Por: María Zaldívar
El kirchnerismo es como las inundaciones: arrasa, destruye todo lo que encuentra en su camino, no tiene nada de rescatable y ante su capacidad de daño, sólo queda esperar que pase. Hace tiempo deberíamos haber reconocido que su necedad genética, su indiferencia y su mala fe para con la realidad no construyen y que el tiempo dedicado a criticarlo es un tiempo perdido.
A los que se expresan con tono de catedrático superado sobre el “fin de ciclo”, la “decadencia del kirchnerismo” y el “agotamiento del modelo”, antes que nada, hay que envidiarles el optimismo. Luego, pedirles prestados sus anteojos a ver si con ellos es posible identificar con tanta claridad los signos terminales que, por momentos, no surgen tan diáfanos. Y luego, invitarlos a compartir la inquietud que sienten muchos sobre las pocas ganas de irse que manifiesta el kirchnerismo en los hechos.
No vaya a ser cosa que, mientras todos estamos ocupados mirando allá lejos, acá cerca cosas graves pasen inadvertidas, convencidos de que esta administración está de salida y que solo es cuestión de tiempo. Puede que así sea, pero en el mientras tanto habría que hacer el intento de minimizar los daños.
Los primeros interesados deberían ser los candidatos dispuestos a tomar la posta en diciembre de 2015. Desde ahora habría que estar pensando en la reconstrucción porque ninguna administración fue tan letal en las últimas décadas como la actual. Todas dejaron algo positivo que las trascendió. Nunca hubo que empezar de cero como le tocará a quien reemplace a Cristina Kirchner. Por lo que le espera, ese próximo gobierno no va a ser de gran lucimiento; deberá desandar muchos caminos; es bueno que los candidatos lo vayan sabiendo pero, sobre todo, lo tienen que entender los ciudadanos.
Porque la sociedad argentina es algo superficial: al kirchnerismo lo da por terminado y descuenta que las soluciones llegarán con el mero cambio de autoridades; con esa simplificación de la realidad vota, avala, legitima y después se espanta de lo que deciden los funcionarios.
Ahora mismo reclama unidad a la oposición frente al oficialismo pero cuando le tocó elegir dispersó el voto entre varios candidatos. Debilitó, se supone inconscientemente, la posibilidad de conformar un polo opositor y, en simultáneo, fortaleció al oficialismo, que se mantiene monolíticamente unido a pesar de los rumores de supuestos enfrentamientos internos que, mientras sean internos y supuestos, no nos cambian nada. En síntesis, la gente no se hace cargo de la responsabilidad que le cabe en el reparto de poder que padecemos hoy y los políticos evitan recordárselo por temor a su reacción adolescente porque saben que la verdad molesta a los oídos.
Entonces, si las mediciones actuales son ciertas y el 70% de la población no quiere más kirchnerismo, tendrá que esforzarse en concentrar el esfuerzo para lograr su reemplazo y entender que el abanico sólo le suma al oficialismo. La sociedad tendrá que crecer; eso significa aceptar que, en la vida, las opciones suelen ser escasas y que las posibilidades no se eligen; que el individuo apenas elige “entre” las posibilidades que se le presentan.
Madurar es hacer lo necesario para alcanzar el objetivo, lo que “hay” que hacer, con independencia de las preferencias personales. Un chico no hace la tarea escolar ni madruga hasta que su mamá lo obliga. Sólo el adulto hace aquello que no prefiere porque “hay que hacerlo”. Eso es madurar. Elegir lo que corresponde por sobre lo que prefiero.
La ciudadanía tiene que saber que, si vuelve a dispersar el voto, puede llegar a mantenerse la actual composición de las cámaras legislativas. Esa escribanía del Ejecutivo que tanto se critica podría continuar sin grandes modificaciones porque ese 30% de voto kirchnerista que aún sobrevive alcanzaría para retener más o menos sin variantes el número de bancas que el oficialismo pone en juego en 2015.
Y más aún si, como indican los trascendidos, Máximo Kirchner encabeza esa lista. La dupla con el dócil de Daniel Scioli como candidato presidencial puede empujar favorablemente el voto oficialista. El mensaje sería “acá seguimos”.
Así como hace un par de años fue el furor de las marchas callejeras contra las políticas gubernamentales, en los últimos tiempos se puso de moda el “yo no voto más peronistas”. De habernos acordado antes del retroceso institucional que el peronismo trajo consigo, podría haber servido. Pero los que hoy declaman su hartazgo son muchos de los que, directa o indirectamente, dieron soporte a los sucesivos enemigos de la República. Hoy el peronismo está presente de manera transversal en todas las fuerzas políticas. Y a hacerse cargo también de eso. Y no mentir, no esconder, no engañar.
A esta altura de la decadencia nacional, ambas reacciones (la marcha y el “yo no quiero”) son una pose, un lujo que los argentinos no nos podemos dar. Tal es la magnitud de la emergencia. El tiempo de debatir el arancelamiento universitario pasó. La prioridad es otra y detenerse hoy en quién es más ideológicamente puro es como hacerse un lifting cuando nos diagnostican una enfermedad terminal. Ahora hay que desalojar el autoritarismo y a sus principales espadas. Hay que recuperar la libertad y lo que queda de las instituciones republicanas antes de perderlas por completo. Cualquier otro debate es inoportuno y estéril.
Está claro que habrá que elegir entre dos. Las opciones no serán ni tres ni más. Solo dos. No contará “el candidato que yo quiero…”. Será “A” o será “B”. La pelea de fondo está frente a nuestros ojos. El próximo presidente argentino surgirá de entre quien salga primero y quien salga segundo en la primera vuelta. Nos guste o no.
Hasta entonces, vamos a vivir un año intenso. Los problemas que el kirchnerismo no resuelve, más los que crea, van a complicarnos la vida diaria; la inseguridad creciente, la inflación descontrolada, las dificultades para el desarrollo de cualquier actividad comercial, los controles abusivos sobre el individuo, la escasez en sus diversas modalidades, la persecución política disfrazada de rigor legítimo, la falta de justicia y la complacencia oficial con el narcotráfico pronostican días difíciles y consecuencias impredecibles.
Y vamos a seguir lidiando con nosotros mismos. Habrá que convivir con las encuestas sesgadas, con entornos y retornos, con declaraciones y definiciones. Pero la decisión seguirá estando entre “A” y “B” sabiendo que conocemos de memoria a una de esas opciones por convivir con ella durante la última década. Será el tiempo de votar continuidad o animarse al cambio por chico o incierto que luzca.