Evoco con esta idea el título de una obra de las geniales del siglo XX, El miedo a la libertad, de Eric Fromm (1941). Hombre que puso a jugar sus ideas con las de Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Sigmund Freud. Y sin miedo. Lo que también recuerdo, en mis épocas de estudiante, es que sus biógrafos lo definen como culto y bienintencionado, además de optimista. Todo esto sucedía en plena guerra mundial, cuando aún no se sabía ni cómo ni cuándo terminaría, o sea, en la incertidumbre del malestar social.
Hoy, entre nosotros, campaña sucia, campaña del miedo, organizaciones para crear estos Estados sociales que sobre un fin de ciclo revuelven, pero no revolucionan sobre los ánimos personales hasta transformar en malestar social lo que empieza en el alma humana. Hoy, incertidumbre.
Es naturalmente humano el desarrollo y la expansión desde que nacemos. La crispación, las amenazas, las exclusiones y los incluidos sumisos nos generan miedo, y el miedo nos bloquea nuestra capacidad de sentir.
¿Qué pasa con las autoridades de nuestro Estado democrático?
Codicia no es ambición, megalomanía no es liderazgo y autoritarismo no es fortaleza dirigente.
Y ahí estamos, como si estuviéramos resolviendo una guerra en vez de escuchar ideas para un ballotage civilizado.
Con un desenfreno del autoritarismo como voz del Estado perturbado por la contienda, como si la cola de paja ya estuviera incendiándose después de doce años de ejercer su violencia. Es que hay que saber que cuando se está acabando el discurso y la sociedad condena los atropellos, la estampida es grande y se nota la barbarie.
El autoritarismo del poder se ejerce por falta de grandeza, porque el individualismo obtura la necesidad social.
Estamos bajo la presión del miedo, pero del miedo a la libertad de elegir, a la libertad de cortar boleta, a la libertad de decidir y por el miedo a la libertad de usar nuestras inteligencias, esas de las que todos disponemos cuando no nos extorsionan, por sobre el flaco concepto de dominado y sumiso para conservar el acomodo.
Dejar de ser aplaudidor cuesta si con eso se pierde una línea de confort que ampara la malversación de fondos. Nadie aplaude gratis.
La codicia sin fin es expresión del sentimiento de inferioridad que pretende maquillarse con ornamentos caros en vez de conocimiento, que quiere cadenas y no conferencia de prensa, porque hay miedo de que se note la ignorancia.
El sentimiento de inferioridad muta en resentimiento, que es volver a sentir: “Me pueden ver lo que realmente soy”; y el resentimiento sólo genera odio y hostilidad.
Si este análisis se parece a nuestro estado político actual, no es pura coincidencia.
Porque el miedo a la libertad de elección hace que mi empleada doméstica no se atreva a decir a quién votó en su Avellaneda natal, porque tiene miedo de que le ataquen la casa. Porque mi encargado se atreve a cortar boleta y saber a quién quiere dejar afuera de su pretensión política, porque teme al narcotráfico en el poder, porque su hijita está creciendo.
Porque a “los fuegos amigos” que quemaron a un candidato también los acobardó el miedo a la libertad y porque cuando un candidato mete miedo por su magra moral y amenaza para que el humo amigo tape sus escándalos, se le pierde de vista que miedo a la libertad puede haber en todos lados, pero, en sí misma, la libertad no se deja amenazar. Y esto, si se parece a la realidad, tampoco es pura coincidencia.
Cuando los ánimos individuales, en sumatoria, se transforman en malestar social, dejan de ser individuales y son colectivos. Cuando la violencia de un discurso deja de naturalizarse per se y se vuelven a escuchar modos democráticos de intercambio de ideas, entonces el poder hegemónico deja su reinado de ficción, a la reina se le cae la corona y se terminó. No sin antes, con manotazos de ahogada, seguir pensando en dominar a distancia para salvar su pellejo.
La Auditoria General de la Nación (AGN) simboliza el miedo, pero esta vez a perder la libertad, a que la impunidad no triunfe.
Cuesta creerlo aún con un procesado por delitos de público conocimiento dirigiendo nuestro Congreso Nacional en asamblea para el ballotage. Pero la paciencia es una virtud que hay que ejercitar y sobre todo sabiendo que el Congreso es de todos nosotros los ciudadanos que pagamos a los señores que tienen que trabajar en nuestro servicio.
La Justicia justa e independiente también es nuestra y pagamos para que los señores trabajen por nosotros y nos hagan sentir seguros. El Ejecutivo nacional es quien debe velar porque esto suceda y no apoderarse de lo que es nuestro como trofeo de delirio de grandeza. El miedo a la libertad es un efecto buscado, pero no conseguido.
Me pregunto: ¿Qué hace que emblemáticamente una figura femenina representante madre elija hijos para querer y otros para castigar? ¿Militantes quiero y diferentes rechazo?
Me falta una pieza, porque ese rompecabezas tiene que estar completo en una historia personal que no es conocida, pero que seguramente existe.
Y ahí vuelvo a Fromm y su título histórico El miedo a la libertad; de él se dice culto y bienintencionado, ¿será que lo que estamos viviendo en la última década es saber vacío y malintencionado?
Resulta que como esto no es una monarquía, no reconozco reina y quien se autosignificó así viene a ser que debe servirme para mi mejor vivir y respetarme porque soy el único soberano, porque soy el ser social que multiplicado por 40 millones es el pueblo.
Ojalá todos podamos dejar de tener miedo a la libertad, considerando que nuestro ballotage no es guerra mundial y que el cuco es una fantasía infantil.
Y tal vez haya una “mujer al borde del ataque de nervios”.