Los apocalípticamente pesimistas, desde Malthus, pasando por Ricardo, Marx, Keynes, Harrod, Domar y el sombrío Club de Roma (a quienes pronto sumaremos a los hombres del estancamiento secular y al ultra-cuestionado por aquellos que hacen economía de manera seria, Thomas Piketty), siempre se equivocaron. Analizando la historia, creer que lo mejor está por venir, aun cuando de tanto en tanto haya una crisis, no es exceso de optimismo. No le pido que me crea, pero al menos déjeme proponerle un juego. Imagínese que le regalan un viaje en el tiempo para presenciar el nacimiento de Jesucristo.Luego de presenciar el evento, sale a pasear por Belén y percibe que la gente vive en promedio 25 años, por lo que para brindarles una dosis de optimismo les cuenta que en un futuro ese número se triplicará y que no sólo hay personas que exceden los 100 años, sino que además Ronald Coase publicó un libro a los 102 años.
Ello lo induce a que les hable de la imprenta de Gutenberg y como percibe que la gente se entusiasma, les cuenta que donde usted vive hay agua potable, luz eléctrica, heladeras, aire-acondicionado, microondas, calefacción a gas, cine, televisión, DVDs, computadoras, iPads, teléfonos y rascacielos. Hay una muchedumbre que no sale de su asombro y le preguntan por los caballos, burros y camellos, a lo que le contesta que si bien hoy existen, nos transportamos en autos, buses, trenes, subtes, enormes barcos y hasta volamos en aviones. Naturalmente, explicar estos bienes le demanda mucho tiempo y se le hace de noche, con lo que si todo esto fuera poco señala el oscuro cielo y le dice que además dentro de 1969 años habremos llegado a la luna. Al terminar de describir nuestro mundo ¿qué cree que pensarán de usted? No es necesario leerle la mente para adivinar que los lugareños creerán que está loco.
La contrapartida de todos estos logros materiales de 2.000 años ha sido una tasa de crecimiento del producto per-cápita del 0,13% anual, lo cual implicó que el nivel de ingreso se multiplicara 12,9 veces, al tiempo que la población lo hizo en 26,9 veces (lo que significa que el PIB mundial se multiplicó por 347 veces). Sin embargo, hacer la cuenta en las puntas esconde mucha información. Así, separando la evolución del PIB per-cápita entre el período que va desde el año 1 al 1.800 y los restantes 200 años, podemos observar que la tasa de crecimiento pasó del 0,02% al 1,1%. Mientras que el nivel de ingreso que durante el primer período había crecido en un 40,8% (concentrado en los siglos XIV y XV), durante el segundo período se multiplicó 9,18 veces. Ello implica que durante los últimos dos siglos el crecimiento per-cápita fue 817,7%, siendo del 92,0% (0,65% anual) en el XIX y 378,1% (1,58% anual) durante el último.
Por otra parte, la tasa de crecimiento se está acelerando. La cantidad de años necesarios para duplicar la renta pasó de 3.649 en el primer período a 63. Es más, los datos de la última mitad del siglo XX muestran que la tasa de crecimiento se aceleró al 2,1% y los años para duplicar el ingreso cayeron a 33. En términos de países, Reino Unido fue el primero en duplicar su PIB per-cápita y tardó 58 años (1780-1838), seguido por Estados Unidos con 47 (1839-1886), Japón con 34 (1885-1919), Italia con 21 (1890-1911), España con 18 (1950-1968), Corea del Sur con 9 (1978-1987) y China con 7 (1987-1994).
Asimismo, si bien este crecimiento no ha sido uniforme en las distintas zonas del mundo dando lugar a una clara separación entre desarrollados y no, en los últimos 60 años es posible apreciar una reversión en dicha tendencia. Previo a la Revolución Industrial el mundo que hoy llamamos desarrollado era dueño del 26% de la renta mundial, número que luego del hito productivo comenzó a crecer hasta alcanzar un máximo del 60% a inicios de la década del 50. Sin embargo, ese número hoy ha descendido al 45%, mientras que el coeficiente de Gini (el cual mide la concentración del ingreso) cayó desde 0,7 a 0,6 por lo que la desigualdad inicial se está desvaneciendo.
Por último, esta aceleración del crecimiento se conjuga con el fenómeno de la convergencia. De esta manera, si todos los países alcanzaran al final del Siglo XXI el nivel del producto per-cápita de un Estados Unidos que crece al 2,5%, ello implicaría que el resto del mundo debería crecer a al 4,36%, por lo que el producto per-cápita mundial crecería 4,18%. Dicha tasa puesta en nivel implica que el ingreso por habitante se multiplicaría 59,1 veces. Esto es, en un siglo habríamos crecido 4,6 veces más que lo hecho en veinte, lo cual nos pondría en un sendero de singularidad económica. En este sentido, la economía dejaría de ser la ciencia de administración de la escasez para convertirse en la ciencia del estudio de la acción humana en un contexto de abundancia radical. En definitiva, no sabemos como será el futuro, lo único que sabemos es que será mucho mejor.