Una vez más, como a lo largo de estos 32 años ininterrumpidos de democracia, los argentinos están a días de elegir a su mayor representante político: su Presidente. Con un agregado inédito, que es inaugurar el sistema de ballotage previsto en la Constitución. Los dos candidatos elegidos por el voto popular para tal contienda no hacen de la ideología su principal baluarte.
Más allá del discurso acotado que tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri ostentan, está claro que no son candidatos comprometidos políticamente. Sus convicciones fueron mutando hasta llegar al pasado domingo, al primer debate de candidatos presidenciales, claro mérito de Argentina Debate. Allí hubo sólo dos argentinos que manejaron, en forma asertiva o no, los tiempos acordados. Lo cierto es que el debate no aportó a los ciudadanos más conocimientos que los que ya tenían sobre ellos. Tal vez lo más importante que mostró el debate fueron los más de cincuenta puntos de rating ascendente, lo que demuestra el interés que los argentinos tienen por su futuro inmediato.
Quizá Scioli y Macri sean los primeros presidenciables producto de la crisis de representatividad política y de partidos políticos. Ambos se acercaron a la política cuando esta, alejándose de sus formas habituales, comenzó a economizar tiempos, buscando a personajes conocidos, especialmente por la televisión. La formación de un dirigente político lleva muchos años de preparación y tal vez muchos más de instalación. Macri y Scioli llegaron a la política en momentos en que esta comenzaba a desguazar sus partidos políticos y a conquistar “ricos y famosos”. Esto no invalida que algunos de los que se acercaron bajo estas mismas condiciones luego abrazasen con seriedad el camino político. Sucede que sus inicios en la actividad política no germinaron desde la naturaleza de la política tradicional, sino que fueron producto de un implante político. Ignoro si esta condición u otros factores operaron sobre los candidatos para no mostrar la Argentina con la que sueñan presidir, con un plan a cuatro años.
Ningún votante este próximo domingo, al emitir su voto positivo u optar por un candidato, sabrá a ciencia cierta en cuánto tiempo y cómo se reducirá la inflación. Cómo se atraerán las inversiones. De conseguirlas, ¿con qué progresividad se desandará la actual desocupación, cualquiera fuese su guarismo? Tampoco sabrá si el próximo índice de inflación lo dará a conocer un Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) saneado. Si se revisarán o no todos los acuerdos económicos internacionales firmados. Si se resolverá el enigma Alberto Nisman. En definitiva, a quiénes priorizarán con sus políticas y quiénes pagarán el precio de sus decisiones.
A esta altura cabe recordar que para que una nación sea reconocida como república es indispensable la independencia de sus poderes. Tal vez la democracia recuperada en 1983 fue desfigurándose al querer ajustar la realidad a las necesidades políticas de los Gobiernos de turno. La realidad puede desfigurarse sólo con recordar lo que fue el Indec y lo que es, pero los hechos que produce esa realidad no. Sabrán o no hoy Macri y Scioli, aunque no lo digan, cuál es el número exacto de pobres en Argentina, o de las arcas del Banco Central, o de los ni-ni, o de los narcotraficantes. Pero ampliados o reducidos son, están, tienen nombre y apellido y la política debe resolver qué tratamiento le dará a cada uno de estos actores.
En el 2007, previo a la elección presidencial que hiciese de Cristina Fernández la primera presidente mujer, Argentina tenía un Gobierno, el de su marido, al que le sobraba dinero. Argentina tenía superávit fiscal. Por entonces, la inversión rondaba el 21% del PBI. Argentina crecía casi a un 9% anual. En ese momento se debió haber planificado qué hacer con ese superávit y cómo encarar la solución de los temas más importantes. En aquel momento, 2007, Argentina aún no dependía de la compra de energía. Allí debió la Presidente priorizar este tema, sabedora de que la energía es la principal aliada de la producción, el trabajo y de la lucha contra la pobreza. En aquel momento, insisto, 2007, para crecer en forma sostenida durante diez o quince años al 4% anual se requería la duplicación de la energía que por entonces se consumía. Si, en lugar de depender del gas natural extranjero, el Gobierno hubiese planificado estratégicamente e invertido los dos mil o tres mil millones de dólares anuales de costo de importación en la construcción de centrales de energía hidráulica o nuclear, hubiese generado trabajo para nuestro país. Hubiese satisfecho nuestras necesidades y proveído a otros países, por ende, hubiese aumentado las divisas.
Los países que han logrado a lo largo de su historia una buena vida para sus ciudadanos siempre han planificado su porvenir y los candidatos a presidirlos explicaron el cómo, el para qué, el con quién y el hacia dónde. La diferencia entre los postulantes es que, sin tapujos, dicen a sus electorados a quién van a priorizar con sus políticas y sobre quiénes recaerá el peso de sus decisiones.
En esta Argentina pendular, el 2007 fue un año de equilibrio fiscal, de un dígito anual de inflación y de desocupación, pero con un enorme déficit político: el oficialismo presentó como proyecto a un pingüino o una pingüina, y la oposición su enorme pereza por dejar de serlo.