Por: Martín Guevara
En Andalucía hoy falleció entre muchas otras personas, una anciana, a la que ya le venía tocando esta semana o la siguiente, y que pertenece a una prosapia que se formó a partir de negocios muy legales como era la “esclavitud ” cuando era legal, la inquisición cuando lo era, y que de manos del genocida Francisco Franco, uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis europeo del siglo XX y de toda su Historia -a saber: Hitler, Stalin, Mussolini y Franco-, recuperó gran parte de su patrimonio nacionalizado por el gobierno de la República, democráticamente elegido en la urnas, luego de torturar y fusilar a todos los participantes de dicho gobierno y cientos de miles de simpatizantes.
Hoy parece que ha fallecido de manera natural una de los integrantes de esa familia, que no hizo mayor daño a nadie, excepto por supuesto si se tiene en cuenta a todos sus asalariados que les pagaba una miseria mientras las leyes españolas estaban lejos de Europa y la protección a los derechos de los trabajadores más aún. Si se tiene en cuenta que con la que está cayendo en materia de carencias en la península Ibérica en su parte Hispana, a esta aristócrata que cuenta con una fortuna de 3.700.000.000 de euros, se le adjudicaba por parte del Estado, tres millones de euros de regalo para que cultivase las tierras. Las que en su mayoría tenía improductivas.
Desde luego no existe la más mínima razón para que me apene ni me alegre su desenlace más que esperable.
Pena no me da porque no la conozco de nada, nunca crucé una palabra con ella y tampoco ha dado ni una obra al mundo, no ha dejado un libro que valga la pena leer, un cuadro, una película, un edificio, una nueva medicina, algo de provecho general, un Museo público, una escuela pública, no se le conoce obra, ni beneficio en pos de la humanidad. Ni siquiera es mi pariente.
Tampoco murió de un modo que despierte la misericordia como los decapitados de ISIS, los baleados de cualquier parte del mundo, los desahuciados, los jóvenes, los enfermos adoloridos, los mendigos, los alcohólicos, los olvidados, los abusados, los niños y los bebés.
Alegría jamás siento por nadie que muera, por ningún trance desagradable para mis prójimos. Sea lo que fuere lo que hubiesen hecho en vida, mi alegría tiene otro destino.
A lo sumo podría ponerme contento si se le pincha una rueda del automóvil a alguien que va a presentar una candidatura a un puesto que yo aspiro a la misma hora que yo, y aún así reconozco que sería una maldad, pero nada más que eso. Ni siquiera por la desgracia de lo que se entiende como un enemigo, cajón en el cual según desde donde se mire, a esta señora más de uno en la situación en que estamos, podría archivarla. Alegría sólo por cosas edificantes, buenas, agradables, que sumen. Nunca por un dolor. Eso lo aprendí desde antes de hablar.
Respeto ninguno, fuera del mismo que me merece la frutera de un barrio al que nunca fui, o la señora que alquila sus atributos en cualquier esquina penumbrosa del Planeta. El que las buenas costumbres y el civismo sugieren.
La Televisión Nacional lleva desde la mañana sin parar dando la noticia de tal deceso.
La noticia no dura más que lo siguiente: ”Fulana de tal pasó a mejor vida”- nada más.
Pero llevan desde la mañana aleccionando a la gente, intentando infundir una lástima colectiva, que al parecer ,si bien no para mi sorpresa aunque sí para una profunda vergüenza ajena, sí que sienten muchos pobres.
Porque considero una noticia adecuada para gestinonarla entre los componentes de su familia, incluso entre los de su clase social, entiendo que la aristocracia se acercase a la capilla, un poco por afecto y otro mucho por no perderse el movimiento de fichas tras bambalinas, que en esos eventos significa una “inasistencia poco afortunada”.
Pero que lloren unas personas porque bailaba bien la Sevillana, y le llame valiente porque que se acostó con muchos toreros, el mismo tipo de señora cocinera de sancochos, que si su vecina se acostaba con muchos toreros la denunciaba a la Guardia Civil y al Cura por “guarra” en la época de Franco, y hoy le destriparía el nombre a cuchicheos con otras vecinas en los sibilinos bancos de las espantosas plazas pueblerinas.
¿Pero que lloren desconsoladamente por su pérdida los nietos de los que reventaron a balazos en las fosas aún no abiertas y llamadas a ser cerradas a cal y canto por la eternidad si muere el último testigo?, no puede remitirme a otra experiencia corporal que la arcada.
Mi abuela Celia de la Serna y La Llosa, que no contaba con esa alcurnia, también antes de nacer su primogénito e ínclito hijo, fue conocida por ser una mujer atrevida, que se “ponía el mundo por montera”, la primera mujer en usar el pelo a la garçon, en montar como los hombres, con las piernas a los lados del caballo, en fumar en público junto a hombres, en hablar de política acaloradamente y con criterio, era ferviente feminista lectora de Beauvoir, pero no sólo no se codeó con los dictadores que han inundado la Historia Argentina para poder hacerlo, sino que huyó de su educación y el protectorado de su hermana mayor Carmen, para casarse con mi abuelo Ernesto, un simpático y pintoresco hombre de su siglo, pero poco acaudalado para la ocasión y demasiado aventurero, se fugó con él, prescindió de su jugosa herencia, tuvo un hijo que dio vuelta el calcetín de la Historia del siglo XX en América latina, y falleció de un dolorosísimo cáncer sin emitir una sola queja.
No sólo porque fue la mía, pero a esa abuela de porte aristocrático de allende los mares y de final ciertamente dramático, al igual que a la otra de procedencia campesina de Burgos, las respeto por algo más que mi relación consanguínea.
Quizás tanta obsecuencia institucional con la Casa de Alba no sea casual, España está a punto de estar obligada a decidir si cambiar y convertirse finalmente en un país cívico, que condene la corrupción, el abuso con los animales, las diferencias abrumadoras de trato entre las clases, que aprueba una legislación del siglo XXI, y cuando esto ocurre, el dilema plantea si pasar al próximo nivel y perder la inocencia, o correr bajo las mantas y enrollarse como un bebé, regresando al principio de los Tiempos, a la Hispania de la Gleba.