Por: Marcelo Ramal
La inauguración del Metrobús parece ser un guante a la medida de los propósitos del macrismo. “La gestión no tiene color político”, dicen los funcionarios que cortan la cinta del carril que se extiende a lo largo de la avenida 9 de Julio. Detrás de las inauguraciones del gobierno PRO está la pretensión de que la Ciudad se podría gobernar al margen de los antagonismos sociales. Para sus metrobuses o estaciones de subte, Macri nos exige una unanimidad nacional o, al menos, porteña.
Pero el Metrobús no escapa a una orientación social definida. La misma que mucho antes del jefe del PRO, levantaron los Grosso, De la Rúa o Ibarra: hacer de la Ciudad la “capital turística y financiera del Mercosur”. Ello, a expensas de los derechos y necesidades de la población que trabaja y vive en ella.
El carril para colectivos en la avenida 9 de Julio concentra las líneas que circulaban por las calles del microcentro. Es cierto que cesará la contaminación aérea y sonora en esas calles. Pero la polución será trasladada integralmente a la “avenida más ancha del mundo”, que es uno de los actuales pulmones de la Ciudad. Varios expertos han relacionado la magnitud de la obra del Metrobús -que obligó, entre otras cosas, a la tala de árboles- al abusivo número de líneas de colectivos que transitarán por él. El carril único podrá disimular la congestión que crea la superposición de líneas, un resultado inevitable de la privatización del transporte. Pero no puede sustituir a una planificación de carácter integral, que exige reemplazar al lucro privado por el interés general.
No es un secreto que el nuevo carril se superpone, además, con la Línea C de subterráneos. Se ha señalado, en este sentido, que los recursos invertidos en este carril podrían haberse destinado a mejorar la frecuencia en esa línea. La respuesta a ello es que el Metrobús céntrico se vincula con otro proyecto estratégico del macrismo: la peatonalización del centro. La “refuncionalización” de ese área de la Ciudad - como también la de su casco histórico- apunta a transformarla en un enclave turístico-comercial, levantando el valor inmobiliario de una zona relativamente degradada.
En ese caso, la obra “pública” volverá a apuntalar a un objetivo privado. La “puesta en valor” del centro ejercerá una presión alcista sobre el valor del suelo y de las propiedades de todo el área circundante, principalmente hacia el sur de la Ciudad. El capital financiero aplicado al negocio inmobiliario podrá declararse conforme con ello.
No así quienes buscan acceder a una vivienda única o pagan un alquiler en esas zonas. El Metrobús ha sido presentado como la primacía del transporte público en desmedro del automóvil particular. Es cierto que muchos usuarios verán reducidos sus tiempos de viaje por el centro. Pero un verdadero incentivo al transporte público exige la reconstrucción de su columna vertebral, el ferrocarril. Pero los Roggio-Cirigliano siguen al frente del desastre ferroviario y también del manejo del subte -en este caso, gracias a Macri. Mientras continúe el desquicio de los rieles, muchos de los que habitan en la provincia -y trabajan en la Ciudad- seguirán concurriendo con sus autos para llegar a horario o no viajar hacinados. La peatonalización y el Metrobús, entonces, no suprimirán la afluencia de automóviles: sólo lograrán que otro filón -el de las playas de estacionamiento- se desplace del centro hacia San Telmo o Constitución.
Lo que aquí señalamos para el megacarril de la 9 de Julio puede extenderse, sin duda, a otras cortadas de cinta del PRO. El Metrobús que se extenderá por la avenida Roca hacia el Bajo Flores, Soldati y Lugano contribuirá a la “puesta en valor” del sudoeste de la Ciudad. Pero quienes viven en esta zona asisten al abandono de cualquier iniciativa en materia de urbanización de villas, de la salud o la educación públicas.
Mientras tanto, los legisladores macristas y del kirchnerismo han estado muy activos en consensuar la entrega de tierras públicas en el Parque Roca, en favor de intereses privados. En esas condiciones, la revalorización inmobiliaria asociada al desarrollo del transporte no es un factor de arraigo: refuerza, en cambio, la presión expulsiva del gran capital sobre los habitantes del sudoeste porteño.
El Metrobús podría significar un alivio en las condiciones de trabajo para los choferes de colectivos -ello, en oposición al agobiante tránsito del microcentro. Pero ello exigirá una acción sindical decidida, para que la voracidad patronal no transforme el menor tiempo de viaje en un aumento de las frecuencias y una mayor carga de trabajo para los choferes.
Metrobuses, redes de subtes extendidas e integradas al transporte ferroviario podrían ser formidables herramientas para reducir el tiempo que la población dedica a trasladarse de la casa al trabajo, el cual hoy suele extender en varias horas las ya prolongadas jornadas laborales. Pero para ello, debe ser revertida la orientación social que rige en la Ciudad. Por lo pronto, es necesaria una reorganización integral del transporte público, terminando con el parasitismo de los concesionarios y colocando su gestión bajo un plan único que integre a todas las modalidades: colectivos, subtes y ferrocarril.
La jornada de seis horas -que hoy rige en el subte a partir de una iniciativa legislativa de Altamira en 2002- debería extenderse a todas las formas del transporte urbano; la planificación del transporte sobre nuevas bases debe estar asociada a una gestión pública del suelo, comenzando con impuestos progresivos al gran capital inmobiliario y el suelo ocioso, para favorecer el arraigo de los trabajadores a la Ciudad. La peatonalización, por otra parte, debe establecer espacios reservados para ferias públicas y artesanales, que faciliten el abastecimiento popular y lugares de trabajo para artesanos. También por todo esto, la Ciudad necesita a la izquierda en el Congreso y en la Legislatura.