que estos distorsionan la estructura de una economía produciendo beneficios a corto plazo, pero costos a largo plazo. Un país que tiene recursos naturales para exportar, importa para su propio consumo otros productos, generalmente bienes manufacturados. A su vez, esta importación provoca una contracción del sector manufacturero local. Si bien, a corto plazo, esta contracción es eficiente, de largo puede que no lo sea. Generalmente, el sector manufacturero agrupa firmas donde el progreso tecnológico es más rápido. Así, un país que importe sus bienes manufacturados no estaría aprovechando este progreso y es posible que su bienestar a largo plazo sea menor que el de un país que carece de un recurso natural. Este proceso por el que la presencia de un recurso natural acaba siendo perjudicial para el sector manufacturero nacional se denomina enfermedad holandesa.
Finalmente, los recursos naturales pueden tener un efecto tóxico en el sistema político, el cual podría canalizarse al menos por dos vías. En primer lugar, a menudo provocan una expansión excesiva del sector público de la economía. Esta expansión se debe tanto a que los recursos naturales constituyen una fácil fuente de ingresos del Estado, como a que un Estado de grandes dimensiones a menudo es un medio a través del cual se distribuyen, legalmente o no, los recursos naturales entre distintos grupos. En segundo lugar, la presencia de recursos naturales, al aumentar los ingresos que puede distribuir el gobierno entre grupos favorecidos, aumenta los intereses en juego en la lucha por el control del gobierno, conllevando al despilfarro. En este sentido, los efectos tóxicos que producen los recursos naturales en el sistema político son más graves cuanto más elevada la relación entre ingresos y costos de explotación (esto es, la renta) y, en el límite, la lucha por el control de los ingresos generados por los recursos naturales podrían adoptar diversas formas que van desde la corrupción política hasta la guerra civil.
Por lo tanto, de lo anterior surge que lo negativo para el crecimiento no es la presencia de recursos naturales per se, sino la interacción de esta abundancia con algún otro factor. En el caso de un crecimiento rápido y transitorio del recursos, un país cuya población y/o cuyo gobierno fueran suficientemente previsores podrían invertir productivamente para propiciar una mayor tasa de crecimiento. De hecho, la extracción de recursos naturales puede estimular la producción en otros sectores a través de vínculos hacia atrás, cuando la industria de extracción del recurso utiliza como factores los bienes producidos localmente, y de los vínculos hacia delante, al transformase o utilizarse el recurso natural para producir otros bienes. Así, cuando existen vínculos hacia atrás o hacia delante, la explotación de un recurso natural puede impulsar el desarrollo de la economía en su conjunto. De esta forma, el país podría escapar a la maldición de los recursos naturales y acabar en el largo plazo siendo más rico. En definitiva, tal como afirma un proverbio chino: “no maldigamos a la oscuridad, mejor encendamos una luz”.