Cuando un médico va a tratar a un paciente, lo primero que hace es ver su historia clínica. Allí conoce qué es lo que ocurrió con él y, a partir de ella, podrá tomar las medidas para sanarlo y que vuelva así a su vida cotidiana. Ahora bien, ¿qué pasaría si el doctor recibiese una historia clínica adulterada, con información falsa y totalmente tergiversada sobre el estado real de esta persona? Pueden imaginarse que esta situación requeriría de dos actitudes por parte del médico: primero, deberá realizar todos los estudios necesarios para conocer la verdadera condición del enfermo y, una vez que cuente con datos verídicos, hará todo lo necesario para lograr la recuperación.
El pasado 10 de diciembre recibimos un país en estas circunstancias; parece algo digno de una película, pero no, es la realidad argentina. Ministerios desmantelados, deudas siderales en todas las áreas, gente que cobraba sin realizar trabajo alguno y, algo especialmente importante, los datos que el Gobierno kirchnerista dejó eran simplemente una enorme mentira.
Para dar a conocer un poco la situación, aunque de manera resumida, teniendo en cuenta que el presidente Mauricio Macri ya se explayó al respecto hace tan sólo días, quiero pasar en blanco algunas preocupantes cifras de la pasada gestión: durante los años en los que el matrimonio Kirchner ocupó el sillón de Rivadavia, el empleo público aumentó en un 64%; el déficit fiscal —es decir, lo que gasta el Estado por encima de lo que recauda— es del 7% (¡uno de los más altos en nuestros dos siglos de historia!). Como consecuencia, durante doce años han emitido dinero de manera descontrolada e irresponsable, lo que implicó acumular un 700% de inflación, sin duda alguna, deliberadamente utilizada como herramienta para continuar con su manera de gobernar.
Para financiar esta locura —además de usar sin parar la maquinita de billetes— sometieron a la población a la presión tributaria más alta de la que se pueda tener memoria. Se recaudaron de esta manera 694 mil millones de dólares más que en los noventa, pero utilizados sólo para financiar un aparato político adepto, puesto que los servicios públicos se han ido transformando en una verdadera estafa al ciudadano: desde el 2008, el delito aumentó en un 40%; pasamos de generar más energía de la consumida a necesitar importarla; el 42% de los argentinos carece de cloacas; el 40% de nuestras rutas es intransitable. Ni hablar de las reservas del Banco Central, que cayeron a casi la mitad, en 22 mil millones de dólares.
Más del 40% de los argentinos vive del Estado, esto no solamente implica que esa misma cantidad de gente difícilmente goce de plena libertad en el sentido amplio de la palabra, sino que estábamos muy cerca de llegar al punto en el que una mitad del país trabaje para mantener a la otra. Esa no es la función del Estado, menos aun cuando, como quedó claro, no se vio reflejado en mejores prestaciones, lo que les costó la vida a muchos argentinos.
En fin, el despilfarro nos llevó a tener hoy a casi un tercio del país viviendo por debajo de la línea de pobreza, y esto es lo único que importa. Ni las ideologías, ni las formas, ni las metodologías políticas tienen relevancia alguna; la finalidad más grande de todo gobernante debe siempre ser el bienestar de la ciudadanía a la que representa, en razón de la cual tiene que ser medido el éxito de su gestión. Evidentemente en los últimos mandatos se ha fracasado garrafalmente, se ha cometido una verdadera mala praxis.
Luego de más de una década, la Argentina vuelve a estar en la escena internacional, los países más prósperos del mundo apoyan una nueva gestión que ve en la globalización no una amenaza, sino una enorme oportunidad. Abrimos nuestras puertas no para que nos saqueen, sino para multiplicar nuestra capacidad productiva, mostrándole al mundo de lo que somos capaces, expandiendo así nuestra economía, puesto que los hechos han demostrado que es este el único camino para terminar con la pobreza, nuestra primera prioridad como Gobierno.
Ni nuestra región ni los colores de nuestra bandera son incompatibles con el desarrollo económico y social. Ser de Primer Mundo no es una cualidad con la que nacieron ciertas naciones, se ha ido logrando con trabajo, esfuerzo, orden y compromiso, todo ello orientado al progreso de su ciudadanía. Requerirá tiempo, disciplina y responsabilidad, pero así como un médico puede estar orgulloso al ver a quien fuera su paciente correr y disfrutar de la vida con salud plena, todos los argentinos podremos ver a nuestra patria con la alegría de haber cambiado su historia.