Inundaciones que desnudan gobernantes

Jorge Ceballos

Si me hubiesen preguntado qué lugar de la provincia de Buenos Aires podía sufrir la pérdida de más de medio centenar de vidas como consecuencia de una inundación, muy pocas eran las probabilidades de que respondiese La Plata. Conocedor del conurbano y, en menor medida, de la capital provincial, seguramente hubiese asociado las posibilidades de víctimas fatales a otros municipios con otra composición social, mayores niveles de pobreza y mucha menos infraestructura. Sin dudas hubiesen pesado más en mi consideración estos aspectos que el fenómeno metereológico.

Hago este juego reflexivo para ser sincero y lo más objetivo posible para analizar la tragedia platense. Digo entonces que ante fenómenos naturales como el ocurrido es inevitable que la ciudad se inunde.

En este caso la inundación no respetó clases sociales: la sufrieron la media alta, la media media y los sectores más humildes.

Los cuestionamientos empiezan cuando se analiza la preparación de las distintas instancias gubernamentales (nación, provincia y municipio) para dar respuestas en la etapa previa, durante e inmediatamente después de ocurrido el hecho. Y aquí, las falencias asoman desde lo básico en todos los niveles, y lo digo con conocimiento por haber sido director nacional de asistencia comunitaria del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación desde mediados de 2004 hasta 2006. De esa cartera dependía una dirección de línea abocada a la Emergencia.

No existe un plan, una estrategia, ni siquiera una mínima coordinación interministerial, y menos con las fuerzas de seguridad y defensa civil. Todo se asienta en una concepción emparentada con el clientelismo: reservas de chapas, colchones, frazadas y nylon (siempre y cuando no se caiga alguna licitación por la burocracia estatal y suceda que ni siquiera esos elementos estén almacenados). La inundación en el casco céntrico de La Plata y barrios acomodados puso en evidencia la estrechez de esa concepción. Es un insulto llevarle chapas y nylon para refugio a esos sectores. No vale la pena perder el tiempo analizando el plan y el equipo del gobernador Daniel Scioli para esta situación, porque es evidente que su preocupación pasa por los megafestivales. Él es un tipo optimista, ¿por qué pensar que pueden ocurrir estas cosas?

En La Plata falló todo: la prevención para alertar a los vecinos y tomar medidas como evacuar o poner a resguardo a los adultos mayores (sin dejarlos solos), la limpieza de los desagües y sumideros, el manejo fino del sistema eléctrico para decidir cuándo y en qué zonas cortarlo (una de las principales causa de muerte en estos caso es la electrocución), el tráfico, sobre todo el de colectivos de larga distancia y unidades de gran porte, que agravan la situación, y una larga lista de etcéteras. Podríamos decir que falló también el operativo para actuar ya sobre la situación misma, pero según la unanimidad de opiniones recogidas no podemos decir que falló porque nunca existió tal operativo: los vecinos estuvieron abandonados del socorro estatal toda la noche, a la deriva, lo que provocó innúmeras muertes dada la anarquía y el desconocimiento lógico de quienes no están preparados para afrontar tamaña inclemencia.

Falló también el sistema, una vez cesada la lluvia y avanzado el día. Evidentemente no había una distribución de los recursos humanos civiles planificada y las fuerzas de seguridad no tenían una conducción coordinada por el sector político. Hasta el clientelismo falló; en los barrios humildes había pasado día y medio y no había colchones ni lavandina entre otras cosas en las cantidades requeridas. La preocupación era mostrar actividad para los medios que tapase la ausencia del país de la ministra Alicia Kirchner y el intendente Pablo Bruera. No hay nada reprochable en el hecho de que vacacionaran o participaran de algún evento en el exterior. Lo grave fue la ineficiencia de sus equipos y lo inmoral de truchar una foto para hacerlo aparecer en un barrio cuando aún no había regresado. Esta conducta le quita toda credibilidad y muestra la miserabilidad en el ejercicio de la política.

No todo fue tristeza en estos días: quiero destacar la conducta humana de muchos ciudadanos, los actos heroicos de tantos que en el anonimato, se jugaban la vida para salvar a su familia, al vecino/a o a un amigo/a y sus mascotas. Los platenses sólo se sintieron abrigados por la inmensa solidaridad de sus propios vecinos, de estudiantes, de organizaciones sociales o parroquiales que donaban u organizaban las donaciones para distribuirlas entre los que las necesitaban.

Recuerdo una conversación con un dirigente del PJ de La Matanza. Le comenté mi preocupación por un caso puntual del distrito que podía desencadenar una tragedia y él, risueñamente, me contestó: “yo siempre digo que Dios es peronista pero además vive en La Matanza”. En manos de estos personajes estamos.