El presidente Mauricio Macri inauguró su primer mes de gobierno a sangre y fuego. La fuga de tres marginales del delito devenidos en sicarios tuvo en vilo a varios Gobiernos: el nacional y los de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. La característica de esta fuga fue que los protagonistas contaron con la complicidad de amigos y familiares para luego sobrevivir en libertad el día a día mientras duró su raid; y seguramente de un sector político-policial, con el interés de fomentar el escándalo. El aliado inesperado con el que contaron los tres prófugos para suplantar la ausencia de su logística fue la falta de coordinación de las fuerzas de seguridad intervinientes en su captura.
Queda claro que la fuga encontró a la gobernadora bonaerense Vidal no sólo sin una reacción acorde, sino además sin generar los cambios pertinentes para impulsar las transformaciones necesarias en este terreno. Lo actuado hasta aquí, más allá de los traspiés o las desinteligencias comunicacionales del fin de semana, muestra que es prioritario que el Presidente, para dar cumplimiento a lo prometido en campaña: pobreza cero y combate al narcotráfico, convoque a los gobernadores y los representantes políticos de otras fuerzas a elaborar un plan que se convierta en política de Estado.
A los dolores de instituciones que claman por la aplicación del Código Penal para restablecer un ordenamiento democrático se sumó, como metáfora, la costilla fisurada del ingeniero Macri. Cuando esto ocurre, no se puede enyesar y duele al respirar y muchas veces inmoviliza. Tal vez esta es la realidad de la Argentina de hoy.
Mover el tablero fisurado de la institucionalidad duele, quita la respiración y por momentos tal vez inmovilice. Quizás, como correlato, este accidente doméstico le permita al Presidente visualizar desde otro punto de vista la realidad que protagoniza. Las costillas rotas por la corrupción en las instituciones argentinas, que en muchos lados tienen forma de fractura expuesta, datan de largo tiempo. La década kirchnerista acrecentó y multiplicó estos dolores que vienen de lejos. Es de esperar que este mal trago lo impulse a contarle al país la realidad de la herencia con la que se encontró su Gobierno.
Insisto: es imprescindible no sólo esclarecer la cadena de complicidades dentro de las fuerzas de seguridad, de la política, de los distintos actores que concatenan el delito y la corrupción en Argentina; también se necesita saber qué se quiere, hacia adónde se va y con qué se cuenta para enfrentarlo. El presidente Macri, en campaña, escuchó lo que la gente le señaló a lo largo y ancho de la república: la urgencia por enfrentar el narcotráfico y todas sus consecuencias. Ahora hay que responder prácticamente a esa demanda. Tal vez hasta este hecho el gobierno nacional y los gobiernos federales estaban urgidos por el problema económico. La realidad demuestra que la gente no estaba equivocada: la prioridad es la inseguridad. Dado el estado de urgencias que tiene Argentina, deberá el Presidente atender al unísono diferentes problemas.
Las primeras 48 horas de gobierno marcaron un rumbo que fue bien visto por una amplia mayoría. Ese debería ser el camino a seguir. El presidente Macri también aprendió en estos treinta días que no todo lo que se quiere se puede hacer y desandar un camino equivocado rápidamente tiene menos costos que persistir en el error. También debería saber que todo lo que se puede hacer se debe explicar oportunamente.
El desafío ahora es poner límite a la suba de precios, permitir que los salarios se recuperen de la devaluación y diagramar de qué manera, en qué tiempo y con qué intensidad el trabajo genuino reconvertirá a los planes sociales.