La muerte del fiscal Alberto Nisman ha mostrado la cara más cruda del quiebre institucional y de la división interna por los que atraviesa nuestra República, siendo el hecho más destacado la falta de racionalidad demostrada por el gobierno nacional ante el estupor causado por la noticia del fallecimiento del fiscal.
A ello se agrega que el gobierno se encuentra empecinado en promover un enfrentamiento entre sus seguidores y el resto de la sociedad. La fragmentación del “ellos o nosotros” nunca puede ser buena para la convivencia humana ni para el desarrollo de un país. Para colmo de males, gran parte del arco político opositor poco ha hecho hasta el momento para que la desazón ciudadana disminuya. Nadie es ajeno a la manera en que muchos de los candidatos trataron de capitalizar políticamente la trágica muerte de Nisman sin pensar en el dolor de su familia ni en la necesidad que el pueblo tiene de que se haga justicia.
La marcha convocada por los fiscales el pasado 18 de febrero no fue una manifestación más de quienes se oponen a un gobierno hegemónico sino un reclamo cívico para que se apuntale la fragilidad que padece nuestra Patria. Esta marcha fue además un mensaje a la dirigencia del país para que entienda que los argentinos estamos exigiendo la restauración de nuestras instituciones. Necesitamos volver a creer en la justicia independiente; en el imperio de la ley; en la idoneidad de quienes ocupan cargos públicos; en la libertad ciudadana; en el respeto a los derechos individuales y en los demás principios republicanos consagrados por nuestra Constitución Nacional.
El pueblo está formado por todos los que cada día trabajamos para el progreso de nuestro país. Ese pueblo hoy reclama coherencia en lugar de irracionalidad; seriedad en lugar de improvisación; sinceridad en lugar de la mentira; justicia en lugar de impunidad; unión en lugar de división; y por sobre todas las cosas, concordia en lugar de enfrentamiento.