¿Por qué no hemos visto todavía un ousider exitoso proveniente de la sociedad civil en la política nacional argentina?
En los últimos años, en Sudamérica se ha visto que la hegemonía exitosa de los partidos de izquierda (tanto populista como moderada) en la región y la crisis de los partidos tradicionales de la derecha y la centro derecha, que muchas veces se han mostrado como incapaces de competir electoralmente en igualdad de condiciones con oficialismos de izquierda, han abierto la puerta para que figuras provenientes del “afuera” de la política reclamaran el liderazgo opositor. En momentos de agotamiento de las capacidades de las elites partidarias tradicionales, es comprensible que empresarios (como Sebastián Piñera ) o políticos jóvenes y carismáticos con partidos nuevos como Henrique Capriles asuman preeminencia.
Es interesante, sin embargo, que tal cosa no haya sucedido (aún) en la Argentina, ya que las condiciones para un “outsider” exitoso parecerían estar dadas. Por un lado, el gobierno kirchnerista ha invertido gran energía en el último tiempo en avanzar de una dinámica más movimientista hacia la organización de herramientas electorales y políticas propias que van desde La Cámpora a Unidos y Organizados. Por el otro, la oposición se encuentra en este momento como una mixtura de partidos con prosapia pero sumidos en una profunda crisis (como la UCR) con figuras más novedosas pero cuyo liderazgo nacional no termina de cuajar, como Mauricio Macri o Hermes Binner. ¿No sería esperable que surgiera una figura proveniente de alguna organización de la sociedad civil con prestigio que, con un discurso centrado en la transparencia institucional, los derechos humanos o la lucha anticorrupción. El PRO pareciera haber apostado en parte a incorporar a sus listas a personalidades del deporte y el espectáculo; sin embargo, yo estoy pensando más bien en alguien como Juan Carr, o algún dirigente agrario, o lo que en su momento fueron Graciela Fernández Meijide o Marta Oyanarte o, más fugazmente, Juan Carlos Blumberg.
Creo que la explicación para que esto no suceda tiene que ver con dos factores. Por un lado, la propia dinámica del kirchnerismo, que en los últimos tiempos ha apostado a una gobernabilidad basada más en lo institucional, empuja a la oposición a la misma dinámica. A pesar de lo que digan algunos analistas, en Argentina lo que pase en el Congreso, en las gobernaciones, en los sindicatos o en las intendencias es muy importante, y no resulta tan fácil ganar centralidad política con un discurso puramente outsider o antipolítico.
Por el otro, hay un factor que tiene que ver con un muy profundo (a esta altura tal vez inalterable) funcionamiento del campo opositor. Los diversos mecanismos de creación y difusión de los discursos opositores, entre los cuales los más importantes son los medios de comunicación masivos de la prensa y los canales de TV y ciertos programas de cable parecieran exigir que, para darle difusión a un candidato y a sus palabras, él o ella asuma un discurso opositor apocalíptico, que denuncie el carácter totalitario del gobierno y anuncie la explosión a corto plazo de la economía y la política nacional. Curiosamente, sin embargo, esta misma función de denuncia constante termina disminuyendo el atractivo social de las figuras que deberían encarnar un discurso sin duda opositor, pero con mayores valores de optimismo, estabilidad económica y opciones de una mejoría de la vida cotidiana, que es lo que hasta ahora el público parece estar demandando. Este “rol” puede servirle a políticos como Elisa Carrió, que se sienten cómodos representando a una minoría, pero no para construir opciones de mayorías.