En general nuestra sociedad acuerda que el derecho al trabajo es fundamental. Sin embargo, no esta tan claro qué pensamos que incluye ese derecho y cuando aparecen programas sociales que intentan cumplir ese objetivo son cuestionados: “deberían ponerlos a trabajar”, “crear trabajo digno”, “que hagan algo útil”. Urgando un poco en las frases podemos deducir que se piensa en empleo registrado, asalariado y privado.
Esta concepción de trabajo la heredamos de un modelo económico centrado en la producción industrial y con condiciones de pleno empleo de mediados del siglo pasado, como fue el peronismo. Ser trabajador constituía una representación social que correspondía con la idea de ser los creadores de la riqueza del país y por ello ser merecedores de derechos sociales y de la posibilidad de ascenso social.
El fin de este modelo y la llegada del neoliberalismo cambian estructuralmente las condiciones de empleo. Las nuevas tecnologías propiciaron transformaciones en el mundo del trabajo, provocando un aumento del desempleo. Las empresas redujeron sus costos de movilidad, cuestión que les quito parte del poder a los Estados y sindicatos para regularlas. Producen en el lugar del mundo que les ofrezca mejores condiciones para su negocio o parte de éste, incluyendo menores costes salariales. A su vez, las grandes empresas tercerizaron parte de su producción a empresas más pequeñas que logran competir reduciendo costos laborales, es decir, peores condiciones para los trabajadores.
Este nuevo mundo laboral nos encuentra en Argentina en la crisis del 2001 con altas tasas de desempleo, un creciente cuentapropismo, changas y precarización laboral junto a nuevas estrategias laborales, algunas conjuntas y de resistencia como las fábricas recuperadas, nuevas cooperativas y pequeños emprendimientos, entre otros.
La recuperación económica que se da desde 2003 permite que muchas de las personas puedan conseguir el ansiado empleo asalariado registrado. Sin embargo, no fue el caso para el conjunto de los argentinos con esta necesidad.
Es en este escenario que distintas políticas publicas impulsan y/o fortalecen emprendimientos y luego las cooperativas como forma de inclusión social con trabajo, como el Programa Argentina Trabaja o Ellas Hacen (último programa anunciado de generación de cooperativas). Estos programas buscan una salida de manera conjunta y cooperativa ante el desempleo, generando muchas veces infraestructura en el territorio como veredas y asfaltos.
Pero ¿y el trabajo digno?
Es importante no perder de vista la situación mundial en la que se crean estos y otros programas. La OIT (Organización Mundial del Trabajo) acaba de presentar su informe “Tendencias Mundiales del empleo para el 2013” donde anuncia que en 2012 el desempleo aumentó en 4 millones de personas, llegando a un acumulado de 28 millones desde comienzos de la crisis en 2008 y previendo un aumento de 5,1 millones para 2013. En el mismo documento afirma que la existencia de políticas contracíclicas (como las que estamos mencionando de creación de puestos de trabajo desde el Estado) amortigua o desacelera dicho crecimiento. Por el contrario, denuncia que las políticas cíclicas como las de ajustes llevados adelante por los países denominados desarrollados están reforzando la critica situación.
En segundo término, debemos reflexionar sobre qué es trabajo digno o útil. ¿Por que es útil o digno el trabajo de un futbolista y no una cocinera de un comedor barrial? Es acaso porque el primero pasa por la comercialización en el mercado; ¿eso define su utilidad o dignidad, o las necesidades existentes de ese trabajo en ese lugar?
En cuanto al cuestionamiento de la intervención estatal, tenemos dos acciones posibles ante el desempleo: esperar a que algún empresario vea con buenos ojos producir en Argentina, manteniendo las condiciones de desocupación, o competir con otros países para atraerlos mediante la ya conocida “flexiblización laboral”; ambas parecen acciones contrarias a la calidad de vida de los trabajadores. Nadie cuestiona la intervención del Estado para que una multinacional productora de automóviles invierta en nuestro país, aunque incluye grandes inversiones de fondos por parte del Estado, pero sí cuando éste interviene hacia los trabajadores desocupados.
Ahora debemos reconocer la precariedad de los derechos sociales de los cuales gozan estos trabajadores y aquí se abre un debate más intenso e interesante pero también complejo que lamentablemente excede esta nota.
Como reflexión final, queda en evidencia la necesidad de repensar el concepto de trabajo, el mundo actual nos aleja del obrero de mameluco y nos obliga a construir una nueva concepción de trabajo útil en base a las necesidades sociales y a las formas de resolverlas, poniendo en un segundo lugar las necesidades del denominado mercado si queremos generar nuevos puestos de trabajo.
Debemos repensar cuáles son las formas organizativas de esa producción y que el Estado a través de la promoción deberá tener un rol central como lo hace con cualquier otro sector de la economía, y definir cómo construir las condiciones que lo conviertan en trabajo digno.