Sin duda uno de los mayores pecados en política consiste en transformar el capricho en error. Más grave aún resulta el caso cuando se daña una relación de Estado de carácter estratégico. El titular de nuestra línea de bandera acaba de señalar que todo el conflicto con LAN gira en torno de un “hangarcito”. Quizás el funcionario conozca de aviones (o no) pero ciertamente no ha medido las implicancias de Estado que su política implica.
Más allá de la obviedad (la competencia mejora el servicio, el monopolio lo destruye), el caso de la actual disputa del gobierno argentino con la empresa LAN nos invita a reflexionar. Nos une a Chile la que quizás sea la segunda o tercera frontera más extensa del mundo. Años de trabajo diplomático en pos de alejar la desconfianza que durante décadas primó entre ambas naciones. La experiencia -aquí y en todas partes- indica que los lazos de amistad entre los pueblos se fomentan especialmente mediante el intercambio cultural, económico y comercial.
La importancia de la relación con Chile, de veras estratégica, fue advertida en toda su dimensión por los grandes estadistas de nuestra historia. No por casualidad, los dos más grandes presidentes en el sentido del entendimiento de la idea del Estado Nacional, Roca y Perón, cada uno en su tiempo, comprendieron su carácter decisivo.
Fue el general Roca quien, en la Navidad de 1901, impidió que la Argentina entrara en guerra con Chile. Pese a la superioridad militar de entonces, que sin dudas alentaba iniciar la operación, el presidente optó por la paz. Sin duda tenía Roca bien presente la enemistad que para siempre se instaló entre Chile y Perú tras la guerra del Pacífico dos décadas antes. Así se lo advirtió a su ministro de Guerra, Pablo Richieri: “seguramente ganaremos la guerra pero nunca más habrá paz entre nuestros pueblos”.
Ocho décadas más tarde la Argentina se volvió a salvar, gracias a la mediación papal, de una trágica confrontación. Nuevamente la Navidad, en este caso en 1978, fue el escenario de una inminente crisis militar. Perón por su parte, en su segunda presidencia, al impulsar la idea del ABC -proyectada en las primeras décadas del siglo XX- comprende en su totalidad el carácter fundamental de que la Argentina mantenga una estrecha relación con Chile. Reflejo de ello fue la visita que el presidente argentino realizó en febrero de 1953 a su par Carlos Ibañez del Campo y su proyecto de alianza continental lamentablemente abandonado más tarde.
Pero fueron los gobiernos siguientes, especialmente en las últimas décadas desde la instalación de la democracia en 1983, los que construyeron con sus más y con sus menos, una madura relación. Hitos de ese vínculo adulto fueron la paz por el Beagle en 1984 y la conclusión de todos los conflictos de límites alcanzado en los años 90.
Hoy es evidente que el futuro del mundo se vincula decisivamente en esta etapa del desarrollo por el crecimiento extraordinario del Asia-Pacífico. La aparición de China como superpotencia, en estas últimas tres décadas, acompañada por numerosas y mega-pobladas naciones del sudeste asiático como Indonesia, Vietnam, Tailandia y Malasia, ofrece a la Argentina una oportunidad inmensa para desarrollar su enorme potencial productivo. Los especialistas sostienen sin titubear que se trata de una plataforma estructural de crecimiento semejante a la que benefició a la Argentina entre 1875 (aparición del frigorífico) y la primera guerra mundial, transformando un país nuevo e incipiente en una de las economías más pujantes de entonces.
Las oportunidades que esperan a la Argentina en el siglo XXI tienen en el Pacífico su destino privilegiado. La potencialidad argentina, con su fabulosa capacidad productiva, junto con la extraordinaria ventana de cuatro o cinco mil kilómetros de litoral marítimo chileno de cara al Pacífico, son los elementos que -combinados de manera inteligente- permitirán a nuestros pueblos alcanzar el anhelado y demorado desarrollo. De allí que la alianza con Chile, estructurada en torno al fomento de la confianza entre nuestros pueblos, gobiernos y dirigencia, debe estrecharse y realizarse sin más dilaciones en la infraestructura material (autopistas, trenes y túneles que nos unan) y la infraestructura jurídica y política necesaria para tal fin.
La relación con Chile tiene para la Argentina un carácter estratégico, histórica, política y económicamente. Es mucho más que la disputa absurda por un “hangarcito” en Aeroparque.