Aunque en la peculiar temporalidad política argentina todavía falte una eternidad para las elecciones de octubre de 2013, la imaginación no puede dejar armar escenarios para este año que comienza. ¿Cómo se distribuirá el espacio político nacional? ¿Se dividirá finalmente en dos medios, tres tercios, o cuatro cuartos?
Una respuesta taxativa es imposible, pero hay algunas claves para intentar comprender las configuraciones que puede tomar el espacio político argentino. Una de esas claves la da Pierre Ostiguy, quien explica que el campo político argentino no se divide estructuralmente simplemente en dos mitades, sino en cuatro cuadrantes. Es decir, a lo largo de todo el siglo XX y aún hoy, el campo político argentino no se divide en “izquierda” y “derecha“, sino que profundos clivajes o fallas geológicas cruzadas lo dividen en cuatro. Alterando levemente la tipología de Ostiguy, diremos que estos clivajes son populismo/antipopulismo por un lado y liberalismo/progresismo (o su variante nacional-popular) por el otro. El sistema, entonces, tiende a estructurarse con una identidad populista/liberal, otra anti-populista/liberal, una populista/progresista y otra antipopulista/progresista.
Desde 1945 hasta 1991 (aproximadamente) estas identidades subsistieron y compitieron entre sí al interior de los dos partidos nacionales dominantes, la UCR y el PJ. Es decir, dentro del PJ y UCR convivían y competían visiones más o menos liberales (en el sentido de preferencias de políticas públicas, sobre todo económicas) y estilos más o menos populistas de hacer política.
La explosión de las identidades partidarias nacionales en la década del ’90 y sobre todo luego del 2001 dejó un sistema profundamente alterado. En él queda un solo partido verdaderamente nacional, el peronismo, y éste actúa como el principal estructurante de toda la espacialidad política nacional.
El peronismo obra, más que como un partido, como un estilo o forma de perseguir el poder y de gobernar (“peronismo es ganar”, dice Maria Victoria Murillo) que es compartido por una serie de dirigentes territoriales, sociales y legislativos. Éstos, sin embargo, están divididos entre quienes tienen preferencias por políticas públicas más liberales y aquellos más cercanos a la tradición nacional-popular o del peronismo de izquierda; estas corrientes compiten entre sí, a veces sin cuartel, por la preeminencia. Según como se resuelve en cada momento la puja de poder, el partido nacional se mueve en una dirección u otra: en los ’90 derivó hacia un populismo liberal (con Carlos Menem) y luego del 2001 el péndulo osciló hacia un populismo más progresista con los Kirchner. (Ayer Juan Carlos Torre explicaba cómo se reavivó hoy esta puja en esta excelente entrevista en Página 12)
El resto del campo político se estructura en gran medida de manera reactiva, según cómo se mueva el peronismo: cuando éste se mueve hacia el cuadrante liberal, tienden a crecer partidos o alianzas opositoras de tipo progresista, como fue el caso de la Alianza al fin del menemismo; cuando el peronismo oscila hacia el cuadrante progresista o nacional-popular, tienden a ganar protagonismo fuerzas opositoras más liberales, como el ARI en 2007, De Narváez en 2009 o el PRO en estos días.
Hoy, el espacio político parecería estar dividido en tres, con una identidad peronista, y dos espacios en competencia por fuera. En un lado encontramos el peronismo kirchnerista (o kirchnerismo peronista, si, como dice Torre el término “peronismo” funciona cada vez más como adjetivo y no como sustantivo), articulado alrededor del liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner y sustentado por una red de gobernadores e intendentes y por un conjunto de fuerzas políticas nucleadas en la incipiente estructura de “Unidos y Organizados“. Esta identidad maneja, hoy por hoy, las estructuras partidarias del peronismo, anque es cierto que en disputa con ella encontramos un grupo de dirigentes del peronismo liberal (o liberalismo peronista) que intentan disputar esta hegemonía. Estos dirigentes van desde José Manuel de la Sota hasta Sergio Massa, y se enfrentan en este momento al dilema de si les conviene competir en las PASO dentro de la estructura del peronismo/PJ o presentarse como una fuerza diferente.
Por fuera del peronismo, encontramos dos fuerzas nuevas, cada una ocupando por ahora un cuadrante diferente. Por un lado, está el FAP, que quiere ocupar el cuadrante progresista-antipopulista. Así, el FAP suma a un programa progresista cercano a las izquierdas de la “Tercera Vía“, con propuestas de descentralización, democracia directa, defensa del medio ambiente, pluralismo y “buen gobierno”, una presentación pública casi desafiantemente antipopulista, corporizada en la figura de su líder, Hermes Binner.
Por otro lado, otra fuerza que intenta ocupar el cuadrante liberal-populista, en la figura de Mauricio Macri. La combinación liberal-populista se ve con claridad en la suma de un discurso pro-mercado con la apelación electoral a figuras mediáticas y de la “no política” como Miguel Del Sel y otros posibles deportistas y personas del espectáculo. Esta apuesta es interesante (más allá del juicio sobre la calidad de estos equipos) porque demuestra la decisión de disputar el “estilo populista” con el peronismo. (Un renglón aparte merece la UCR, quien hoy se debate entre aliarse al FAP o al PRO, en una muestra de la profunda crisis en que se encuentra el partido centenario. De cualquier manera, en cualquiera de las dos opciones la UCR irá como parte subordinada.)
Esto definirá probablemente un espacio político nacional dividido en tres partes: el FPV, el PRO y el FAP; a estas podría sumársele algún nucleamiento del peronismo no kirchnerista, si gobernadores o intendentes deciden ir por afuera. Sin embargo, hay que recordar que lo más probable es que el FPV siga ocupando el centro del tablero y que en gran medida el ascenso de su competidor más cercano dependerá más del perfil que adopte el kirchnerismo que de méritos estrictamente propios de la oposición. Vale decir: si Cristina Fernández de Kirchner elige armar la oferta electoral del FPV enfatizando un perfil más asociado con las figuras de Unidos y Organizados, sería esperable que esto favorezca al PRO; si, en cambio, la presidenta privilegia posibles alianzas con gobernadores e intendentes con un perfil más peronista clásico, será entonces esperable que esto pueda ser capitalizado más fácilmente por el FAP.