El amplio triunfo de Rafael Correa en Ecuador (fue reelecto el domingo y no sólo obtuvo el 57% de los votos sino que ganó en todos los departamentos del país) parece hablar de la buena salud electoral de los regímenes populistas de izquierda de la región. A la victoria de Correa habría que sumar la última victoria del chavismo en Venezuela (que ganó aún en el medio de las incertidumbres relacionadas con la enfermedad de Hugo Chávez), la re-elección de Cristina Fernández de Kirchner y la victoria de Evo Morales en la última elección presidencial boliviana con el 64%, en lo que constituye hasta ahora un récord de la región.
Sin embargo, la realidad política del continente es tan generosa con los analistas políticos que el año pasado nos proveyó de un contra-caso para analizar las fuentes de sustentabilidad y las nuevas amenazas a estos regímenes. Me refiero, por supuesto, a la destitución cuasi-golpista de Fernando Lugo en Paraguay. Esto nos permite confirmar que los populismos de izquierda latinoamericanos no son invencibles.
De hecho, la comparación entre Correa y Lugo es especialmente interesante. Ambos son “outsiders” de la política, provenientes de sectores con prestigio en la sociedad civil más no de la clase política: uno un obispo católico, el otro un economista académico. Ambos acreditan el nacimiento de su interés por lo público en las enseñanzas del catolicismo de izquierda y la teología de la liberación. Ambos llegaron al poder en una encrucijada política que resultó afortunada para ellos, pero con una endeble base de sustentación: Correa asumió la presidencia sin ningún diputado propio en el Congreso, y con el antecedente de que los últimos cinco presidentes ecuatorianos no habían logrado completar su mandato, y Lugo ganó en una fórmula con un vicepresidente muy poco confiable. Ambos debían lidiar con dos figuras fuertes de gran activismo político: el ex candidato a presidente Lino Oviedo en Paraguay y el ex presidente Lucio Gutiérrez en Ecuador.
Pues bien: con el correr del tiempo, vemos que Rafael Correa (un outsider casi sin experiencia política previa a su ascenso a la presidencia) no sólo ha logrado sobrevivir, sino aumentar su poder, mientras que Fernando Lugo no pudo atravesar un desafío serio a su autoridad presidencial.
Por supuesto, las razones de esta divergencias son múltiples y no pueden ser simplificadas en una sola variable para una columna como ésta. (Principal entre ellas está el rol y la fortaleza relativa del Partido Colorado, mientras que en Ecuador los partidos políticos organizados prácticamente no existían ya antes del ascenso de Correa.)
Una razón sin embargo hay que descartar, que es la económica. Un argumento dice “los nuevos populismos se sostienen sólo gracias a su gran suerte de gobernar en una década de altos precios de las commodities“. Pero si este determinismo económico fuera cierto, sería inexplicable el caso paraguayo. Paraguay es uno de los países con un mayor crecimiento de la región, con un récord del 15% en 2010. Luego de una relativa caída del crecimiento debido a un brote de aftosa, el Banco Mundial estima sin embargo que Paraguay estará entre los países latinoamericanos que más crecerán en 2013 y 2014. Por su parte, hay que recordar que Rafael Correa gobierna el único país latinoamericano con una economía dolarizada, lo cual disminuye (en teoría) las herramientas de política económica al alcance del Poder Ejecutivo.
La primera clave (sólo a manera de hipótesis, en un análisis superficial como éste) parecería ser, no el crecimiento económico per se, sino la capacidad o no del Estado de apropiarse de una parte de este crecimiento vía impuestos o nacionalización directa, y luego distribuirla vía políticas sociales. Vale decir, mientras que en Ecuador Correa logró estatizar la renta petrolera, en Paraguay el Estado no pudo avanzar con un proyecto que quería retenciones a la exportación de soja, que quedó frenado en el Senado (de hecho, el nuevo gobierno demandó el archivo inmediato de este proyecto de ley).
La segunda clave es puramente política y tiene que ver con la reacción frente a las nuevas amenazas de gobernabilidad. ¿Por qué Correa pudo superar su (aparente) secuestro por parte de la policía y Lugo no pudo superar un pedido de juicio político con graves fallas procesales? Lo que estamos viendo en estos años (como en el intento de sedición de las provincias del Este en Bolivia o en el golpe de Estado contra Chávez) es que la capacidad de movilizar a los seguidores en el espacio público frente a una amenaza resulta absolutamente clave. Mientras Correa convocó a sus seguidores en términos épicos a la resistencia, Lugo eligió un discurso mucho más institucionalista, aun en la denuncia. No sabemos y nunca sabremos qué habría sucedido si Lugo hubiera llamado a los campesinos a apoyarlo; es posible que haya tenido dudas de su capacidad de convocar. Sin embargo, es la capacidad de “llenar las calles” en momentos determinantes (y no sólo la capacidad electoral), la clave para entender la supervivencia de los populismos de izquierda en Sudamérica hoy frente a las amenazas de gobernabilidad de nuevo cuño.