Ante todo, digamos que Read no solo es un dirigente experimentado, sino alguien tan emblemático como que ya fue orador en la celebración del 1.º de mayo de 1983, cuando, aún bajo la dictadura, un grupo de gremios coordinados en el Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT) lograron una sorprendente autorización para hacer un acto tradicional, hasta entonces prohibido. Al año siguiente, el 1.º de mayo, el sindicalismo exhibiría la nueva denominación de PIT-CNT, que reunificaba ese plenario con la vieja CNT. En todo ese proceso, fue Richard Read figura principalísima y orador permanente hasta el 1.º de mayo de 2013, cuando llamó la atención planteando el tema de la ética del trabajador: “No quiero al atorrante, al vago, al lumpen. No quiero eso en mi sindicato, quiero laburantes”.
Con el tiempo, todos maduramos y ese ya era el caso. Aquel joven de discurso radical que conocimos entonces daba paso a un dirigente que comprendía por dónde pasaba el fondo del interés del trabajador.
Desde entonces, cada tanto, Read se desmarcaba del oficialismo sindical, notoriamente alineado con la orientación comunista y del Movimiento de Liberación Nacional (MLN). Comenzó a hablar de “productividad”, una mala palabra para esa conducción, considerada una expresión típicamente capitalista. Bajo ese rubro, sin embargo, Read logró un acuerdo en su ramo, en que -en ciertos sectores- se bajó la jornada laboral a 6 horas sobre la base de un aumento en la producción.
Llegó a plantear la aspiración de que su gremio pudiera liderar la fundación de un liceo privado, que recibió el sonoro rechazo de sus colegas de la educación.
Estaba chocando una y otra vez con las reacciones corporativas: los gremios que no aceptaban razonamientos de interés general y ponían la defensa acérrima y sin fisuras de todos y cada uno de sus dirigentes, hubiera ocurrido lo que fuere. Así vino el ominoso episodio de la salud, en que su principal dirigente había armado una estructura corrupta que obtenía contratos de prestación de servicios en los hospitales públicos para empresas constituidas por sus familiares o allegados. Y luego el del plan de vivienda sindical, un escándalo hoy silenciado, en que se les pidieron coimas enormes a empresarios de la construcción, a quienes se les prometía la adjudicación de millonarias obras. En todos esos casos, Read venía quedando solo y llegó a decir que el movimiento sindical corría el riesgo de “peronizarse”.
Esa expresión hizo calle, porque resultó evidente que nuestro sindicalismo, progresivamente, había pasado a ocupar un lugar muy similar al argentino: Tenía un lugar central en el ejercicio del poder público, manejando fondos del Estado (caso de la vivienda) o compartiendo la conducción (caso de la educación y de la salud). La consecuencia de esa posición fue también parecida a la de la Argentina: la difusión de una corrupción que fue avanzando, al amparo de ese manejo económico y de poder público.
Ahora, la gota que desbordó el vaso fue la actitud del sindicalismo en defensa del dirigente del INAU Joselo López, vicepresidente del PIT-CNT, sometido a la Justicia, junto con una veintena de sus colegas, protagonistas de una golpiza en perjuicio de menores internados.
La cuestión, entonces, ha pasado a ser una cuestión nacional. No es un tema lejano a la vida democrática. Desde que el sindicalismo es ya parte del ejercicio del poder del Estado, nos hemos aproximado peligrosamente al peronismo. Seguramente no se pensó en ese modelo cuando se dictaron las leyes de fuero sindical y educación, pero la consecuencia ha sido esa. Quienes han sido electos por el pueblo están condicionados por estas dirigencias gremiales que se votan en la intimidad de un mundo corporativo. Dirigentes que no solo negocian mejoras para el bienestar de los trabajadores; son dirigentes que mandan en el Estado, que imponen, que sabotean, que si es necesario extorsionan cívicamente a los gobernantes.
En medio del ruido de estos días, estamos ante un episodio que es más que la renuncia de un dirigente. Su lugar será ocupado por otro, como han dicho despectivamente algunos de sus colegas. Pero ese vacío tiene el valor de una denuncia muy fuerte sobre una fractura en la estructura democrática de nuestra república.