El acto del sábado pasado en el que se celebraron conjuntamente los aniversarios del 25 de mayo y de la asunción de Néstor Kirchner del 2003, dejó varias imágenes fuerte, entre ellas, la de una concentración que colmaba la Plaza de Mayo y llegaba hasta más allá de la 9 de julio; la ausencia de las columnas sindicales; la masividad de convocatoria demostrada por La Cámpora y el Movimiento Evita; la abundancia de personas sueltas o autoconvocadas. Sin embargo, tal vez la imagen más fuerte de la fecha haya estado en el palco oficial, en el cual, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner (muy elegante con un vestido negro de cuello alto y collar de perlas) habló rodeada de un grupo de funcionarios en el que destacaban ciertas presencias y ciertas ausencias. Entre las últimas, llamaba la atención que no estuvieran al lado de ella habituales invitados de honor, como el vicepresidente Amado Boudou, los dirigentes de La Cámpora, de otras agrupaciones de Unidos y Organizados y la de su cuñada, Alicia Kirchner. Entre las presencia, resaltaron varios gobernadores, sobre todo Sergio Urribarri de Entre Ríos, Juan Manuel Urtubey, de Salta, y del muy urticante Gildo Insfrán, de Formosa.
No sólo hay que hablar de presencias y ausencias, sino de distancias relativas. Un poco más lejos, pero en primera fila y tomados frecuentemente por las cámaras, había otros gobernadores de provincias “chicas”, como Jorge Sapag de Neuquén y Oscar Jorge de La Pampa; ninguno de los dos son habitués de locaciones tan preciadas en este gobierno.
Pero el dato principal es otro. Lejos de la Presidenta, casi en un extremo de la fila de invitados, se situó Daniel Scioli, quien solía estar en los en escenarios de años anteriores, siempre en un lugar absolutamente privilegiado, como corresponde al gobernador de la provincia con mayor población de país y un ¿ex? aliado de peso crítico para el gobierno.
¿Cómo leer esta foto? No es cosa, por supuesto, de sobreintepretar la proxémica de un acto en particular; sin embargo, también es sabido que estas instancias en donde se mezclan protocolo y simbolismo son objeto de planificación detallada y puja feroz para “subirse al palco”.
¿Será el público y destinatario principal de este mensaje Daniel Scioli? ¿Habrá sido una manera de avisarle que frente a su candidatura podría erigirse una especie de “Liga Federal” de gobernadores de provincias argentinas, siempre recelosos de ver crecer el poder de la ya poderosa provincia de Buenos Aires?
Tulio Halperín Donghi señala en una magnífica ponencia presentada en el 2003 en el seminario “El Federalismo Argentino desde una Perspectiva Comparada”, que la totalidad de la política argentina de los siglos XIX y XX puede leerse como la sucesión e imbricación de estrategias de las provincias del interior argentino para contrapesar el poder federal, y las reacciones del poder federal en sus intentos para unificar políticamente el país. Como dice Halperín, el propio armado de la Constitución de 1853 (con la institucionalización de la sobrerepresentacion de los distritos con menor población) nació del hecho de que “los distintos gobernadores de provincia se organizan en una suerte de cooperativa para controlar el poder federal”.
La provincia de Buenos Aires es en este sentido atípica, porque no es el poder federal de la Nación, pero tampoco es una provincia. Es más bien un país en sí misma, y los gobernadores de las restantes provincias desconfían históricamente de su clase dirigente. ¿O acaso hace falta recordar como los caudillos peronistas de las provincias se encolumnaron detrás de “uno de ellos” para derrotar en 1988 a Antonio Cafiero? ¿O será casual que ningún gobernador de Buenos Aires haya llegado a presidente de los argentinos en el siglo pasado?
No sabemos si la presidenta eligió conscientemente mostrarse con la nueva“Cooperativa de Gobernadores” como manera de simbolizar en dónde se apoyaría con tal de recortar el poder de Daniel Scioli; en todo caso, sí vemos que la fractura entre el peronismo de la PBA y el resto del país está a punto de actualizarse.