Nadie puede manejarlo todo por sí mismo. Incluso los mayores líderes, desde Alejandro de Macedonia hasta Nelson Mandela, se han visto obligados a contar con los servicios de algún tipo de asistente personal. Creo que llegó el momento de dar a esos asistentes la atención y valor que merecen.
El asistente arquetípico es eficiente y modesto, no le importa ser eclipsado por su líder y, por lo tanto, la historia los ha pasado por alto. Por otro lado, la ficción ha sido más amable con ellos: sabemos cómo Don Quijote se apoyaba constantemente en el sufrido Sancho Panza.
Hoy en día, recurrimos cada vez más a la tecnología informática para facilitar nuestras vidas. Usamos Google o Wikipedia en gran parte de nuestras indagaciones cotidianas. Compramos aplicaciones para nuestros teléfonos celulares que nos conectan de inmediato con servicios e información, de la cual pasamos a depender en seguida. En ese proceso, ahorramos enormes cantidades de tiempo y dinero.
Con la aplicación Wikipedia, por ejemplo, tenemos acceso instantáneo a un almacén de información que en otro tiempo nos habríamos tenido que recurrir a la biblioteca más cercana. Con una aplicación meteorológica, comprobamos el clima donde sea que vayamos y planificamos de acuerdo con esa información. Y con Google Earth, encontramos el camino hacia casi cualquier lugar.
Entonces, ¿para qué necesitamos un asistente personal? Me resulta difícil saber por dónde comenzar, ya que necesito de la ayuda de varios asistentes, algunos humanos, algunos electrónicos, los que con frecuencia trabajan en forma simultánea en diferentes lugares y zonas horarias.
Llega un momento en que no basta la tecnología y es necesario establecer contactos con personas. Responder el teléfono es una tarea esencial. Casi todos los empresarios jóvenes se ven en seguida en la necesidad de estar en diferentes lugares al mismo tiempo, mientras necesitan que sus clientes, o posibles clientes, puedan contactarse con ellos, y no sólo por medio de sus teléfonos celulares. Por razones de credibilidad, necesitan de algún lugar que por lo menos se oiga como si fuese una oficina, donde haya una persona real en el otro extremo de la línea.
Necesitamos que esa persona sea alguien bien informado, confiable, inteligente, discreto e imperturbable. Él o ella debe ser capaz de organizar reuniones, informar a los miembros del personal, establecer contactos, atender reclamos, bajar la tensión y hacer que todo marche en forma adecuada.
Pero tal vez la cualidad más importante del asistente ideal es que él o ella debe carecer casi por completo de ego. En los escalones más altos de la vida empresarial y pública, es frecuente encontrarse con personalidades fuertes que compiten por la atención y la supremacía. En medio de esos egos aplastantes, envidias mezquinas y politiquería permanente, el asistente perfecto es un oasis de calma y tranquilidad, una confiable caja de resonancia que dejará fuera lo emocional, apaciguará los enojos y las impaciencias y nos ayudará a que las cosas se hagan sin inconvenientes.
Con un asistente virtual o con una aplicación electrónica no hay, por cierto, problemas de ego y este es uno de sus mayores atractivos. Si bien la tecnología no siempre funciona como uno desea, no es habitual que se convierta en una amenaza para la presión sanguínea o que nos genere alguna distracción emocional no deseada de la manera en que las personas reales pueden hacerlo. Pero no existe aplicación que pueda asumir una instrucción instantánea, comunicar una idea, evaluar a personas, negociar, interpretar e informar de vuelta.
Estas son tareas por las cuales usted necesita de un asistente personal verdaderamente excepcional, de alguien que se conforme en un rol intrínsecamente subordinado. Escogí el adjetivo con cuidado, ya que cuando digo subordinado, ciertamente no me refiero a inferior. Esas cualidades de inteligencia y sensibilidad que constituyen a alguien que sabe escuchar son cualidades que no abundan. Suelen darse junto a la amabilidad, la generosidad y la paciencia.
Me gusta pensar que Regus, con su servicio de conserjería y los demás servicios disponibles en nuestros centros de negocios, entrega a nuestros clientes algunas de esas cualidades. En mi calidad de presidente y director general de la empresa, me considero afortunado de poder solicitar personalmente los servicios de diversos asistentes personales. Algunos son hombres y otras son mujeres. Todos son inteligentes, sensibles y tolerantes. No sería correcto nombrar a alguno en particular, pero sé que no podría arreglármelas sin ellos.
Cervantes, Defoe y Wodehouse estaban en lo correcto. El asistente perfecto es una joya invaluable.