Al igual que con el canto de sirenas que apacigua el espíritu, brindando paz y tranquilidad en medio de la tormenta, pero que lleva al navegante a las profundidades abisales, el político profesional —o el aspirante a serlo— tiene la permanente tentación de introducirse en la burbuja negadora de la realidad.
Por miedo, comodidad o simple interés, quienes ocupan los despachos oficiales recurren una y otra vez a la negación de lo evidente, a la eliminación de la verdad comprobable. Muchas veces, con el aditamento de etiquetar al mensajero de malas noticias como al mismísimo demonio.
Múltiples y patéticos ejemplos de esta práctica nutren la historia argentina.
La aparición y la multiplicación de elementos y herramientas comunicacionales como las redes sociales y el hiperdesarrollo de internet, sumadas a la proliferación de “gurúes” de la imagen y la encuesta de opinión, han sumido a los dirigentes políticos vernáculos en la disyuntiva de reconocer lo tangible o negarlo hasta los límites del ridículo, y luego “medir” el impacto de su decisión en sondeos que realizan las consultoras “top”.
“No hay inflación. No hay pobreza. No hay desocupación. No hay inseguridad. El narcotráfico no ha penetrado nuestras fronteras. El sistema penal del Estado funciona perfectamente, al igual que la salud y la educación”. La lista de ejemplos sería infinita y aburrida. También, irritante.
En las últimas horas, en medio de una inaudita ola de inseguridad, se multiplicaron casos de secuestros extorsivos en gran parte del territorio bonaerense y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Sin embargo, altos funcionarios de las áreas de Seguridad y de la Policía volvieron a insistir con la negación, al igual que sus antecesores y los antecesores de los antecesores… A Dios gracias, nadie habló de “sensación de inseguridad”, ¡por ahora!
Si la solución a los problemas que nos aquejan pasara por la simple negación, la historia de la humanidad sería un cuento de hadas o una aventura de Emilio Salgari, como mucho.
Equiparar a la República Argentina con Disneyland ya nos trajo demasiados inconvenientes en el pasado reciente. Es hora de virar el timón hacia otros rumbos, de ignorar la bella silueta de las sirenas y su encantador sonido.