El camino del desarrollo sostenible es más que desacoplar las emisiones del PBI

Mariana Conte Grand

Tal como lo afirma el reciente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, “el calentamiento en el sistema climático es inequívoco y, desde la década de 1950, muchos de los cambios observados no han tenido precedentes en los últimos decenios a milenios. La atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado”. Surge del mismo informe que la influencia humana en el sistema climático es clara y que sus impactos ya se observan en todos los continentes.

Para hacer frente a este fenómeno, la comunidad internacional viene negociando posibles soluciones desde 1992 con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Tal como se decidió en la reunión de las partes de dicha convención en Copenhague en 2009, se propuso intensificar la cooperación para luchar contra el cambio climático teniendo en cuenta la opinión científica de que, para “permitir que el desarrollo económico prosiga de manera sostenible”, el aumento de la temperatura mundial a fin de siglo debería permanecer por debajo de 2 ºC en relación con la era preindustrial.

Parte de esta intensificación en las acciones se observó en la Cumbre de Cancún en el año 2010, a raíz de la que varios países en desarrollo y desarrollados presentaron compromisos voluntarios de mitigación de gases de efecto invernadero. Esta se evidencia también en que todos los países acordaron en Durban en 2011 presentar formalmente acciones para mitigar el cambio climático. Por eso, se están preparando en todas las naciones contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional (INDC, por sus siglas en inglés) para presentar en la cumbre del clima de este año.

Hasta el momento son 56 países los que han presentado contribuciones para ser consideradas en la reunión de Francia de finales de 2015. La mayoría de estos compromisos consisten en reducciones de emisiones con respecto a un año base en el pasado o con respecto a trayectorias proyectadas. Sin embargo, algunas de las propuestas de Copenhague-Cancún (es el caso de China e India) y también algunos de los compromisos para París (es el caso de China y Singapur) se basan en reducir intensidad de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Esto es, en lograr bajas en la relación entre las emisiones y el PBI. Algunos piensan que la propuesta significa desacoplar (“desenganchar”) los GEI del PBI y así lograr un crecimiento más limpio. Pero este desacople no basta. Lo que se necesita es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Se sabe hoy que, para llegar a dicha meta de temperatura, las GEI deben reducirse entre 40 % y 70 % a mitad de siglo, en referencia al año 2010. De hecho, este es uno de los resultados más resaltados por el quinto informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático.

Un menor ratio emisiones/PBI puede darse si las emisiones bajan y el PBI sube. Eso se llama en la jerga “desacople absoluto” y va en el sentido buscado. Pero también puede bajar dicho ratio, porque tanto emisiones como PBI suben, pero las emisiones lo hacen menos que el PBI. Ese “desacople relativo” no es suficiente para lograr el desarrollo sostenible, ya que implicaría una economía en crecimiento con mayores emisiones. Tampoco es el objetivo disminuir la intensidad de carbono a costa de reducir emisiones más de lo que se reduce el PBI. En este último caso, también se estaría lejos del camino del crecimiento verde, ya que no se crecería, aunque se cumpliría con bajar la intensidad de GEI.

En resumen, no basta con que la trayectoria de las emisiones sea distinta que la del producto, ¡hay que reducir las emisiones! Es una buena idea pensar en esto en vísperas de la Cumbre de París y cuando Argentina prepara su contribución al nuevo acuerdo universal sobre el clima.