En las crisis económicas como la que se está dando actualmente en el mundo, se suele decir que no hay trabajo; sin embargo, en general trabajo hay y mucho. Aparecen espacios de intercambio directo de trabajo: los trueques. Esto sucedió en Argentina en la crisis de 2001 y sucede hoy en Grecia y España. Lo que no hay es empleo, empresarios interesados o con capacidad de contratar y pagarle a los trabajadores.
Los trueques constituyen uno de los casos más emblemáticos de la llamada Economía Social o Social y Solidaria. Dicho nombre tiene el objetivo de reforzar la idea, a veces olvidada, de que la economía no es una ciencia exacta como trata de plantear desde el neoliberalismo, donde a través de dos o tres cucharas de ajustes económicos los problemas se resuelven. La economía es una ciencia social que tiene, o al menos debería tener, como objetivo resolver las necesidades de la sociedad.
La Economía Social y Solidaria (ESS) -ya sean los emprendimiento y/o estudios sobre la ESS- van tomando relevancia en ferias, en políticas publicas y congresos de economía. Poco a poco se abren espacios donde se debaten a qué nos referimos con dicho término. La respuesta no es única pero podemos construirla a partir de las características de estas experiencias que se centran en el trabajo y el ser humano, planteando la rentabilidad como una meta más pero supeditada a lo anterior. A muchas de estas experiencias debe sumársele un fuerte compromiso con el cuidado del medio ambiente.
Pero ¿sirve?
La pregunta que rápidamente surge al hablar de ESS es si esta economía es eficiente, si aporta al crecimiento económico del país, o si subsiste sólo por ser subsidiada por el Estado.
Para responder resulta necesario reflexionar sobre el concepto de eficiencia. ¿Qué es una economía eficiente? ¿Aquella que maximiza ganancia? O ¿maximiza la utilización de recursos escasos? El tema de la eficiencia depende de cuál sea nuestro objetivo. Un emprendimiento que es eficiente para un empresario por sus niveles de rentabilidad puede no serlo para el conjunto de la sociedad.
Tomemos un ejemplo concreto: el shopping Dot de la empresa IRSA que hace escaso tiempo saltó a la fama por su responsabilidad en la inundación del Barrio Mitre es un emprendimiento inmobiliario-comercial rentable. Es uno de los shopping más importantes del país. Podríamos definirlo como una inversión o empresa eficiente, sin embargo, su construcción en una zona no apta y sin tomar medidas preventivas causó daños y al menos perdidas económicas a los vecinos de barrio Mitre. La situación de emergencia exigió la intervención del Estado: estamos hablando de los recursos públicos, de todos los contribuyentes. Es decir, las consecuencias de la destrucción de viviendas en el barrio Mitre realizada por un empresa privada será solventada por el conjunto de la sociedad incluyendo a los propios damnificados. Esto constituye un traslado de ingresos de los sectores de menores ingresos hacia sectores de mayores ingresos. Así es como subsidiamos emprendimientos de este tipo de manera indirecta, y en este punto es importante saber que muchas de las empresas capitalistas (ya sea por la contaminación causada, efectos sociales, de salud u otros) no serían eficientes si no fuera por este tipo de subsidios. No pagan todos los costos que generan.
Sin embargo, sólo nos cuestionamos el subsidio cuando es dado a sectores trabajadores, como pueden ser emprendedores o agricultores familiares. Puede que esta condena se deba a que mientras a los primeros el subsidio es indirecto, sobre las consecuencias de esa producción, y en los segundos la transferencia es directa; en general, desde el Estado para que se realice una acción que se considera positiva para el conjunto de la sociedad: como el subsidio a cooperativas que trabajan en el mejoramiento barrial, construcción de viviendas populares o producción familiar de alimentos.
En línea con los gobiernos populares
No es de extrañar que las distintas experiencias de producción, distribución y consumo de la Economía Social y Solidaria hayan tomado mayor relevancia en el contexto de los actuales gobiernos populares de América Latina, ya que comparten principios centrales como la preocupación por el trabajo y el concepto de que los problemas son económicos y no sólo sociales.
En Argentina podemos hablar de más de 16 mil cooperativas que generan mas de 280 mil puestos de trabajos directos, 500 mil monotributistas sociales y al menos 50 mil núcleos de agricultura familiar.
En Brasil existe la Secretaría de Economía Solidaria en el Ministerio de Trabajo: allí se informa que más de 14.900 experiencias involucran a más de un millón de brasileños. En Ecuador la nueva constitución define al sistema económico como social y solidario, reconociendo al ser humano como sujeto y fin. En dicho país existen más de 3800 cooperativas y más de 60.000 unidades de la economía popular (emprendimiento individuales, familiares, etc.).
Venezuela por su parte ha tenido una política muy agresiva de constitución de cooperativas por considerar que parte de la democratización y el cambio social provienen de la mano de la democratización y transformación de las formas productivas.
Bolivia plantea la idea del Buen vivir como propuesta alternativa a los planes de desarrollo que se concentraban sólo en el crecimiento económico sin analizar cómo se daba éste, cómo se distribuía y cuáles eran sus consecuencias.
Es importante entender que no se trata de una economía para pobres o con buena voluntad, se trata de repensar las formas y condiciones económicas que nos lleven a superar la actual crisis económica y cultural. Al tradicional cooperativismo que tiene una larga historia que nace con el mismo capitalismo y que se puede encontrar en cualquier parte del mundo, Latinoamérica le suma una búsqueda que parte de sus raíces indígenas, luchas campesinas y obreras donde se empiezan a ver nuevos actores económicos-sociales-políticos y nuevas formas de organizar la economía para construir un paradigma nuevo y propio.