Hosni Mubarak derrotó por goleada a Mohamed Morsi: 30-1. Los egipcios toleraron treinta años al primero en el poder pero no aguantaron más que un solo año del segundo en el gobierno. La coyuntura hace a la diferencia. Morsi cayó en un contexto de convulsión social y agitación política prácticamente inéditos en Egipto y en la región. La paciencia popular ya está agotada con los autócratas. Las multitudes ya han salido a las calles.
La irritabilidad está a flor de piel. Un error, un exceso, una ofensa y la cabeza del líder puede rodar. A su vez, Mubarak era un hombre del ejército, un militar secular (entendiendo al término solamente como antítesis del fundamentalismo) que contaba con el respaldo de su casta. Morsi, al contrario, no tenía el menor poder sobre los estamentos de seguridad de su nación: no controlaba al ejército ni a la policía ni a los servicios secretos ni a la guardia presidencial que lo protegía. El general golpista Abdul Fataj al-Sisi había sido puesto en el cargo por el propio Morsi.
Los Hermanos Musulmanes ganaron genuinamente las elecciones nacionales. En eso descansaba su legitimidad. Pero una vez que obtuvieron el sillón presidencial se comportaron como los nuevos déspotas. Periodistas y editores laicos fueron removidos de sus puestos, una nueva Constitución fue redactada exclusivamente por islamistas, se intentó purgar de disidentes a la justicia, se procuró gobernar por decreto presidencial y miembros de la Hermandad fueron premiados con posiciones oficiales. Mientras la nación se orientaba hacia el sendero del Islam político, el gobierno mostró una incompetencia notable para administrar los asuntos domésticos. El pan y el combustible escasean, los cortes de energía son recurrentes y el desempleo es alto. Egipto importa el 70% de sus alimentos y le falta líquido para pagar importaciones de primera necesidad.
Siete de cada diez familias pobres ya han recortado su ingesta diaria. Se estima que el país requiere de diez mil millones de dólares anuales para evitar una situación de hambruna generalizada. Los Hermanos Musulmanes no pueden ser culpados completamente por esta penosa situación. Apenas han gobernado al país por un año y muchos de estos males datan de antaño. Pero indudablemente ellos han desperdiciado la oportunidad extraordinaria que les dio la historia. Por aspirar a un califato islámico perdieron al país.
La Hermandad Musulmana nació a fines de los años veinte del siglo pasado en El Cairo. Fundada por Hassan al-Banna con una cosmovisión xenófoba y ultraconservadora, pretendió regular la vida social, política, cultural y religiosa de los egipcios bajo la guía del puritanismo islámico. Pero su meta era panislámica más que nacional y con el tiempo fue poniendo un pie en Palestina, Siria, Jordania, el Líbano y hasta en Sudán. En gran parte, su establecimiento fue una respuesta autóctona a la penetración del Medio Oriente de las potencias coloniales europeas luego del desmoronamiento del Imperio Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial.
La mezquita era un elemento central de su gestión y rápidamente agregó la violencia política. Los Hermanos Musulmanes estuvieron en un estado de casi permanente confrontación con las autoridades, llegaron a asesinar a ministros egipcios y padecieron las persecuciones, exilios forzados, proscripciones y matanzas durante buena parte de su vida política. Los militares que gobernaron el país desde 1952 -Gamal Abdel Nasser, Anwar al-Sadat y Hosni Mubarak- los combatieron con tenacidad. En los años setenta abandonaron el terrorismo y la guerrilla y en el siglo XXI aprovecharon hábilmente el descontento de las masas con los generales y se hicieron del parlamento primero, y del palacio presidencial después. Tras ocho décadas de ostracismo y marginalidad, la Hermandad Musulmana llegó al poder total… sólo para perderlo apenas doce meses más tarde.
Políticamente la Hermandad está en un momento desastroso. Históricamente, empero, su salida temprana del gobierno le puede favorecer. Como ha sugerido el experto Daniel Pipes, al ser excluida del poder con prontitud, la Hermandad Musulmana podría ser exonerada por la caótica situación del país. “El comportamiento histórico demuestra que el atractivo seductor del utopismo radical perdura hasta que sobreviene la catástrofe” ha escrito Pipes, “Fascismo y comunismo parecían atractivos sobre el papel; sólo las realidades de Hitler y Stalin desacreditaron y condenaron al ostracismo a estos movimientos”. Al quitar abruptamente autoridad al islamismo egipcio se le quitó la responsabilidad por los resultados de la gobernabilidad.
Aún así, resulta claro que los millones de egipcios que salieron a manifestarse en su contra han repudiado el lema de este movimiento fundamentalista: “El Islam es la solución”. Eso podrá ser válido en las prédicas en las mezquitas pero no parece haber sido de utilidad para administrar a una economía y a una sociedad.