Por: Juan Gasalla
El 2015 corre a velocidad vertiginosa. Pasados los dos primeros meses del año electoral, las miradas ya están puestas en 2016, a seis meses de las primarias y ocho de las presidenciales. Por la continuidad del default selectivo, la semana pasada se frustró una colocación de Bonar 2024 con la que el Gobierno esperaba captar unos u$s2.000 millones para oxigenar sus cuentas. El pobre presente económico con carencia de divisas promete un mediocre desenlace para el ciclo kirchnerista.
La discusión de los analistas sobre la “herencia” abunda, con fundamentos, en el pesimismo, pero al mismo tiempo, la lectura de los mercados financieros no oculta una expectativa positiva sobre el futuro económico de la Argentina a partir de 2016. Apelando a la memoria del pasado reciente, no está en el horizonte un escenario de colapso económico como el de 2001-2002, si no una transición dura, con grandes dificultades en el corto plazo, y una oportunidad de crecimiento sostenido en la medida que una próxima administración elimine gradualmente los controles en el mercado de cambios y el comercio exterior y regrese del callejón sin salida de la cesación de pagos, para contar con la vía del financiamiento a tasas bajas como aprovecha el resto de la región.
El INDEC informó el viernes que la actividad económica tuvo en diciembre un repunte de 0,6% interanual. En el acumulado de los 12 meses, el incremento no alcanza el 1% y es inferior al crecimiento vegetativo de la población. Estudios privados señalan que el PBI del año pasado cayó respecto de 2013. Más allá del debate estadístico, la economía argentina produce hoy a un nivel similar al de 2010. Hace cuatro años que Argentina dejó de crecer, si bien este estancamiento se produjo en niveles elevados en la comparación histórica.
Una sucesión de indicadores demuestran esta dinámica. El INDEC informó que en la comparación interanual la industria argentina acumuló en enero 18 meses consecutivos de caída. Las reservas internacionales del Banco Central se estabilizaron apenas por encima de los u$s31.000 millones, con default selectivo mediante, en una cifra similar a la de diciembre de 2006 y marzo de 2001. En el mismo sentido hay un fuerte retroceso de montos y volúmenes del comercio exterior.
Las exportaciones argentinas apenas superaron los u$s4.000 millones en enero y fueron las más bajas en cinco años y diez meses. Mauricio Claverí, experto de la consultora Abeceb.com, dijo a InfobaeTV que “la menor cantidad de divisas lleva a que haya un efecto recesivo sobre la economía, al frenar importaciones esenciales, como el caso de bienes intermedios y de capital, en los que hay mucha dependencia de las importaciones. Esto incide mucho sobre la producción y la productividad de la economía y por lo tanto retroalimenta el impacto sobre el empleo, que hasta ahora no se ha notado tanto”.
Otros indicadores oficiales muestran que el PBI argentino está en su nivel más bajo desde 2010. Según el último informe de deuda pública del Ministerio de Economía, con datos actualizados al 30 de junio de 2014, el stock de pasivos asciende a u$s198.900, equivalentes al 42,8% del PBI. Esto se traduce en un Producto nacional de unos u$s465.000 millones para el cálculo oficial o un PBI per cápita de u$s11.071, si se estima la población argentina en unos 42 millones de habitantes.
Este PBI per cápita es inferior al de los años 2010 (u$s11.460,4), 2011 (u$s13.693,7), 2012 (u$s14.679,9) y 2013 (u$s14.715,2), tal como consigna el sitio del Banco Mundial. El organismo dependiente de Naciones Unidas refiere además que el PBI argentino no es mucho más alto que el de niveles “pre-crisis”, pues en 1998 alcanzaba u$s10.028,8 por habitante, con un dólar cuyo poder de compra en el mundo era mucho más alto que el actual, pues EEUU también depreció su moneda para superar su propia crisis financiera de 2008-2009.
Por InfobaeTV, el ex secretario de Finanzas Guillermo Nielsen aseguró que “la actual conducción del país está haciendo todo lo que puede en agravar la herencia” y que “se está dejando correr sin límite el gasto público”, con un elevado déficit fiscal, en parte disimulado porque la deuda del Tesoro se le está transfiriendo al Banco Central. Para Diego Giacomini, economista jefe de Economía y Regiones, “hay apetito por los papeles argentinos en el exterior. Todo el mundo está apostando al 2016”, mientras que al Gobierno le atribuye una “agenda muy sencilla: aguantar y llegar a fines de 2015 con la mayor cantidad de reservas, por cuanto necesita que la inflación baje algo con respecto de 2014 y el dólar aumente lo mínimo posible durante el transcurso del año”, con un atraso cambiario que alcanzará para diciembre el del fin de la convertibilidad.
Las diferencias entre el epílogo del “uno a uno” y la coyuntura actual son muy grandes, aún cuando ambos ciclos caducan con estancamiento económico. Los términos de intercambio argentinos fueron mucho menos ventajosos en el pasado. El 20 de diciembre de 2001, cuando estalló la crisis económica más grande de nuestra historia, la soja cotizaba a u$s160 por tonelada, menos de la mitad que hoy. La relación deuda/PBI era muy superior, con pasivos casi en su totalidad nominados en moneda extranjera y contraída en su mayoría con acreedores externos, más una carga de vencimientos inmediatos insoportable en un contexto de profunda debilidad política.
Hoy Argentina tiene serias dificultades para afrontar el remanente de deuda sin reestructurar, pero no representa un problema de la magnitud del de 2001. Los mismo puede decirse del atraso cambiario y el desempleo, si bien ahora coexisten déficit fiscal e inflación muy altos.
En el futuro próximo los precios internacionales y tasas de interés en el exterior todavía ayudarán al país, aunque la recuperación argentina difícilmente será equiparable a la de la primera década del siglo: el mundo se desacelera y la carga se invierte: los países centrales aprovecharán para acaparar los fondos que se repliegan en un movimiento de “vuelo a la calidad” global y serán los emergentes los más expuestos a los ajustes, con sus dirigentes políticos y esquemas económicos puestos a prueba.