Por: Martín Guevara
En las elecciones del 6 de diciembre en Venezuela se podía esperar, se intuía un castigo al chavismo, a Nicolás Maduro por su falta total de carisma y su prepotencia, y a Diosdado Cabello por su mano de hierro; aunque más que nada por la situación económica del país, hundido, destruido, arrasado por la ineptitud, la intolerancia, el enfrentamiento entre compatriotas. Pero nadie podía aventurar un resultado tan contundente, un correctivo tan severo.
Cierto es que, aunque Maduro intentó por todos los medios que no se diese, dejando urnas tardías, amenazando por televisión que serían “candela con burundanga” en caso de perder, luego lo aceptó, como es debido en un político cívico.
Estos años he conocido a grandes y buenas personas de aquella gran nación sudamericana, seres humanos que viven un profundo amor a su país. Impresiona ver cómo la gente venezolana ama a su tierra; tanto los de una ideología como los de otra tienen una fuerte conciencia social, son seres informados, interesados a su modo en el destino de su terruño.
Hoy los felicito a ellos, ganadores desde ayer, pero parias estos últimos dieciséis años. Expreso mi deseo de que de ahora en más ni unos ni otros vuelvan a incurrir en el odio y la confrontación entre los venezolanos. Y también felicito al pueblo que lamenta haber perdido, temeroso de una improbable revancha, del retorno a una situación que, también por suerte, es muy improbable que vuelva a tener lugar.
De aquí en más todos saldrán ganando. Obviamente, unos más que otros.
La oposición, llamada en su estado natural a no conocer la lucha, a no tener contacto con las privaciones, ni con el olor del suelo que pisan los pobres y el color de sus pies, no obstante, estos años conoció de cerca tanto el dolor del destierro, de la represión en carne propia como las penas de los que menos tienen.
No se quedaron lamentándose en su cascarón; ni siquiera los del exilio se contentaron con la patada en el trasero. Salieron a luchar, a manifestarse como siempre habían visto hacer a los alborotadores naturales, los que hasta entonces habían estado relegados del poder.
En un fenómeno nuevo en América Latina, las élites labraron un fuerte carácter en la lucha de oposición en condiciones verdaderamente difíciles, y sobre todo desconocidas por ellos hasta el momento.
Similar como fenómeno, salvando las distancias, a lo que ocurriese con buena parte de los terratenientes argentinos en el siglo XIX durante el período conocido como “época de Rosas”.
A su excelente formación académica y al alto nivel cultural propio de las clases altas y medias altas venezolanas, estos años los opositores sumaron conocimiento y cercanía al pueblo, conocimiento y cercanía al dolor del destierro, de la prisión, de la desaparición. También mucha gente del pueblo, muchas personas han ido quitándose las vendas de la cara.
Espero, por el bien de América, que la conciencia que hayan ido forjando estos años sea inclusiva. Al fin y al cabo, la vida y el ejemplo de Simón Bolívar es propiedad de todos los venezolanos.
Que una buena parte de la alta y media sociedad haya aprendido que los abusos de poder y la marginación de los desposeídos indefectiblemente terminan siendo aprovechados por populistas y dictadores ególatras, interesados más en su propio beneficio que en cualquiera de las soflamas que los caracterizan.
¡Que viva Venezuela, los venezolanos y la isla Margarita!