Es decir: el resultado final de la peculiar competencia que al mismo tiempo une y separa a Cristina Fernández de Kirchner y a Daniel Scioli no será determinado por cómo se ubique cada uno de ellos en el espacio ideológico, sino más bien por cómo actúe cada uno de ellos en el tiempo que queda de acá a 2015.
Cristina Fernández y Daniel Scioli se enfrentan al mismo problema. Dadas las reglas institucionales vigentes que prohíben la reelección del presidente y, más importante aún, la cultura política del partido peronista que no admite liderazgos múltiples, ambos se encuentran en una relación que los impulsa al conflicto y que hace muy difícil la cooperación. Si Cristina Fernández de Kirchner deseara lograr su re-reelección, su principal obstáculo sería hoy Daniel Scioli (como Eduardo Duhalde fue el principal obstáculo de los planes re-releccionistas de Carlos Menem); al mismo tiempo, el gobierno nacional es el principal obstáculo a los planes presidenciales de Daniel Scioli, que dependen en gran medida de la posibilidad de mantener la estabilidad financiera de su siempre complicada provincia.
¿Están entonces la presidenta y Scioli en un trayecto inexorable hacia un enfrentamiento total? No, justamente por la cuestión temporal. La cuestión para ambos no es sólo romper con el otro, sino sobre todo hacerlo en el momento justo. Salir a romper demasiado temprano, o demasiado tarde, puede ser ruinoso.
Para Daniel Scioli sería casi suicida escuchar a las voces que le piden que rompa con el gobierno nacional y se erija en portavoz de la oposición. Su provincia no es la San Luis de los Rodríguez Saá, la Chubut de Mario Das Neves, la Neuquén de Jorge Sobisch o la CABA de Mauricio Macri (es decir, distritos con economías más o menos autosuficientes), sino que es un distrito enorme y complicado, que necesita cada año del auxilio de Nación para cerrar sus cuentas públicas. Un gesto político grandilocuente de Scioli implicaría casi seguro una rápida pérdida de gobernabilidad en su propia provincia. Romper demasiado rápido implicaría para Scioli asumir el destino de Eduardo Duhalde en 1999: impedir la re-relección de Cristina Fernández de Kirchner, al costo de enterrar sus aspiraciones personales.
De manera similiar, Cristina Fernández de Kirchner tampoco puede escalar un conflicto con Daniel Scioli hoy. De hacerlo, y si el sciolismo presenta sus propias listas legislativas en la elección que viene por fuera del Frente para la Victoria, esto significaría sin duda el fin de cualquier proyecto reeleccionista. (Recordemos que, en un gobierno sin reelección posible, es útil para Presidenta mantener viva la apariencia de factibilidad de una reforma, más allá de su intención o no de hacerla.)
Todo indica, entonces, que los incentivos para poner el enfrentamiento de fondo y llegar a una solución de compromiso para las elecciones de este año son muy altos. Esto implicaría lograr algún tipo de consenso en la conformación de las listas, y el rescate financiero de la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, y al mismo tiempo, no cabe dudas de que Daniel Scioli tampoco puede retrasar su desafío a la autoridad de Cristina Fernández de Kirchner al infinito. De hacerlo así, se expone a quedar opacado por alguna de las figuras opositoras que ya están haciendo campaña presidencial. (En esto, sin embargo, Scioli es ayudado por las dificultades que tienen tanto Hermes Binner como Mauricio Macri para instalarse como candidatos de alcance nacional.) Inversamente, en algún momento Cristina Fernández de Kirchner va a tener que develar si se lanza a la reforma constitucional o no, y, de no hacerlo, si acepta a Scioli como sucesor o intenta encumbrar un candidato más cercano.
En definitiva, entonces, es esperable que ambos jugadores acepten alguna solución de compromiso para este año, y queden ambos avistándose, esperando el momento justo para la próxima jugada.