Lo que sabemos que sabemos y lo que sabemos que no sabemos

Luis Secco

En economía, como en toda disciplina social, no hay demasiadas certezas. Pero hay algunas cosas que los economistas nos atreveríamos a decir que sabemos. Algunas de ellas resultan de particular interés dada la actualidad económica de la Argentina y de algunos debates o especulaciones que parecen olvidar o querer ignorar algunas de las pocas verdades que los economistas sabemos que sabemos.

La primera es que la inflación es un fenómeno macro monetario, que requiere de una política monetaria que la convalide. Sin convalidación monetaria, esto es, sin expansión monetaria, no hay inflación. No estamos hablando de un salto en el nivel de precios impulsado por el aumento de algunos precios aislados. Inflación es el fenómeno por el cual la mayoría de los precios aumenta en forma sostenida. Y, por lo tanto, no es un fenómeno adjudicable a un shock o distorsión en algún mercado o a la búsqueda de beneficios extraordinarios de parte de algunos empresarios.

Sabemos también que la inflación no es un fenómeno deseable; que tiene costos reales y sociales no triviales. Dificulta el cálculo económico, resiente el crecimiento y el empleo y afecta la equidad, al afectar sobre todo a los sectores de menores ingresos. La insistencia del gobierno por poner en tela de juicio los efectos negativos de la inflación obliga  a mostrar lo que sucede en el resto del mundo. Porque si la inflación fuera deseable, los países y sus gobiernos preferirían más inflación a menos inflación. Pero sólo una decena de países tienen inflaciones de dos dígitos y, digámoslo clarito, incluso si la inflación del Indec estuviera bien medida, 10% anual es un montón y algo habría que hacer.  Hay funcionarios (presidentes de bancos centrales y ministros de economía) que pierden sus cargos y gobiernos que se vuelven muy impopulares con una tasa de inflación anual incluso más baja que la medida por el Indec en cada uno de los últimos 7 años.

Detrás de la convalidación monetaria de la tasa de inflación que hoy tiene la Argentina está el déficit fiscal. El cual es el resultado de una política de gasto público irresponsable y que debe ser financiado casi totalmente por el balance del Banco Central.  Y es irresponsable porque su financiamiento genera la inflación que genera, ¡punto!

También sabemos que no hay régimen cambiario duradero o sustentable que resulte compatible con la actual política monetaria y fiscal. Argentina funciona en la práctica como un régimen de tipo de cambio fijado por la autoridad monetaria, donde ésta actúa limpiando el mercado (comprando/vendiendo los excesos de oferta/demanda que muestre el sector privado). De una flotación con controles a los movimientos de capitales, un régimen muy utilizado en economías emergentes (dado que otorga una relativa flexibilidad a la política monetaria y reduce la incertidumbre cambiaria que podrían producir movimientos abruptos de los flujos de capitales), Argentina pasó hace varios años a un régimen de tipo de cambio cuasi-fijo. En el que los controles han ido degenerando en prohibiciones para operar al cambio “fijado” por el BCRA. Y si hay un enemigo a la durabilidad de un régimen de tipo de cambio como el actual, ése es el déficit fiscal y su financiamiento monetario.

En efecto, el exceso de pesos que produce la emisión para financiar el déficit busca su camino hacia activos menos expuestos a la inflación. El elegido es el dólar, de cualquier color, o cualquier bien que se le parezca. Si hay algún resquicio para hacerse de dólares “baratos” hacia allí irá la demanda y si no queda otra que comprar dólares “caros”, también allí irá la demanda. Con el exceso de pesos se compran dólares “blue” o a través del contado con liquidación, bienes de consumo a precio dólar oficial o dólar turista, activos financieros dolarizados (bonos) o cuyo precio termina acompañando la inflación y la devaluación (acciones), o lisa y llanamente bienes de consumo durable y no durables.  Cualquier consumo es preferible a que los pesos queden expuestos a la inflación y a la eventualidad de una devaluación sea esta progresiva o sorpresiva.

En este contexto, de no mediar un cambio en la política fiscal y en su financiamiento a través del BCRA, sabemos dos cosas más: una es que la inflación no se reducirá, incluso si la economía crece menos; la otra es que las reservas seguirán bajando mientras el dólar blue seguirá aumentando, tal vez no lineal pero sí inexorablemente. De la combinación de ambas se deduce que el régimen cambiario seguirá sospechado de transitorio.

Según nuestros cálculos, sin cambios significativos de las políticas actuales (y sin pago del cupón del PBI en 2014) y bajo supuestos muy conservadores, las reservas brutas del BCRA serían de unos USD 23.000 M a fines de 2014 y unos USD 15.000 M a fines de 2015. En consecuencia, las reservas seguirán rompiendo “pisos” (¡porque en los hechos no tienen un piso!).  Hoy las reservas y su contracara, el valor del dólar “blue”, tienen el mismo rol de coordinación de expectativas que tenía el riesgo país durante 2001.

Entonces sabemos que hay inflación porque el déficit fiscal es financiado con el balance del BCRA y que si tal política monetaria, endógena de la política fiscal, no cambia, las reservas del BCRA seguirán cayendo y el dólar blue seguirá aumentando. Pero hay algo que sí sabemos que no sabemos. No sabemos cuál es la combinación stock de reservas/cotización del dólar blue que actúa como gatillo coordinador de las expectativas que llevan a concluir que se terminó el juego y hay que salir corriendo para deshacerse de los pocos o muchos pesos que aún se tengan en la cartera.

Tampoco sabemos qué hará el gobierno. Podría intentar aguantar y ver qué pasa, incrementando toda intervención que crea que le permite reducir la pérdida de reservas, pero con eso no haría más que comprar algo de tiempo. Alternativamente, podría devaluar con o sin un desdoblamiento cambiario (lo importante en tal caso sería que se asegure que haya oferta en cada uno de los segmentos que eventualmente se creen).  Pero, anunciar una devaluación o un desdoblamiento sin un plan podría ser catastrófico. La reacción sería: “ésta es la primera de muchas devaluaciones y no la única”. ¿Por qué? Porque para que una devaluación resulte creíble ni siquiera alcanza con que quien la anuncie cuente con alta reputación y credibilidad (ninguna de las dos condiciones presentes hoy).  La devaluación tiene que resultar consistente con el resto de las políticas económicas, sobre todo con la política fiscal y monetaria. De no mediar una corrección en la tasa de expansión monetaria, hoy totalmente endógena a las necesidades de financiamiento del déficit fiscal, no puede haber una devaluación creíble.

Vale la pena insistir una vez más que la ausencia de políticas macro y su reemplazo por instrumentos de intervención de mercados no sólo no resuelve ninguno de los problemas macro de la Argentina sino que, peor aún, tienden a agravar los existentes, a crear nuevos y a incrementar el tamaño de la corrección macro que en algún momento tendrá lugar.